24 de diciembre de 2024
A seis años de la partida física del escritor santafesino, una semblanza de quien se propuso desarmar la historia oficial y sembró humanismo a su paso.
Brindis por la vida. Las puertas de su casa estaban siempre abiertas a quien quisiera visitarlo. Bayer rindió culto al encuentro y la amistad.
Foto: Horacio Paone
«Yo me muero como viví», entonan Silvio Rodríguez y Luis Eduardo Aute. Y a Osvaldo Bayer, que anheló toda su vida ver multiplicados los panes y los peces, la estrofa lo define. En la calma de su hogar, rodeado por sus libros y plantas, Osvaldo decidió partir, tras una intensa vida militante, el 24 de diciembre de 2018. «Como buen anarquista, se fue en vísperas de la celebración de Nochebuena», decían sus seguidores.
La noche anterior, la hija de una vecina que solía visitarlo lo deslumbró con unas piezas de violín. El historiador quedaba absorto con los niños; pero no siempre había sido así. Una tarde, de visita en La Plata, convocado por el Hogar de la Madre Tres Veces Admirable, de la obra del padre Carlos Cajade, lo sorprendió no sentir incomodidad ante la gran cantidad de pibes que pululaban por el salón colmado, mientras exponía sobre el proyecto del Monumento a la Mujer Originaria, junto al escultor Andrés Zerneri. Algunos de ellos luego lo entrevistarían tras bambalinas para la sección «Baruyo» de La Pulseada, la revista de la obra. «Lo que son estos niños, por favor. Me embarullaron a preguntas», contó aquella vez.
Portador de una ética inquebrantable y de la puntualidad germana que lo caracterizó cada minuto de su vida, Bayer rindió culto al encuentro y la amistad. Las puertas del Tugurio, la icónica esquina de Arcos y Monroe en el barrio de Belgrano, estaban siempre abiertas a quien quisiera pasar. Cualquier excusa era válida: una entrevista, un brindis por la vida y la lucha campesina, la conmemoración del día internacional de los trabajadores. La suya fue una vida de producción intelectual y movimiento: hasta que la salud le permitió manejar su agenda, se levantó cada día a las 5 de la mañana. Se lo podía encontrar dando el presente en espacios de memoria, en las calles; acompañando luchas obreras, campesinas, de trabajadores o pueblos originarios. O sentado frente al teclado de la PC en su pequeña habitación, con el piano de Robert Schumann sonando desde el tocadiscos rojo anarquista.
Disfrutaba bromear y recordar las más disparatadas anécdotas. Como aquella vez que en pleno servicio militar junto a sus compañeros simuló representar una obra de teatro y el superior los encontró a dos de ellos en pleno idilio, y les gritó: «¿Se dan cuenta? ¡Son todos putos!». O las razones de por qué dejó de manejar: «Con el gordo Soriano estábamos en el exilio. Venía seguido a mi casa en Alemania. Era un hermano para mí, pero peleábamos mucho, a él le gustaba provocarme y yo casi siempre caía. Una tarde yo manejaba y él iba sentado del lado del acompañante. Empezó a contarme que había pasado la noche con una señorita, bah, con una acompañante –rememoraba el escritor–. Me dijo que la mina se había puesto densa, que no quería irse. Le pregunté, casi afirmando, si no se le había ocurrido tratarla mal. Soriano me contó que en un momento la mina se le vino encima y él le dio flor de cachetada. ¡Sos una bestia, estás loco! ¿Cómo le vas a pegar? grité mientras soltaba el volante y lo miraba a él. Chocamos de frente, del auto se bajó un turco que nos gritaba de todo y nosotros sin entender nada». Bayer nunca supo si el relato de Soriano fue real o una de las tantísimas bromas con las que su entrañable compañero intentaba provocarlo.
A contrapelo de la historia
Como pocos, Bayer mantuvo una conducta intachable entre decir y hacer, llevando una vida sencilla, brutalmente surcada cuando debió partir al exilio: a poco de instaurada la dictadura genocida, su nombre integró las listas negras de autores prohibidos.
Dictadura. Amenazado, el escritor debió dejar Argentina. Ya en democracia, pasaba mitad de año aquí y mitad en Alemania.
Foto: Archivo
A Osvaldo, además, le dieron el ultimátum para dejar el país. Desde ese momento, su vida quedó partida en dos: mitad de año aquí, mitad en Alemania. «El exilio es una enfermedad que lleva a la cuarentena del afectado», dijo en un documental de la televisión germana. En aquellos oscuros años, y junto a su amigo el poeta Juan Gelman escribió a cuatro manos, Exilio, alegato contra la guerra, la muerte y la destrucción de la condición humana.
Autor de la voluminosa historia de las trágicas huelgas en el sur argentino popularmente conocida como La Patagonia rebelde (obra de cuatro tomos, el último editado en Alemania en tiempos de la dictadura de Videla) y de la exhaustiva biografía del anarquista Severino Di Giovanni, Bayer se dio el lujo de reeditar, ya en la vejez, el periódico La Chispa, medio que fundó en el sur argentino, y que había llegado a los ocho números en la edición original, entre diciembre de 1958 y abril de 1959. Junto con el escritor Bruno Nápoli, curador de la obra, y de manera colectiva, la reedición de los números facsimilares de La Chispa representó una nueva apuesta periodística con la raigambre ideológica que lo marcó y que fuera su norte: «Contra el latifundio, contra el hambre, contra la injusticia». Eso también fue Osvaldo, quizá, inconscientemente: puente del encuentro entre pares, puente hacia lo colectivo.
Principios
Aun seriamente afectado por los achaques de salud –como la trombosis en una pierna que le imposibilitaba deambular largas horas al día–, quien soñó la socialización de la riqueza con el hombre como protagonista de la cooperación, decía presente en cuanto encuentro lo convocaban. «Me he propuesto no tener piedad con los despiadados. Mi falta de piedad con los asesinos, con los verdugos que actúan desde el poder, se reduce a descubrirlos, dejarlos desnudos ante la historia y la sociedad y reivindicar de alguna manera a los de abajo –es una de sus tantas declaraciones de principios–, a los que en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común. La verdadera y única división entre los argentinos está entre los que aceptan y los que no aceptan negociar los crímenes de la represión y la corrupción», expresaba el historiador.
Seguramente, Bayer estaría muy afectado con el retroceso político, económico y social que transita nuestro país, con números que indican que el 66% de los menores de edad viven en la pobreza (por citar solo una de las estadísticas que abruman). Se sentiría igualmente ofendido con la apropiación mileísta de palabras tan preciadas para la lucha obrera como libertad y libertario. Pero, al decir de su amigo Rodolfo Braceli, quien prologó Los cantos de la sed, el único poemario que Bayer publicó, «permitámonos suponer un disparate. Imaginemos que el mentado Dios con mayúscula existe. Ese Dios salta, baja de su oceánica nube para darle un abrazo a nuestro entrañable poeta. Osvaldo, siempre alerta, no dejará pasar la ocasión, seguro que a Dios le dirá: Mejor ocúpese de los desguarecidos de siempre, vaya a abrazar a los olvidados de Dios».