Cultura

De puño y letra

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Ventanas a la intimidad, laboratorios de estilo, retazos de autobiografías y testimonios de una época, las cartas firmadas por autores reconocidos siguen cautivando a los lectores. ¿Una especie en vías de extinción? Opinan críticos y escritores.


(Pablo Blasberg)

 

El poeta «neobarroso» y activista infatigable por los derechos de los homosexuales Néstor Perlongher le escribe a su mamá y le dice: «Madre: escribo esto para impresionarte, para que tus verrugas apergaminadas se ericen del pegoteo de unas níveas que ni veas lo que quieren decir. Una bazofia. Hamletiana. Un hijo calavera, y un padre que echa en las gomas de bronce la estirpe de un caballo. Apuesto que estarás contenta de que te escriba».   
Acceder a la Correspondencia (Mansalva) de un escritor como Perlongher causa una sensación que se bifurca en dos sentidos. Por un lado, produce curiosidad por saber cómo era la intimidad textual de alguien con probado talento literario. Pero, por otra parte, uno parece asistir con cierta nostalgia a los últimos ejemplos de una práctica que parece, a esta altura del almanaque, completamente arcaica y en vías de extinción. Son los últimos destellos de una máquina perfecta que, para ponerse en funcionamiento, solo necesitaba hoja, lápiz, memoria, ganas. Sin embargo, las cartas y los libros que las compilan son un género que, por suerte, se resiste a desparecer de las mesas de novedades.
Escribió el crítico literario Daniel Link al referirse a Querida familia (Entropía), el excelente epistolario en dos tomos de Manuel Puig: «Solo de los grandes escritores (Flaubert, Kafka, Proust, Pasolini) nos interesa leer cartas: es porque sabemos que, en esos casos, las cartas son la continuación de la literatura, por otras vías. En vez de la mera intimidad, la “intimidad personal” propia de un arte: el arte de la existencia (soy esta loca, tengo esta voz) vuelto asunto de escritura».  

 

Matices reveladores
La Correspondencia de Néstor Perlongher muestra muchas facetas en las que el poeta probaba su experiencia con la escritura. Explica Cecilia Palmeiro, la editora de este libro: «El corpus de cartas es un caleidoscopio donde aparecen las mil caras de Perlongher: poeta, antropólogo, feminista, activista intransigente, místico, alucinado, académico, proletario intelectual, enfermo, amante. Los aspectos que más me interesaron son aquellos a los que menos había prestado atención en mi análisis de su obra poética y ensayística: su feminismo radical a partir de las relaciones con sus amigas, su misticismo del Santo Daime, su fe en el Padre Mario, y sus visiones del éxtasis como forma última de salida de sí, que era en definitiva lo que siempre había estado buscando, ya fuera a través de la orgía, del amor, de las drogas o de lo divino. También me interesó mucho para pensar la práctica académica como algo no careta, contracultural: cómo habitar transformacionalmente ese espacio. Y me resultaron interesantes sus percepciones de la política como algo dinámico, cómo fue “la tía del movimiento gay” y luego le declaró la guerra a la identidad gay una vez que se había normalizado y estandarizado».

 


 

Si el epistolario de Puig se puede leer como una novela de formación o de «deformación» (el fracaso de una carrera en el cine para encontrar una luminosa carrera literaria) y el de Perlongher se percibe como un muestrario de vidas posibles, la Correspondencia entre Mario Levrero y Francisco Gandolfo, publicada por la editorial rosarina Ivan Rosado se disfruta igual que una extraña y reveladora película de amigos. Cuenta Osvaldo Aguirre, editor de este volumen: «No es un libro que viene a cantarnos la justa, sino a descubrir momentos, pasajes y reflexiones que desconocíamos: la época en que Levrero preparaba el Manual de parapsicología, el proceso de algunos textos de ambos, las reacciones de Gandolfo ante los primeros reconocimientos que recibe, etcétera. En el caso de Gandolfo, en particular, viene bien para desarmar o por lo menos relativizar una imagen bastante difundida, que lo presenta como un trabajador desbordado por las ocupaciones de la imprenta familiar y pasa por alto el trabajo y las ideas que sostuvo como poeta. En Levrero estas cartas son como un lente de aumento sobre sus primeras narraciones y sobre su interés por la parapsicología».
A Elvio Gandolfo, que además de escritor y periodista es hijo de Francisco, le interesó mucho leer esta correspondencia: «Me aportó matices para completar la imagen de cada uno de los dos. En especial porque aquí inevitablemente se mandan un poco la parte. A quienes no los conocieron les aporta muchos rasgos desconocidos, y un modo muy particular de ejercer la amistad y la crítica, en aquel entonces bastante difundido».

 

Campo de pruebas
Más allá de lo que opinaba Link, tiene sentido preguntarse qué les aportan a los lectores los libros donde se reúne la correspondencia de un escritor. ¿Funcionan a nivel literario o es simplemente un registro de la experiencia? El periodista y editor Daniel Gigena opina lo siguiente: «Los libros de cartas de escritores, como los diarios de escritores, son, además de autobiografías en potencia, un conjunto de claves para ir desde lo general (como el conocimiento de una época) hasta lo íntimo, pasando por las marcas de estilo o de la poética de un autor. En la correspondencia entre Yasunari Kawabata y Yukio Misihima, que editó Emecé, el tratamiento extremadamente cortés entre ambos podía parecer cómico en la Argentina. Las cartas de Manuel Puig a su familia mostraban las tensiones que provocaba su literatura en los lectores argentinos. Son muy valiosos en todo sentido: como registro y como campo de pruebas de un estilo (eso pasa en las cartas de Néstor Perlongher), como materiales para proyectos biográficos o investigaciones históricas. Hasta ahora ni los familiares de muchos escritores ni las instituciones oficiales en la Argentina se han preocupado por cuidar ese archivo colectivo tan valioso. También aportan información sobre las redes afectivas de los escritores, de la propia gestión y del desarrollo de su obra; pueden ser entretenidas y también aburridas: en este punto, es importante la acción de un editor en esta clase de libros».
Pero a veces las cartas sirven para algo más que para exponerlas: se utilizan, por ejemplo, para montar un show literario. La poeta y performer colombiana Tálata Rodríguez, radicada en nuestro país hace mucho tiempo, creó Padre postal. Ella lo cuenta así: «El espectáculo fue una idea concebida para el ciclo Mis Documentos, de Lola Arias, allá por 2014. En principio, intentamos abarcar otros aspectos de la relación padre-hija y en búsqueda de esos hilos, repasamos las cartas para darnos cuenta, casi inmediatamente, que ese material epistolar era el centro, tanto de la obra, como de la relación. Mis Documentos es un ciclo de lecturas performáticas basado en el material residual acumulado por los artistas: obsesiones, apuntes, investigaciones, fetiches, notas; así que Padre Postal tenía como objetivo general pasar ese material secundario a un rol protagónico. La lectura de las cartas en público me provoca sensaciones muy diversas. El trabajo con ese material tan íntimo permite alterar el pasado, en cierto punto. Por otro lado me gusta que en esta exposición trasparente (sin escenografías ni montaje) el instrumento principal es la voz. Ya van más de doce presentaciones y la emoción se mantiene intacta». Para Rodríguez, las cartas tienen una trascendencia literaria indiscutible. «Hay muchísimo valor literario en lo no-estrictamente-literario: rutinas, ambientes, paisajes, medios de transporte, en las cartas entra el mundo sin artificio, en interacción directa con los que escriben. En este mismo sentido, pero en lo que respecta puramente a la carta analógica, me resulta muy valioso el paratexto del correo: sobres, estampillas, sellos, fechas, lugares, remitentes y destinatarios».

 

Archivo personal
Volviendo al libro de Perlongher y pensando en la carta como una especie en extinción, Cecilia Palmeiro opina que «tal vez sea el último epistolario de escritor del siglo XX. Se trata de un libro instalado en un momento histórico bisagra: entre la era del Sida y la era digital. Perlongher murió justo antes de la popularización de Internet y del email, pero cuando ya había PC, y cinco años antes del descubrimiento del cóctel contra el HIV que lo hubiera salvado. De hecho, en 1990 se compró una Toshiba portátil y una impresora, lo cual le permitió guardar copias impresas de todas sus cartas escritas desde entonces. Las posibilidades de la tecnología digital y la biopolítica del Sida: podía imprimir las cartas y sabía que se iba a morir, y que esas cartas eran parte de su obra. Él lo pensó así y por eso guardaba sus cartas más que las de sus corresponsales, construyendo así un frondoso archivo personal mirando hacia la muerte».
Entonces cabe pensar a estas cartas como las últimas expresiones analógicas en el amanecer del mundo digital. Son textos que no existen más, porque no existen las subjetividades que se construyen en profundidad hacia el interior, como en las cartas o los diarios íntimos. La tecnología digital nos ahorra esos abismos para lanzarnos a la aventura del ciberespacio, en las llamadas escrituras «éxtimas». Concluye Palmeiro: «Por eso, este libro me parece un collar de perlas barrocas vintage. Las joyas de la abuela, o de la tía Rosa».

 

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