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A partir del éxito de ciertas sagas, los libros para adolescentes ganaron un espacio propio en las librerías locales. Las claves de una tendencia en ascenso, según escritores y editores.

 

(Pablo Blasberg)

Para cualquier lector, hoy no resulta extraño ingresar a una librería y toparse con una variopinta cantidad de libros con marcas de diseño bien definidas, capaces de capturar la atención de los más jóvenes. Al leer las contratapas, se puede apreciar que dentro del arco genérico de estos textos sobresalen la novela de aventuras, la novela romántica, el fantasy y la ciencia ficción. Se trata de registros esenciales para la literatura juvenil, un rubro cada vez más presente en el mercado editorial. ¿Estamos frente a un fenómeno que llegó para quedarse? Valeria Fernández Naya, gerente de marketing de la poderosa Penguin Random House, señala que la demanda de esta clase de material «representa aproximadamente el 15% de la venta de todo el catálogo de la editorial». En buena medida, advierte, lo anterior se vincula con la visibilidad que alcanzó el género en las grandes cadenas. «Las librerías les dan a estos libros un espacio especial, fuera del sector infantil, que es donde tiempo atrás estaban ubicados. Hoy muchos best sellers juveniles cruzan los límites y llegan al público adulto, con lo cual el lugar de estos volúmenes en la librería cada vez se acerca más al sector de los más vendidos y se aleja del mundo de los niños», comenta Fernández Naya. Florencia Tomac, gerente comercial de V&R Editoras, opina en el mismo sentido: «Desde nuestro departamento de marketing se intenta ofrecer al librero herramientas e instrumentos de comunicación dinámicos y atractivos, que motiven al lector joven a incorporar a las librerías como un espacio en el que puedan pasar tiempo durante una tarde, sentarse a leer, etcétera».
Si de ventas hablamos, el carácter serial de varios de estos textos produce un efecto de retroalimentación, pues los jóvenes lectores «se quedan con ganas de más», algo que los autores aprendieron a partir del batacazo de la saga Harry Potter. Se generan, así, miles de fanáticos. «El año pasado trajimos a James Dashner, el autor de la saga Maze Runner, y su presentación y charla en la Feria del Libro fue un éxito sin precedentes, así como también lo fue su firma de ejemplares», comenta Georgina Dritsos, jefa de prensa de V&R, que también edita la saga Partials (su autor, Dan Wells, fue invitado este año al mismo evento, con igual repercusión) y otros títulos taquilleros.
Otro autor paradigmático del rubro es John Green, editado por Penguin Random House. Se trata del autor de Bajo la misma estrella, Ciudades de papel (ambas llevadas al cine), El teorema Katherine y Buscando a Alaska. En el catálogo de la editorial también se destacan Eleonor & Park y Fangirl, de Rainbow Rowell; ¿Y si quedamos como amigos?, de Elizabeth Eulberg; y Te daría el mundo de J. Nelson, entre otros. Evidentemente, preponderan los autores estadounidenses. Sin embargo, también se destacan algunos exponentes vernáculos. Nora Lía Sormani, investigadora especializada en teatro y narrativa infanto-juvenil, advierte que «la literatura juvenil nacional está en auge, con grandes escritores que apostaron a esta franja con obras de calidad. Los extranjeros que llegan al gran público suelen trabajar con recetas literarias “efectivas”, pragmáticas. Nuestros escritores juveniles apuntan a la creación de obras más profundas, insertas en el imaginario argentino». Para Sormani, vale la pena destacar los trabajos de Andrea Ferrari, Sandra Comino, Sandra Siemens, Marcelo Birmajer, Pablo De Santis, Sebastián Vargas, Liliana Bodoc y Márgara Averbach.
Autora de Canciones en el agua y El bosque del primer piso, entre otros, Averbach es además docente universitaria. La escritora tiene un singular punto de vista sobre este fenómeno: «No creo que exista una literatura juvenil, excepto en el sentido de un nicho de mercado que, claro, puede que esté creando una. Pienso que la juvenil no existe, que es literatura de adultos, con protagonistas adolescentes. Cuando escribo juvenil, escribo igual que escribiría para un adulto y sé de muchos libros escritos para adultos que el mercado decidió publicar como juveniles», sostiene. Averbach también reflexiona sobre la exitosa saga creada por su colega Liliana Bodoc: «La variedad que hay en su obra es inmensa, se pueden pasar sus libros de juvenil a adultos y viceversa. Eso pasó con la Saga de los confines, que la autora escribió para adultos, se publicó como juvenil y después volvió a publicarse, pero para adultos». Por su parte, la aludida Bodoc considera que «en el concepto literatura infantil y juvenil se enmarcan tanto los intereses del mercado editorial como ciertas genuinas características literarias. No hay duda de que las editoriales catalogaron estos textos, los independizaron, los clasificaron en franjas etáreas de dudosa eficacia, pero es cierto también que no inventaron la literatura para niños y jóvenes. Las definiciones de literatura infantil y juvenil son muchas, y casi todas pueden problematizarse». A modo de conclusión, la escritora señala que «se trata del corpus de textos que pueden dialogar con el lector niño o joven, aquellos que le permiten al destinatario establecer una relación crítica e igualitaria. La literatura, cualquiera sea su lector ideal, es una propuesta estética antes que ninguna otra cosa. Es cierto que la literatura infanto-juvenil incluye diversos géneros, pero esto ocurre también en la literatura para adultos. La variedad genérica no es un problema ni una clave para definirla. Sí es un problema el frecuente desmerecimiento que sufren los textos literarios pensados para comunicarse con la infancia y la adolescencia».

Ezequiel Obregón

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