Cultura | SUSANA GIMÉNEZ

Los 80 de una diva desbocada

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Julián Gorodischer

Con el error y la espontaneidad como aliados, la actriz desplegó su carisma desde un living televisivo hasta alcanzar la categoría de ícono argentino.

Despedida. Alejada de la televisión, Susana se retiró de los escenarios en Punta del Este. 

Foto: NA

«Yo soy esa –desafina–, la misma de siempre, aquí estoy, un año más». A casi 40 años del estreno de su marca definitiva –el programa Hola Susana–, a poco de haber cumplido 80 años, sigue asociada a los 90 del exceso decorativo, el animal print y el plateado; los divanes blancos, las alfombras peludas y las vistas recién inauguradas de Puerto Madero al río. Hola Susana, con el expresidente Carlos Menem y su prole visitándola y, desde entonces, de acuerdo con su construcción mediática, todos los días es el mismo argentino día en el que Susana desenvuelve rosas amarillas, saluda a los Susanos y bendice a Menem, a Darín, a Maradona: «Tenés los rulitos de cuando eras chico».
Durante años y años, fue verla en el tránsito del escritorio al living; la lectura de «agradecimientos» y vuelta a empezar, como si todo cobrara sentido en ese raid que excluye a lo real. Susana es la pionera del photoshop, la misma piel tersa desde su debut cinematográfico en Los neuróticos, de 1968; la misma rozagante blancura desde que dijo «Shock» para promocionar el jabón Cadum y –resume su epopeya– jamás se detuvo hasta convertirse en «la mujer más famosa de la Argentina».
Vida y obra de Susana (de La Mary a Mi novia el…, y de Carlos Monzón a Huberto Roviralta) es el mismo flirt entre miembros de una pareja que se aman fervorosamente hasta que rompen con similar pasión, en una picaresca de ribetes dramáticos y policiales que alimentaron el consumo mediático de los últimos 50 años de prensa rosa en la Argentina, hasta que esta se extinguió y la intimidad de los famosos se exhibe a voluntad en redes sociales.
No en las de Susana, que poco sabe de Instagram, según reconoció; aún permanece en un modelo de figuración solo válida si involucra una guardia eterna a la salida de un teatro o una fiesta; de cámaras especiales –se decía tiempo atrás, en esos 90 de fantasía– que le reducían dos talles y esa lámpara sueca que estaba estipulada por contrato, y la convertía en profesional de la pose.
Bastaba con que fuera el eslabón necesario para que se catalizara la palabra oficial de otra era, su poder político, sus astros deportivos, sus parejitas de consumo masivo descartable blanqueando en su living televisivo por primera vez o yendo solteros a redimirse: Diego, Coppola, Julio Iglesias, Mamá Cora, Carlín Calvo, su ex Darín, Pinti, Gasalla, las vedettes, los Susanos, el teléfono blanco. Así se configuraba un marco camp de repetición periódica, con mucho brillo y glam.
Su distracción, su mirada al fuera de campo; y cuestionarse y habitar el error; y su serie anual de bloopers devenidos en «especial»: todo eso es también Susana, y en un momento de galas formales televisivas y locución engolada fue revolucionario. La mítica fábula concretada de la mujer común repentinamente tocada por un hada de éxito y fama es el testimonio de un star system argentino que existió en una época previa a la crisis terminal del medio y a la fábrica de ídolos rápidos y baratos que aportó el reality show.
Cuando, como allá lejos con Menem, iba a volver a la tele de la mano de la bizarría filo-farandulesca de Milei, que tan bien le debería haber sentado al rating de su Telefe, prefirió no hacerlo, por pretendido covid, que quedó desmentido por De Brito en LAM: «Su familia» le habría pedido que no volviera así. La entrevista se cayó sin fecha cierta de reprogramación, y el «encuentro de titanes» augurado por las huestes libertarias en la previa, quedó reducido al olvido sin mayores explicaciones.

Piel de Judas
Un folclore de lo nacional, deslucido e intercambiable –pasado por la cultura de masas– se hace presente en el elogio del insulto porteño que, en el caso de Susana, genera el clímax de empatía. «Conchuda de mierda», dice (aplausos). «Cornuda de mierda», dice (una ovación). Éxtasis del público al ver brillar al icono que se despide del teatro –aunque ahora se anuncie una futura última temporada en la avenida Corrientes– en un hotel de Punta del Este.
La elegida como ídolo hizo durante años elogio de la falla, del no saber, del equivocarse (el «dinosaurio vivo», aludido alguna vez, que se convirtió en souvenir). «Te cagó una paloma, boluda», dice Marion, su personaje en Piel de Judas. Esa es la Su de la gente, marcando identidad contemporánea desde «Shock» a La Mary, brillando como su marquesina traída especialmente de la China cuando montó la obra en Buenos Aires.
Su modelo de «extraviada temperamental» es la paradoja que construye magnetismo; es la mujer doble, niña fatale, vieja joven, enamorada y dejada, semiconsciente, con la mirada un poco bizca que parece dirigirse a un fuera de campo, estilo Belle de Jour. Quedan, para el memorial, el sabor de la reducción de personajes a estereotipos y la bajada de línea sobre los modelos legales y legítimos de vincularse en el amor; quedan el rictus fijo y la interpretación de única gama: dos gamas, en verdad, una en cada mitad de la obra (de «yegua mala» que habla grave a «esposa víctima» que habla agudo).
Eso también es «la Su» de hoy, una boca abierta desde un auto, una declaración altisonante sobre algún tópico que interesa a las nuevas derechas que llegan al poder; e igualmente eso queda encapsulado y separado del ícono argentino reducido, a esta altura, al color de las niñas albinas de su cabellera, a la risa tentada que da cuenta de que todo el tiempo alguien puede ser feliz y ser una «adorable criatura», empoderada desde la época de los culos de la revista Gente y el pellizco en las nalgas de las películas de Olmedo y Porcel.
Por haber estado en el candelero durante el «destape», recién salidos de la dictadura, hay que recordar que ella estuvo ahí. Y después reprodujo durante décadas ese calco del Ciao Raffaella, que tomó vida propia y arrojó palabras que suenan inmemoriales, y que la rodean y construyen su bizarro mundo pop: los Susanos, entre el secretario y el cortesano; un teléfono de línea como centro; una frase que se esperaba escuchar, ni más ni menos que el título del programa, para que el otro se llevara el dinero salvador, allá en alguna otra «crisis».

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