24 de octubre de 2025
Exponentes de una tradición de que se transmite entre generaciones, encaran el oficio desde una perspectiva que se diferencia de las grandes cadenas. Historia fértil y presente incierto.

Marca de origen. Yanover en Norte, atendida por sus dueños desde 1961.
Foto: Guadalupe Lombardo
Debora Yanover tenía poco más de 20 años cuando quedó por primera vez al frente de la Librería Norte. Sus padres, Héctor Yanover y Olga Aisenberg, se habían exiliado en medio de la dictadura militar.
No sabía cómo manejarse con el negocio, pero el aprendizaje no fue solo una cuestión de práctica: también contaba un oficio recibido por transmisión familiar.
Norte es una librería atendida por libreros desde sus orígenes en 1961, cuando Héctor Yanover compró una pequeña papelería en Pueyrredón y Santa Fe. La definición no es una redundancia sino una marca de distinción: «Es otra forma de trabajar el libro, distinta a la de una cadena de librerías», afirma Debora Yanover en el local de avenida Las Heras 2225, donde se mudaron hacia 1967.
Gabriel Badaraco también se crio entre libros y hoy conduce Badaraco Libros, con locales en el Centro Cultural de la Cooperación y en la avenida Entre Ríos 921. Su padre, Ariel, trabajó en la librería Fausto –referencia de excelencia en el oficio y también del devenir del sector, ya que fue absorbida por una cadena– y en LiberArte, la «bodega cultural» de la avenida Corrientes que nucleó a lectores, libreros, escritores y artistas hasta fines de los años 90.
«Mi viejo tenía un talento y un tacto especial para enamorar a los lectores. Es lo que intento imitar; él murió en 2004 y no llegó a conocer la librería, lo que lo hubiera emocionado», cuenta Gabriel Badaraco en el CCC. Gregorio Schwartz, «el viejo bribón», como llamaban afectuosamente al dueño de Fausto, apreció esas cualidades cuando Ariel Badaraco trabajaba en una librería de usados y lo llevó a su empresa.
Héctor Yanover (1929-2003) se inició como empleado de la Librería Huemul y, asociado con Rubén Aisenberg, instaló en 1957 la Librería Santa Fe. Los socios no congeniaron y él vendió su parte. Librería Santa Fe continúa a cargo de Juan Carlos Aisenberg, hijo del fundador, y cuenta con seis locales en la Ciudad de Buenos Aires.
Poeta y autor de Memorias de un librero, un clásico en el rubro con cinco ediciones corregidas y aumentadas, Yanover regresó del exilio al cabo de un año y condujo Norte hasta que asumió la dirección de las bibliotecas municipales de Buenos Aires y después la conducción de la Biblioteca Nacional, entre fines de los 80 y principios de los 90.
Debora Yanover volvió a administrar la librería, ahora con experiencia y formación. «A Yanover le encantaba tomar empleados muy jóvenes. Nos enseñó el oficio a todos los que trabajamos en Norte», cuenta. Hubo dificultades que excedían al negocio, porque «al principio de los 90 no había libreras en Buenos Aires, en algunas editoriales me maltrataban por ser mujer y algunos colegas eran señores muy machistas que se la pasaban hablando de fútbol en las reuniones», recuerda.
Desafíos contemporáneos
El 22 de agosto hubo una lectura de poetas libreros en Norte, con la participación de Sandro Barrella, encargado de la librería. La reunión fue parte del ciclo «Un sapo intuitivo», pero también se inscribió en una línea histórica: Norte es un lugar de encuentro para escritores e intelectuales a partir de las tertulias que se improvisaban en sus comienzos los sábados a la mañana, según recuerda Debora Yanover.

Perfil particular. Badaraco en el local del Centro Cultural de la Cooperación.
Foto: Facundo Nívolo
Gabriel Badaraco comenzó a trabajar como librero a los 20 años, en LiberArte. «Cultivé el oído –dice–. Poder escuchar a Juan Gelman, Osvaldo Soriano o David Viñas, entre otros escritores que pasaban tiempo en la librería, fue muy importante en mi acercamiento a la literatura y al oficio».
También editor, con el sello Ediciones Luxemburg, Badaraco entiende el rol del librero como mediador insustituible entre el lector y el libro. Tuvo una distribuidora especializada en publicaciones de ciencias sociales hasta 2022 y gestiona sus librerías con perfiles particulares: una sigue el ritmo de las actividades del CCC, «allí me encuentro en laboratorios donde se produce pensamiento»; otra se dirige a los vecinos del barrio San Cristóbal y ofrece también talleres, un club de lectura y presentaciones, al modo de un centro cultural.
«En pandemia, cuando Alberto Fernández anunció el aislamiento obligatorio, expliqué a los clientes por email que la librería iba a cerrar y que no sabía si volvería a reabrir. Se armó una cadena solidaria impresionante entre clientes y amigos, gente que no quería que cerrara», cuenta Badaraco. Sus librerías continuaron funcionando pero, advierte, «lo que la pandemia no pudo, podría lograrlo el Gobierno actual».
«El negocio de librería es siempre como jugar al ahorcado. Los años kirchneristas fueron buenos, y antes, incluso con las cuasimonedas la gente compraba libros. Hoy estamos peor que nunca», afirma Yanover. Badaraco comparte el diagnóstico y agrega otro factor, «la recesión espantosa» que también señala la dueña de Norte: «Ante la baja de las ventas las grandes editoriales le entregan el alma a Mercado Libre o venden por su cuenta, con lo que perjudican a las librerías chicas, especializadas».
Enfrentar la adversidad es también parte del legado. «Hay que reinventarse, y también tenemos experiencia en ese sentido», explica Badaraco. «Lo que más me preocuparía sería que se pierdan las iniciativas y la alegría. Los libros serán necesarios para superar este momento de retroceso y de tristeza que nos quiere inculcar la política de la crueldad». Y ahí estarán los libreros de tradición familiar.
