De cerca

Silencio, búsqueda y misterio

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Figura clave de la renovación tanguera, en su nuevo disco Daniel Melingo aborda piezas de Yupanqui y Violeta Parra. La marca del rock y su pasado con Los Abuelos de la Nada y Los Twist.

 

Un guiso de lenta cocción. Así define Daniel Melingo a su repertorio, ese potaje que viene revolviendo con paciencia, dedicación e inteligencia desde hace años. Melingo fue parte importante de la explosiva reaparición de Los Abuelos de la Nada y cerebro de Los Twist en los 80, se anticipó a la moda del trip hop en los 90 con Lions in Love y, desde hace más de 15 años, viene produciendo una obra sólida y muy original en torno a un género, el tango, que probablemente nunca sospechó tenerlo entre sus cultores. Hasta que llegó Tangos bajos, allá por 1998, y cambió todo.
Después vinieron otros cuatro discos –Ufa, Santa milonga, Maldito tango, Corazón y hueso–, la consolidación en Europa, la aprobación de la prensa argentina y un público cada vez más entusiasta y numeroso, que el pasado 2 de agosto colmó el ND Ateneo en el show de presentación de Linyera, su fabuloso nuevo álbum, donde expande aún más generosamente sus fronteras sonoras y sorprende, por citar apenas un caso, con una versión descomunal de «Volver a los 17», el clásico de la chilena Violeta Parra.
Fue la despedida de Buenos Aires por un buen tiempo, porque partió con su banda Los Ramones del Tango a girar por Italia, Francia, Alemania, Austria, Gran Bretaña, Suiza, Bélgica y Noruega. Cuando vuelva deberá terminar la producción de dos discos: uno de Insomnia, el dúo integrado por el pianista Patán Vidal y la cantante Luz González, y otro de Luis Ortega. «En estos discos que produzco trabajo con la misma lógica que en los míos», explica. «Para mí, hacer un disco es como escribir un libro: creo que te vas dando cuenta de lo que pensás a medida que lo vas escribiendo. Lo que buscamos con los músicos que trabajan conmigo, en mi banda o en estos proyectos en los que colaboro,  es descubrir algo que nos sorprenda. Y el estudio es una gran excusa para crear ese ritual».
–En esa búsqueda vos terminaste claramente excediendo los límites del tango.
–Sí, es que para mí cada disco es un peldaño hacia un lugar nuevo que previamente, antes de grabarlo, nunca sé muy bien cuál es. Me gusta ese misterio, me gusta poder asombrarme y superar ese asombro todo el tiempo. Mis músicos también buscan eso: somos médiums. Y, con el correr del tiempo, fui afianzando esa técnica. Para nosotros grabar es como un viaje de ida, y el estudio, un paraíso artificial que te habilita la prueba y el error. El sentido de todo está en la búsqueda. Cuando aranqué con el tango, allá por el 98, con Tangos bajos, hubo una ruptura drástica: fue una manera de barrer todas las huellas anteriores. Ya había insinuado eso con H2O, que es del 95. Y Linyera de algún modo sirve para celebrar los 20 años de aquella primera ruptura, cierra un ciclo y abre un círculo concéntrico diferente.
–Siempre te impusiste cambiar, hiciste cosas muy distintas a lo largo de tu carrera.
–Es que no nací sabiendo nada. Nací con el don de la música, eso sí. Lo descubrí tempranamente, pero a eso le tenés que sumar el coraje. Yo tuve la gran suerte de aprender de la mano de Miguel Abuelo. A comienzos de los 80 conocí a ese gran prócer fundacional de nuestro rock, y verlo actuar, verlo moverse fue una gran escuela para mí, una especie de carrera universitaria artística.
–En esa época estabas con Los Abuelos de la Nada y eras parte de las Ligas, la banda de Charly García, pero elegiste concentrarte sobre todo en Los Twist. ¿Por qué?
–Escribía muchas de las canciones de Los Twist, esa banda era la válvula de escape de mi olla a presión. Yo creo que los tres primeros discos de Los Twist –La dicha en movimiento, Cachetazo al vicio y La máquina del tiempo–, que son los de mi período en el grupo, marcaron a una generación. Y me marcaron a mí, obviamente. Fuimos parte importante de un momento potente, emergente. Cuando entramos a grabar el primer disco, Charly invitó a Spinetta, a David Lebón, a Rinaldo Rafanelli. Él quiso producir ese disco porque sabía el potencial que tenía. Y ahí les volamos la peluca a todos, veíamos la cara de los que habían venido a ver qué onda y nos dábamos cuenta de que estaban sorprendidos, de que lo que hacíamos era algo serio, aunque suene paradójico hablar de seriedad con Los Twist.
–Los Twist tenían más intuición que técnica. Hoy ¿qué valorás más ?
–Son cosas complementarias. La intuición es dejar brotar a flor de piel eso que no podemos entender. Y la técnica viene después de lograr ese entendimiento, esa comprensión: es lo que podés conseguir con las herramientas musculares que tenés, tus capacidades morfológicas para ejecutar, digamos. Hacen un trabajo conjunto que tiene la complejidad y la delicadeza de un engranaje de relojería.
–¿Cómo definirías a Linyera?    
–Es un disco de música argentina. O, mejor dicho, de la Patria Grande, porque también hay otros ritmos, hay un tema de Violeta Parra, está presente la hispanidad de García Lorca, hay cosas más tropicales, fruto de mi relación con la música brasileña. Es un gran guiso.
–¿Y cómo elegiste el título?
–En este disco no reniego de mi mono, abro la bolsa que está en la punta del palito y saco canciones que, en algunos casos, tienen como 30 años. Miro mucho para esa época, de hecho hacemos en vivo muy seguido una canción hermosa de los hermanos Clavel llamada «Flores del Paraguay». Hay canciones que han sido elaboradas en una lenta cocción de años, como toda mi música. Si el carozo no se rompió, es porque eran buenas.
–¿Te preocupan las limitaciones técnicas a la hora de cantar?
–La voz no es todo, es una parte de la música. Al menos intento que así sea.
–Grabás con ese criterio: la voz como un instrumento más.
–Yo pruebo de muchas maneras. La canción queda bien porque hubo un trabajo exhaustivo de prueba y error, como decía antes. Hubo un entrenamiento auditivo a lo largo de todo el trayecto de la construcción arquitectónica del disco. Tambien me sirven la pausa, el descanso, el aire. Me gusta tomarme todo el tiempo posible para esa cocción de la que vengo hablando: es un trabajo muy detallado. Yo pienso que la música es como la pintura: tiene un tiempo de secado. La  decantación es importante, tu oído tiene que descansar de escuchar un mismo tema. Por lo menos por un tiempo, para no perder el norte.


–¿Escuchás música mientras grabás tus discos?
–Sí, claro. Lo que hago es el resultado de las influencias de todo lo que escucho. Y escucho muchas cosas que no aparecen en mi música. También es importante el silencio. Es un buen contraste cuando estoy mucho tiempo en un estudio. El silencio, el paisaje, el horizonte, la noche, el sonido bajo y la luz baja son componentes importantes para mí a la hora de crear. Es fundamental no apurarse. Las canciones necesitan una determinada maduración sonora.
–Eso es difícil cuando tenés obligaciones con un sello.
–Claro, por eso lo mío es la autogestión. Licencio mis discos, es mi manera de trabajar a lo largo de todos estos años.
–¿Y no te complica la subsistencia trabajar así?
–No, eso no es un problema para mí. Cuando uno aprende a ser un asceta en la vida, cuando sabe ir transitándola, cuando puede vivir de la caza y de la pesca e incluso vivir del aire, el resto es moco de pavo. Hay que darle forma a una obra con paciencia. Durante los años de mi adolescencia, en la época de la dictadura militar, aprendí a vivir de una manera, en función de mi formación y de mis convicciones. Me acostumbré a sobrevivir en condiciones muy estrictas. Y eso me hizo tan resistente como una cucaracha. Lo demás es un juego de niños.
–¿Cómo recordás los años que viviste fuera del país?
–Siempre me gustó la aventura, el camino, los horizontes nuevos. Ya en el 85 empecé la vida de linyera. Agarré cuatro cosas y me las tomé. Había sembrado bastante: tres discos con Los Abuelos, otros tres con Los Twist, el laburo con Charly, produje Bares y fondas de los Fabulosos Cadillacs. Fui con Charly a España, tocamos en un festival latinoamericano que se hizo en el Palacio de Deportes de Madrid. Y me quedé. Después hice un hermoso viaje a Marruecos con Christian Basso. Me parecía más interesante, más aventurado estar allá. Y estuve 10 años, produje los dos discos de Lions in Love, aprendí mucho de producción con ingleses y españoles. Produje a Fangoria y a Los Toreros Muertos, de quienes también fui sesionista. Fue una década que dio muchos frutos a todo nivel. Después empecé mi búsqueda solista, a partir de H2O.
–¿Cuándo descubriste el tango?
–Bueno, yo me crié en un ambiente tan guero, el tango es parte de la música de mi infancia. Crecí escuchando tango y rock. Así que no me resulta para nada ajeno. Soy porteño, nací en el barrio del Hospital de Clínicas, crecí entre Once y Parque Patricios.
–Si tuvieras que mencionar músicos que fueron importantes para vos, ¿a quién elegirías?
–La Santísima Trinidad la conforman Miguel Abuelo, Luca Prodan y Federico Moura. Los apóstoles son Charly, Javier Martínez, Moris.
–¿Spinetta?
–Es un dios aparte.
–Charly se puede llegar a enojar si lo ponés de apóstol.
–Sí, es complicado armar el organigrama teológico del rock (risas).
–Y fuera del rock está Luis Alposta, un compositor con el que venís  trabajando hace ya un buen tiempo.
–Para mí fue un hito importante conocerlo. Sabía de su obra, y grabé «El escape» en Tangos bajos. Cuando presenté ese disco en el Club del Vino, mi compañera de entonces, la Negra Fernanda Ramos, lo buscó en la guía telefónica y lo llamamos para invitarlo. Atendió su mujer y dijo: «Sí, Luis está acá». Entonces Fernanda me dijo: «¡Está vivo!». Luis siempre cuenta que él la escuchó (risas). Vino al show y se fue con una muy grata impresión. Vio a Fabi Cantilo y a todas esas caras pálidas que había en el lugar, toda gente vestida de negro, y se inspiró: mientras caminaba para el auto, cuenta él, se le ocurrieron las primeras estrofas de «Tango del vampiro», un tema que grabé en mi disco Ufa. Iniciamos una gran amistad, que continúa hoy. Hacemos de nuestro oficio una especie de deporte lleno de felicidad y alegría.
–¿Te gustó Tinta roja, el disco de tangos de Andrés Calamaro?
–Muchísimo. El aporte de Andrés fue muy importante, sobre todo porque no canta como un cantor de tango, sino que lo hace con su propio estilo. Eso es muy valioso. Yo me siento muy cerca de él, lo admiro mucho: es un gran compositor, muy prolífico, muy inteligente y muy popular. Un talento. Hace un tiempito compartí un escenario con él. Hicimos una versión de un gran tema del cancionero del rock nacional, «Porque hoy nací», de Manal, y fue espectacular. La comunión entre nosotros sigue intacta, como en los primeros ensayos de Los Abuelos en la sala de Constitución.
–¿Qué memoria tenés de aquella época? ¿Con Los Abuelos había más descontrol que disciplina?   
–No te creas que era todo descontrol, también teníamos disciplina. Pasa que la bohemia es parte de la creación, pero no todo era locura, también había tenacidad, trabajo. Para mantenerse en este camino largo y sinuoso, la disciplina es la única herramienta que te puede orientar a lo largo del tiempo. Y yo estoy bien orientado.

Alejandro Lingenti
Fotos: Jorge Aloy

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