17 de septiembre de 2024
Mientras se presenta con su nuevo trío jazzero y prepara otro disco basado en la obra de su abuelo Astor junto a Escalandrum, el baterista no deja de buscar su mejor sonido.
Daniel «Pipi» Piazzolla trepa con naturalidad a la terraza de su departamento en el barrio de Coghlan, donde el sol le da batalla a la tarde de invierno, y se mete en su mundo, la sala doblemente acustizada en la que reposan dos baterías y un viejo piano de herencia familiar. En ese lugar pasa voluntariamente muchas horas por día, debido a que enseña batería a una legión de interesados en dominar el instrumento, además de ensayar y practicar metódicamente en clave de jazz las diversas músicas que lo incitan, una rutina gozosa que solamente interrumpe los domingos, el día sin tocar para «no estar quemado», tal como le aconsejaron hace más de 30 años en el Musicians Institute de Los Angeles.
«Tener esta sala en casa es una ventaja, porque mientras otros le aflojan yo no paro. Y gracias a eso todos los años voy sintiendo que hago una pequeña evolución y un cambio en mi sonido, no por una intención de querer cambiar adrede sino porque lo percibo así y se expresa en cosas sutiles que suceden únicamente si uno está todo el día con el instrumento», revela Piazzolla durante una entrevista con Acción.
«Soy un privilegiado por vivir de la música, me comparo con un futbolista que vive del fútbol y cuando se va de vacaciones se prende en un picadito.»
En la misma cuerda y acaso influenciado por las referencias riverplatenses que lo rodean (desde una caricatura con la banda roja hasta una foto tocando en el campo de juego del Monumental en el marco de un encuentro de la Copa Libertadores de 2017, cuando el club celebró 116 años de vida), asevera: «Soy un privilegiado por vivir de la música, me comparo con un futbolista que vive del fútbol y cuando se va de vacaciones se prende en un picadito, hace jueguitos y patea con el hijo. Bueno, en mi caso es lo mismo, si me siento a ver la tele todo el día no sabría dónde estaría mi atracción por el instrumento. Entonces la verdad es que subo acá todo el tiempo a hacer jueguitos».
Convencido de que al peso de un apellido celebérrimo forjado por su genial abuelo compositor y bandoneonista puede adosarle gloria a partir del esfuerzo y la dedicación, explicita: «A lo mejor estoy medio loco, pero a mí me motivó ser Piazzolla y soy como el tipo que cuando hay un penal va y pide la pelota para patear. Bueno, yo me lo tomé un poco así: “Dale soy Piazzolla, es esto lo que tengo”. Y entonces me mato estudiando todos los días, trato de no fallar en los ensayos y me aprendo todos los repertorios».
Y vaya si el músico tuvo y tiene repertorios para aprender. Después de iniciarse en el octeto de su padre, el talentoso pianista Daniel Piazzolla, con poco más de 20 años saltó a los escenarios internacionales como integrante de los grupos de Daniel Maza, Juan Cruz de Urquiza y Lito Vitale. En el camino también tocó con Paquito D’Rivera, Guillermo Klein, Aaron Goldberg, Hugo Fattoruso, Marty Friedman, Scott Robinson, Dave Samuels, Ligia Piro, Carlos Cutaia, Ernesto Snajer, Susana Rinaldi, Gustavo Bergalli y Horacio Malvicino, entre muchos otros.
En el presente es miembro fundador del sexteto Escalandrum, lleva más de 15 años al frente del Pipi Piazzolla Trío, se alista para ponerse tras los parches para acompañar las visitas del percusionista Minino Garay (que viene desde Francia) y del pianista Federico Lechner (radicado en España), se sumará al relanzamiento del quinteto de Guido Martínez y acaba de publicar Vivo en Bebop, un exquisito y variado álbum que lo unió nuevamente con dos viejos conocidos: Daniel Maza en bajo y voz y Hernán Jacinto en piano y que el jueves 19 tendrá su presentación en la misma sala donde se registró.
–¿Cómo nació el trío con Maza y Jacinto?
–Ellos son dos músicos y personas brillantes a los que conozco mucho. Venían trabajando como dúo, me invitaron a sumarme y se dio esta conjunción que hizo posible que en nuestro quinto recital hayamos grabado el disco sin tener la intención de hacerlo, sino por obra de José Mercado, el sonidista de Bebop, que lo registró y nos encantó cómo quedó. Lo siento como un gran disco, me gusta mucho.
–¿Tu idea es seguir adelante con este proyecto?
–En el jazz, si te llevás bien y hay buena onda y salen fechas, no hay motivo por el cual tengamos que dejar de tocar. Funciona así, no es que los grupos tengan ciclos por el hecho de que se haya grabado un disco o tengan un material nuevo. Si todo va bien, seguimos adelante hasta que la muerte nos separe.
–El jazz sirve como referencia, aunque en este caso también toquen otros géneros.
–Es que, si no fuera por el jazz, no sé si hubiésemos podido grabar un disco en el quinto show, porque hasta entonces el grupo había ensayado una vez o dos veces. Y todo lo que sucede es gracias a ese background fuerte que tenemos y también a nuestro amor por estilos como el candombe, la música brasileña, los boleros, el swing, el funk. Creo que eso hizo que todo se dé en forma más natural, más rápida, más espontánea.
«El jazz me da la libertad de hacer lo que yo quiero, de tocar con mi sonido y de ir cambiando los ritmos según mi parecer hasta en el día del recital.»
–¿La idea del jazz es la que te define como artista?
–Sí, me da la libertad de hacer lo que yo quiero, de tocar con mi sonido, de usar los platillos que yo quiero, de afinar la batería como yo quiero y de ir cambiando los ritmos según mi parecer hasta en el día del recital, aunque nunca antes haya tocado de esa manera para determinado tema. No hay tanta organización a nivel de «acá quiero que toques así», que es algo que pasa mucho en otro tipo de proyectos de música comercial. Es gracias al jazz que en los grupos que me llaman para que toque puedo dar mi impronta, mi sonido, ya que todo el mundo sabe que toco de esta manera y que todos los días voy a generar un groove nuevo, un ritmo nuevo. Quiero poder hacer lo mío siempre, que no me condicionen, que no me coarten, porque cuando a un músico le das muchas indicaciones le estás cortando las alas. Bueno, yo elegí desde 2001 abocarme al jazz porque sé que en este estilo se respeta el audio de cada uno.
–¿Y cómo describirías a tu toque?
–Mi toque es muy variado y sigue en proceso de investigación como siempre, si no, no me levantaría a las 8 de la mañana a practicar. Pero mi toque arrancó con el rock hasta que se me aparecieron Four & More de Miles Davis, Time Out de Dave Brubeck, el primer disco del pianista dominicano Michelle Camilo y otro de Paquito D’Rivera. Y a mis 17 años se me mezclaron todas esas cosas en la cabeza. Todo lo que estudié con mis profesores y también en Los Angeles me sirvió para conocer los patrones y, a partir de ahí, empecé a jugar con ellos y fue flexibilizándolos un poco, entonces puedo tocar ritmos latinos y swing y hacer que ambos suenen funkeros. Me gustan el funk y los ritmos irregulares, todo eso mezclado y tocados solo en el tambor o con escobillas, entonces lo que he tratado es de ir estudiando cómo generar variedades ante un mismo ritmo, porque en el jazz los temas no duran dos minutos en donde vos tocás un groove y listo. Tal vez entra un trombonista y hace un solo de tres minutos, después entra un trompetista y después entra un guitarrista y vos tenés que cambiar los colores y las aproximaciones constantemente, para poder ofrecerle variantes al solista y también un poco de frescura al grupo. Entonces un poco mi estilo es no tener cosas pre-armadas y reaccionar a lo que escucho, porque algo que odio es tocar parecido cada vez: siempre trato de darlo vuelta sin dejar de estar atento a la canción.
–¿Vas encontrando tu propio sonido en los diferentes proyectos en los que tomás parte?
–Seguramente. Yo creo que tengo un sonido, pero está en proceso y va cambiando todo el tiempo. Hasta hace dos meses atrás, afinaba el bombo agudo y ahora lo afino grave. Además desde hace cuatro meses estoy usando el ride, que es el platillo más importante en el jazz, con el que se puede sostener toda la banda, uno como los que usaban Roy Haynes y los bateristas de Pat Metheny. Con eso grabé el disco del trío, es un cambio total en la manera en que sueno.
–¿Esa búsqueda sonora tendrá también que ver con haberte formado con el piano?
–Empecé con el piano a los 6 años, pero me aburrí y a los 12 había perdido el interés, aunque sé que eso seguramente me vino muy bien para mi acercamiento hacia la música porque yo toco escuchando a los demás en lugar de hacerlo escuchando a la batería. Si puedo escuchar a los demás con eso hago que la batería no tape a nadie, porque sé que toco un instrumento peligroso: si, por ejemplo, tengo alguien cantando adelante mío y le pego a la batería con un palazo, esa persona no va a escucharse. Aprendí que si escucho a los demás, la banda está completamente ecualizada.
–¿Cómo explicarías la influencia de Los Borrachos del Tablón, la barra de River, en tu decisión de ser baterista?
–Del piano me había ido solo, tenía unos 13 años y fui a la cancha por primera vez en una época donde veníamos de la dictadura y aún en las plazas no se escuchaban murgas ni grupos de percusión. Y descubrí 30 bombos sonando a la vez, con los tambores, con los platillos y toda la gente cantando y me volví loco. A partir de ahí empecé a hacer los temas de la cancha en casa, en la cocina, con mis viejos. Los programaba en una caja de ritmos que tenía mi papá, hasta que un día en un show televisado vi a un baterista y descubrí que todo eso que me gustaba funcionaba en un solo instrumento. Automáticamente, esa semana empecé a estudiar con el «Oso» Rolando Picardi.
–¿Qué significa Escalandrum en tu vida musical?
–En Escalandrum no paramos nunca y tenemos mucha curiosidad por hacer cosas nuevas todo el tiempo. La música la tocamos siempre diferente y aunque la melodía es la melodía, todo lo que pasa por detrás de ella es completamente improvisado. Aparte somos una banda que sacamos dos o tres nuevos temas por semana, ya que ensayamos todos los martes y tenemos una pila de música no estrenada aún.
«A los 13 años fui a la cancha y descubrí 30 bombos sonando a la vez, con los tambores, con los platillos y toda la gente cantando y me volví loco.»
–¿Se puede saber en qué trabajan ahora?
–Estamos preparando algunas cosas para una música de una futura película y trabajando sobre música de mi abuelo Astor del año 1974, que fue cuando se creó Libertango y Reunión cumbre con el saxofonista Gerry Mulligan. La idea es hacer un trabajo enfocado en esa época, en la que hay tantos temas lindos como «Años de soledad», «Violentango» o «Cierra tus ojos y escucha».
–¿Cuál es tu relación con la obra de Astor?
–Me encanta y la toco un montón. A mis 21 años empecé interpretándola en el Octeto Piazzolla de mi papá y continué en los discos de Nicolás Ledesma, de Fernando Marzan, del Sexteto Mayor y también en giras con la cantante alemana Ute Lemper. Un proceso que se profundizó en 2011 con el disco Piazzolla Plays Piazzolla de Escalandrum, pero con un peso menor porque lo hicimos de manera completamente diferente, sin bandoneón y sin violín y con improvisaciones, pero sin perder la esencia de esa música en un material con el que hasta nos ganamos el Gardel de Oro. Después de eso solamente quiero hacer cosas buenas porque ya sé que funciona y que gusta: hay más de 2.500 obras y no me quiero quedar afuera, por ser el nieto de Piazzolla, de tocar la música más linda que dio la Argentina.