De cerca

Tango de los márgenes

Tiempo de lectura: ...

Con casi dos décadas de trayectoria, Dolores Solá y Acho Estol inauguraron con La Chicana una vertiente que no detiene su onda expansiva. Su nuevo disco y su mirada sobre el género.

 

En un género como el tango, habituado a la reverencia, a la tradición y al uso desmedido de la palabra maestro, la irrupción de La Chicana a mediados de los años 90 cayó como un baldazo de agua fría. A la hora de rastrear su identidad, las preguntas sobre su cruza con el rock siempre funcionaron como un callejón sin salida y apenas el concepto de transversalidad musical dio pistas sobre su búsqueda. En una esquina improbable donde se entreveran la lírica descarnada de Acho Estol, la voz potente de Dolores Solá y una estética tan afín a Carlos Gardel como a Tom Waits o Tom Zé, La Chicana apostó por un sonido propio.
Hoy, que está a punto de cumplir 20 años, que lleva 6 discos editados y que sus protagonistas encararon en paralelo una carrera solista, las coordenadas no cambiaron demasiado: La Chicana sigue compuesto por la misma mezcla. Es muy curioso repasar cómo lo que cambió en realidad fue la escena tanguera a su alrededor: si en esos años iniciales era una rareza encontrar un conjunto que tocara sus propios temas –un dato que llevó al grupo a cierta marginación en el circuito–, ahora el tango está poblado de nuevas composiciones. Y sin embargo La Chicana ocupa un lugar espectral, entre el hecho de ser pioneros y de no tener una genealogía musical nítida, con una descendencia inclasificable.
Su nuevo disco, Antihéroes y tumbas – Historias del gótico surero, es seguramente el más contundente de todos sus trabajos. Sin invitados, en formato reducido y con Estol como multiinstrumentista, está enhebrado por un sonido que remite a la música criolla y al folclore –sobre todo al chamamé y a la chacarera–, con versiones que permiten redescubrir gemas como «El tesoro de los inocentes», del Indio Solari, y «La cerveza del pescador Schiltigheim», del Tata Cedrón sobre un poema de Raúl González Tuñón. Puro concepto: hay crudeza en el sonido combinada con historias desoladoras en las letras. Una estética que se sintetiza en el arte del disco –a cargo del fotógrafo y realizador Marcos Zimmermann–, en la que se los ve como moradores de un pueblo fantasmal.
–¿Cómo se dio la conjunción entre el título tan fuerte del disco y las canciones tan despojadas?
Acho Estol: Sí, al principio trabajamos con 6 o 7 canciones, que desde las letras iban por el lado de las historias y de lo literario. Ahí nació la idea del gótico surero, que siempre nos interesó, que se asocia con el gótico sureño yanqui, y que es una mezcla del Favio de Soñar, soñar, de los pueblos de la provincia de Buenos Aires, del grotesco, del circo criollo, del Borges de «El Sur». Cuando cerró el concepto, el sonido del disco quedó claro: desechamos timbres, dejamos de lado los bronces y tuvieron más sentido las canciones narrativas. También la idea de la gráfica y de la estética.
–La foto de la portada tiene un aire tenebroso. ¿Fue un modo de resaltar el aspecto gótico?
Estol: Totalmente, porque el gótico tiene esa estética. La idea es que diera un poco El loco de la motosierra, un poco mormón.
Solá: Fue una propuesta estética que le hicimos al fotógrafo Marcos Zimmermann, que es muy amigo. Fuimos al campo en Gobernador Ugarte, que queda en la provincia de Buenos Aires, y le dedicamos una tarde con el vértigo de lo que eso significa cuando uno no tiene producción. Me encantó cómo quedó porque tiene la cosa cutre y al mismo tiempo heroica. Yo quería hacer fotos con chanchos y gallinas, así que preguntamos en el pueblo. Atrás de una casa estaba el chiquero, con una baranda… La gallina que sostengo es una mascota con nombre. Igual que en cualquier pueblo hay algunas historias tremendas de crímenes irresueltos.
Estol: Es un mundo aparte, porque además en la pampa húmeda vive la misma oligarquía en decadencia que en el sur de Estados Unidos, resentida porque Perón liberó en su momento a los trabajadores.
–¿Conocían ese pueblo?
Solá: Sí, yo lo conozco bien, porque mi madre tiene un campo a 5 kilómetros desde hace muchas generaciones. Mi abuelo fue importante allí, construyó mucho. Además, como estamos cerca, cuando ocurre algo a nivel criminal en el pueblo vienen a contarnos. Siguen existiendo historias densas: de un ahorcado, de un chico sordomudo asesinado al que quería todo el pueblo, o la presunta suicidada de Chivilcoy, que en la noche de su muerte se escucharon gritos y el novio dealer desapareció.
–Volviendo a la música, hay énfasis en lo criollo. ¿Eso es una novedad?
Solá: Es como el equilibrio entre los temas. En otros discos de La Chicana también había un tono folclórico. Es un equilibrio entre todo lo que encierra lo criollo: la austeridad, la falta de bronces, son pequeñas cosas que cierran en conjunto.
Estol: En realidad siempre vimos al tango como parte del folclore, como una música criolla tan cerca del vals y de la milonga, que a su vez están hermanadas con el folclore del sur de la provincia y con el norte del país. Incluso, los tangos los escribí con la idea del disco ya decidida, y funcionaron como el extremo barroco del disco: lo menos austero de todo es la urbanidad de un tango. Que tampoco necesita una orquesta típica ni sinfónica, porque también se banca un tratamiento austero.
–¿Cuándo hacen un cover buscan que sea muy diferente del original?
Estol: Hay veces que el cover tiene que ver con el puro disfrute, y que no aporta nada. Por ejemplo, siempre nos divertimos tocando «Polka de la tarjeta de cartón», del Tata Cedrón y de Tuñón, pero no aportamos nada al mundo. Hay que intentar una mirada propia, puede fallar. Pero por ejemplo los covers de «El tesoro de los inocentes», del Indio Solari y «La cerveza del pescador Schiltigheim», de Cedrón y Tuñón, me gustan especialmente porque se entiende la letra más que el original, aportamos algo: dicen cosas, miran desde otro costado.
Solá: También grabamos «El Barzón», que lo cantaba Amparo Ochoa sobre la revolución mexicana, y «Lili Marlene», que es un tema escrito en la Primera Guerra Mundial. Según la época en que se cante, tiene una connotación diferente. «Lili Marlene» fue usado por los Aliados, por los nazis, por los comunistas. La hicimos con Acho porque escuchamos la versión del grupo español Olé Olé con Marta Sánchez y no lo podíamos creer. Es una versión ochentosa en la que ella se caga en el espíritu original del tema de un modo muy gracioso, vestida con tapado de piel y tacos altos.
–En los últimos años La Chicana sacó discos conceptuales. ¿Cuándo se dio el giro?
Estol: A partir de mi disco solista Buenosaurios hay más búsqueda de conceptos. ¿Por qué agrupar ciertas canciones y no otras? Se trata de elegir un poco más. Tengo estudio casero, grabo todo el tiempo y entonces eso me da material para elegir. Por ahí son dos o tres años hasta llegar al disco. Es más fácil decidir un concepto así. En nuestro disco Lejos había un atisbo de idea de escape, con la música de carretera.
Solá: También pasa que vamos creciendo y acentuando elementos de nuestra propuesta y la perseverancia hace que se nos vea. Siempre hicimos lo mismo, con un crecimiento que espero que hayamos tenido, porque si no sería muy deprimente. Ha sido un perseverar. Entonces la gente empieza a sentir que hay una obra.
–¿Pero no sentís que creciste como cantante?
Solá: Sí, me gusta mucho más como canto ahora. Mi cambio fue muy grande. No diría que la pluma de Acho haya variado de esa manera. Ha sido siempre pareja. Sus primeros tangos están a la misma altura que lo que escribe ahora.
Estol: A veces no coinciden los biorritmos de los distintos progresos. Uno puede sentir que artísticamente está en una aceleración increíble y que comercialmente eso no se refleja, porque hacés un par de discos que en ese momento no es lo que pega. Y capaz estás en un bajón artístico y sacás un disco con temas que hiciste hace unos años y es el momento exacto, y explota. A mí como letrista lo que más me gusta es poder explorar lugares diferentes, no tanto sentir que hago canciones mejores. Con eso me relajo.
–¿Encontrás nuevas temáticas para escribir?
Estol: Sí, justo mi último disco solista, Perro que ladra y muerde, fue una gran refrescada para otro tipo de canciones. Eso me provocó muchas más ganas de volver a La Chicana y de hacer este disco, después de grabar canciones confesionales en primera persona. El nuevo disco de La Chicana tiene 90% historias narrativas.

 

No era tango ni era rock
La portada de su primer disco, Ayer hoy era mañana, de 1996, puede funcionar como símbolo de lo inasible que parecía ser la propuesta de La Chicana. Allí se los ve en el centro de la foto, con la guitarra criolla sobre el hombro de Acho, bajo el cielo surcado por el vuelo de un Zeppelin, en una imagen que se completa con un auto antiguo, un empleado uniformado arreglando un reloj público y la cúpula del Congreso de la Nación. Ese caleidoscopio fue la señal de partida de su carrera.
–¿Se sintieron incomprendidos?
Solá: Lo seguimos sintiendo. Yo creo que hay gente que nunca entendió la propuesta, que hay gente que la fue entendiendo con los años, y que hay quienes te interpretan y acompañan en esa cosa rara que es La Chicana, porque en definitiva puede molestar lo que proponemos: hacer convivir a los tangos con otras músicas. Siempre hemos sido marginales de todo. Primero, marginales dentro de lo marginal que era el tango. Ahora que el tango está en boga, seguimos siéndolo. En una nota reciente sobre el tango actual nombran a todos, menos a nosotros. Está bien que no me nombren a mí porque hay miles de cantantes, de Lidia Borda a Soledad Villamil, y por ahí La Chicana no entra en la movida del tango. Pero Acho es uno de los principales letristas, más allá de que te guste o no.



Estol: No nos conocen por lo oscuro y lo críptico que puede ser La Chicana. Pero la gracia es que cuando nos metimos en el tango fue justamente para explotar eso: la ambigüedad en la bisagra, como habíamos visto en el flamenco joven. La Chicana es un grupo muy académico para ser popular porque no es rock, y es muy popular para ser académico, porque tampoco nos metimos con la onda Piazzolla. Esta fue siempre nuestra estética. En las notas que se hacen sobre los autores contemporáneos de tango me convocan. Ahora, a La Chicana, que es el vehículo de mis letras, lo consideran alternativo, porque metemos cumbia o chamamé, que es lo que distorsiona. Pero si escuchás La Chicana es tango.
–¿Su obra tiene descendencia en otros grupos?
Estol: Yo creo que sí. Por el lado de Conjunto Falopa hay un tango excéntrico. O a través de la Orquesta Ciudad Baigón que, aunque no suene parecido, siento que me habla, que escuchó a La Chicana y también que la ideología y la forma de encarar el tango le pegó. Y afuera del tango también hay una influencia.
Solá: Para mí el aporte de La Chicana al tango es enorme: abrimos una puerta importantísima. Eso lo puede reconocer hasta gente a la que no le gusta el grupo. Dio permiso para hacer un tema de The Cure en un disco de tango, como el caso de Alfredo Piro, o para generar el ciclo Menesunda que relaciona tango y rock, y que lleva adelante Cucuza Castiello.
–¿Dónde se ubican en este mapa musical contemporáneo?
Solá: Es como si a propósito nos peleáramos con las etiquetas. Cuando hay un festival de rock como Lollapalooza, los organizadores convocan a un grupo de tango y eligen a la Fernández Fierro, porque es tango, pero medio loco. Nosotros no les cerramos a los organizadores porque no somos claramente tango, ni tampoco hacemos rock. Escapamos de todos los lugares.
Estol: Es increíble, porque nunca nos vieron como a Me darás mil hijos, con quienes somos parientes. Con la canción folk, donde hay muchos amigos, como Dacal, Onis, Lebrero, tenemos una red en común, incluso con Palo Pandolfo, que es de nuestra misma generación. En Espiritango, de Los Visitantes, empezó el germen: ahí está la red de lo que vino después.

–¿Cómo se llevan con la tradición en el tango?
Estol: Al principio nuestra disyuntiva fue cuánto tenemos que mirar hacia atrás para empezar a generar proyectos. Siempre miramos hacia adelante, porque para atrás es una espiral, en un punto se termina.
Solá: En los 90 se creyó que se moría el tango, se iba de las manos. Por eso hizo furor lo académico y el revisionismo de repertorios. Si uno quiere estudiar, debería ser el comienzo, pero la realidad del género tiene que estar en el presente. Me parece que lo académico tuvo un interés y ocupó un lugar por falta de presente, para que no se pierda la transmisión. Es necesario perderle el miedo al tango, que exista por sí solo en el presente. Desde ese lugar se pueden hacer canciones increíbles. Revisar todo el tiempo el pasado solo tiene valor en la medida en que el tango no está vivo.
Estol: Porque además el origen del tango es totalmente rebelde y subversivo. La academia por un lado lo preserva en la sequía, pero por otro lado lo mata. Gardel componía sin saber qué era un do y lo que hizo es la mejor música de la historia.
–¿Cómo ven el tango en perspectiva, si lo comparan con sus comienzos hace 20 años?
Solá: Yo creo que se le está perdiendo el miedo, pero sigue siendo una lucha interna. Está el que se anima, el que mira con recelo, el que critica, el que dice que esto no es tango, pero comparado a cómo estábamos hace 20 años venimos bárbaro. Espero que siga así. Todavía hay que escribir muchos tangos más.
Estol: Estamos viendo una evolución clara. Los músicos de Buenos Aires que quieren decir cosas nuevas están entregados al tango, pero no ocurre lo mismo con el público. Sigue siendo el mismo de antes.
Solá: Para mí no es el mismo, pero es muy paulatina la incorporación de público. Hay gente joven a la que le interesa el tango y que va a ver muchos shows, que es fan de una banda. Esta riqueza de orquestas y de público antes no existía.

Andrés Casak
Fotos: Jorge Aloy

Estás leyendo:

De cerca

Tango de los márgenes