A partir de los cambios en los consumos culturales que produjo la irrupción de Internet, las traducciones de los temas musicales al lenguaje audiovisual ganaron libertad creativa y se acercaron cada vez más a la calidad de un cortometraje.
26 de mayo de 2017
Dirigidos. Estelares, Calle 13, Andrés Calamaro y David Bowie explotaron la fusión de las canciones con los códigos cinematográficos.En el nuevo milenio, el mundo audiovisual y las formas de consumo cultural cambiaron y se diversificaron de manera vertiginosa. Inserto en ese panorama, el videoclip ha tomado vuelo cinematográfico. Cuando en enero del año pasado David Bowie lanzaba su último disco, Blackstar, sorprendía con un cortometraje de diez minutos dirigido por el realizador sueco Johan Renck (Breaking Bad, The Walking Dead) que, conceptualmente, remitía más a una película de autor, con referencias y guiños que se alejaban de lo que durante años se conoció como videoclip.
Y es que, de un tiempo a esta parte, los más destacados nombres en el arte de la dirección no solo están detrás de las series más elogiadas. A la hora de ser presentadas en la pantalla chica, las canciones también se nutren de cineastas que apuestan por un género que les permite asumir riesgos estéticos y narrativos, sin dejar de lado sus convicciones y con un lenguaje que conocen a la perfección. En la actualidad, los videoclips se convirtieron en cortometrajes: son un instrumento más para contar historias, tan válidos como cualquier otro formato audiovisual. Juan José Campanella, ganador de un Oscar por El secreto de sus ojos, fue uno de los tantos que incursionó en el formato y lo hizo junto al grupo Calle 13, para la canción «La vuelta al mundo». «Para mí representaba una gran excepción y el tema en particular me vino bárbaro, porque pegaba mucho con el tipo de historias que me gusta contar, de gente común», explica. «Yo empecé editando videos de rap cuando recién se originaban en Nueva York en los 80. Y esto fue una elevación de ese material, por las letras de René y su poesía, que están muy por encima de la media».
El realizador indie Leo Damario (Palmera, Olympia, Hermosa gravedad) es el autor del último videoclip/cortometraje de Andrés Calamaro, correspondiente a «Rock y juventud». Pero la dupla fue más allá del género cuando en 2014 presentó Bohemia, una película que acompañó la reedición del disco homónimo. En diálogo con Acción, Damario cuenta que en un principio el cantante y compositor lo convocó porque no quería hacer un videoclip clásico, sino un corto más cercano al cine. Como la compañía discográfica se oponía a la iniciativa, lo financió él mismo.
Inicialmente, de la unión creativa salió «Cuando no estás», que tuvo unas 22.000.000 de reproducciones en YouTube. La experiencia devino en otros dos cortos que atravesaban los temas. Y terminó convirtiéndose en una trilogía. «Los tres cortos confluyen en Bohemia, la película, que es la conjunción perfecta de lo que es el videoclip y el cine, algo que podría definirse como una ópera-videoclip».
Para el cineasta argentino Eduardo Pinto (Palermo Hollywood, Caño dorado), que a lo largo de su carrera trabajó con Estelares, Catupecu Machu, Luciano Pereyra y Fabiana Cantilo, por citar solo algunos, el género es hijo del cine. «En los 90 veías MTV y la estética partía de distintos exponentes del séptimo arte, como en «Otherside», de Red Hot Chili Peppers, que remitía a la estética del expresionismo alemán, con sus referencias a El gabinete del Doctor Caligari», analiza. «Después hubo una imposición de las compañías de mostrar al artista, algo que generó una saturación de la imagen: te cansabas de ver caritas perfectas. Este recurso terminó perjudicando a los músicos. Ahí aparece el poder del lenguaje cinematográfico puesto al servicio del videoclip, donde el músico, a veces, ni siquiera aparece. Solo se necesita un actor y una historia para contar. Yo siempre utilicé el videoclip como aprendizaje para narrar historias en pocos minutos, como en un corto».
Origen de la sociedad
El vínculo entre cineastas y músicos alcanzó un pico de masividad en 1983, cuando Michael Jackson revolucionó la concepción del videoclip con «Thriller», dirigido por John Landis. La experiencia dio origen al término «videoclip de autor». Con sus 13 minutos de duración, algo inédito hasta el momento, produjo un quiebre estético que marcó el rumbo a seguir. En 1987, Jackson convocó a Martin Scorsese para poner en imágenes su canción «Bad», y repitió con el propio Landis en «Black or white», de 1991.
La lista incluye a directores consagrados como Brian de Palma y su trabajo para Bruce Springsteen, o Jonathan Demme y su reunión con New Order. Las conexiones entre Sofía Coppola y Air, David Fincher y Madonna, Spike Jonze y Beastie Boys o Wong Kar-Wai con DJ Shadow también dieron como resultado trabajos cercanos a lo que se suele ver en la pantalla grande. Mientras unos se lanzaron al terreno musical cuando ya eran cineastas consagrados, otros usaron el medio como plataforma para llegar a la pantalla grande, como fue el caso de Michel Gondry con sus contribuciones con la islandesa Björk.
Para Pinto, la imagen y la música están unidas siempre porque son lenguajes compartidos. Así como hay uniones entre directores y compositores dentro del cine clásico (Alfred Hitchcock-Bernard Herrmann, Coppola-Nino Rota, entre otros), también las hay entre cantantes y realizadores. «El arte audiovisual es comunitario, estamos todos ligados y conectados. Para un director de cine hacer un videoclip es un acto de libertad, no así filmar una publicidad. Para un músico, hacer un clip con un director es extender al máximo el proceso creativo de su obra», afirma.
Democratización
De los 80 a esta parte, las modas y costumbres cambiaron y, con ellas, también lo hizo el videoclip. En el medio, los canales que transmitían música en imágenes durante las 24 horas tuvieron que reinventarse y empezaron a programar series, reality shows y hasta animaciones. Hoy, el videoclip ya no necesita exclusivamente de la televisión, que fue reemplazada por Facebook, Instagram, Twitter y, principalmente, YouTube.
El periodista especializado Gustavo Álvarez Núñez cree que una red como YouTube cambió, en primera medida, la circulación. «Esta democratización permite, supuestamente, ampliar la difusión para muchas propuestas minoritas o emergentes. Sin embargo, hemos entendido que el mainstream sigue ordenando el acercamiento de mucha gente a los consumos culturales. Las preferencias actuales siguen siendo parecidas a cuando las grandes radios o los canales de videos eran los tutores del gusto popular. Tal vez el cambio de la aparición de YouTube se relacione con que los directores se permiten ser más libres y no tienen que estar encorsetados en la difusión de un tema». En esa misma línea, Pinto opina que el director tiene que buscar la transgresión, generar la diferencia. «Es un formato súper exprimido. Tal vez la diferencia en estos tiempos sea la austeridad, el minimalismo: un personaje, un rostro, una sensación. Este tipo de historias jamás envejecen. El clip es una construcción de dos fuerzas, la canción y la imagen. Si se logra esta conjunción, aparece una nueva obra audiovisual, que tendrá más fuerza que la canción misma».
Por estos días, muchos festivales de cine tienen una categoría especial para la competencia de videoclips. Y esto se debe a que se convirtieron en un género en sí mismo, con historias para contar y personajes que se sostienen por sus propios medios. Según pasan los años, su efectividad no se disipa y su ocurrencia aumenta exponencialmente, por eso hoy la idea de considerar a un videoclip como un cortometraje adquiere una validez irrefutable.