Cultura | YUYITO GONZÁLEZ

La era de la madurez

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Julián Gorodischer

Figura del humor televisivo de los 80 y los 90, la exvedette devenida en conductora conquistó a Milei en su programa de cable. Política, romance y sobreactuación. 

Fase uno. Yuyito coquetea con el entonces candidato Milei en la entrevista de «Empezar el día».

«Fachero; facha, facha. Está lindo, más en persona», dijo ella fuera de su compostura habitual, en aquella entrevista iniciática en su programa Empezar el día, del canal Ciudad Magazine. Es la «Yuyo», como se empieza a popularizar su versión «madura», antaño «Yuyito» (nacida Amalia González), otro de los «minones» de los 80 y principios de los 90, marcados por un injusto devenir: de haber sido objetualizadas y a veces toqueteadas por el cómico de turno pasaron a tapas de revistas fetichistas, luego olvidadas y, en el caso de Yuyito, hoy sobre-publicitada como consorte telemática del líder.

Esa mañana de la entrevista a Milei no quedaba nada de la cadencia tranquila a la que nos había acostumbrado la «Yuyito periodista» en algunas apariciones esporádicas, que le sucedieron al ostracismo posterior al fulgor joven de la vedette desde el Híperhumor del 86 a las huestes de Gerardo Sofovich, Alberto Olmedo, Jorge Porcel y Emilio Disi.
Antes, había sido «mucho culo y mucha teta» para esa franja hoy extinguida de un público eminentemente masculino que compraba la revista Playboy embolsada; un nicho prohibitivo de una industria en declive pero fuerte, a fines de los 80, cuando la libidinosa figura del espectador masculino del destape posdictadura seguía todavía firme. A él se dirigía Yuyito, en portada e interior de aquellas revistas colmadas de mujeres desnudas: mostrando «las gomas» en una tranquera, erguida desnuda en un carro de sulki, vestida de jineta con el pelo platinado al viento y sombrerito negro que le daban a su pose un aura de Buñuel, un dejo de Kubrick.

Yuyito en las tapas de los primeros 90: gestualidad extática con un mate en mano, cinturón de gaucho cubriéndole a medias el pubis; «cazada» en la playa poniéndose la bikini tras su sesión de topless; y luego –destino inevitable de las Noemí Alan, Naanim Timoyko, Susana Traverso– arrojada al patio trasero de los íconos femeninos eróticos ya consumidos y descartados como un pañuelo de papel usado, como un objeto muy deseado y luego tan culposo que quema.

Salida. Antes de la oficialización, la pareja comparte una noche de ópera en el Teatro Colón.

Foto: NA

Modelo explícito
«Vos te podrías haber quedado ganando en dólares. Y, de pronto, ¿por qué te metés en política?». En esa entrevista de Ciudad Magazine, Yuyito inauguró un modelo de bastonera, con preguntas servidas a respuestas autopromocionales, que jamás se le escucharon a Fátima, la ex de Milei. El presidente cambió a la estrella de la avenida Corrientes, que lo bendecía con su elección, por la interviewer que en cada acto de habla hace una afirmación. «Lo veo buen mozo», le confesó a un cómplice detrás de cámara, a lo que Milei le respondió que iba a tener que romper «todo el edificio, ahora, eh». Y después dijo: «¡Tantos elogios, no me los hubiera imaginado!».

Y se encendió la llama ese 3/11 previo al balotaje: era otro país, pero ya quedaba clara la tónica y la estética del mileísmo del corazón, que acompañaría su gestión en las antípodas de los escandalosos Alberto/ Fabiola, como una versión edulcorada, más light, asexuada –por más que proclame la práctica del sexo tántrico– de los romances dantescos de su bienamado predecesor, el Carlo.

«Está lindo tener la posibilidad de enamorarse», largó en una de esas pseudoconferencias de prensa ante sus panelistas en Empezar el día. Ahí se muestra displicente con respecto a su centralidad, como cuando Mirtha le recuerda que ocupó el lugar de Evita en el palco del Colón y se hizo la desinteresada. Facu, el tarambana hijo de Ventura, le pregunta si «conversaron sobre pasar a la segunda base». Y ella lo mira entre enfática y desorbitada, devenida dulce vocera, una conferencista diaria que usa la primera del plural: «Preguntas íntimas no contestamos».

«Es ahora o nunca, chicos. No soy una nena. No pensaba que me iba a enamorar», dice más tarde. Otra vez presume de su propensión a lo emocional: las pasiones se aceleran en este cuento de hadas y los vínculos se desarrollan como por criogénesis, en el laboratorio del cuore marketinero. Y por ahora les basta con eso que Yuyito define como un vínculo «delicado, sano», para luego coronar con una intención de representación que no podía faltar: «Señoras –le lanza a su espectadora promedio de las mañanas–, empecemos a reivindicarnos en esta madurez que nos suma muchísimo».

Lo que en Fátima ya era una obviedad (el armado de ese beso escénico chabacano que se dieron sobre un escenario de Mardel), en Yuyito es sobreactuado: ya a esta altura se sabe que empezando el día –como indica el título de su programa– ella pasa el parte conyugal, que deshilacha su fenómeno desde ángulos interesantes, a la manera de la periodista que también es.

Si Fátima era «la Argentina» por la acumulación de rostros de famosos icónicos en su propia piel, Yuyito es este país por la memoria oral y el imaginario colectivo que impregnó a tinta indeleble su rizado rubio ario y sus ojos celestes, la trikini ultracavada y el escote XL en una figura imponente de matria germana. Y está esa muletilla con la que mandaba a la «tandita» en el clásico Híperhumor: «¿Cómo andás del rollo? ¿No querés que te cargue la máquina?», hecha gigantografía que tomaba vida a los ojos del bobo aprendiz de farmacéutico –maltratado por su señor, Espalter–, en un tiempo en el que reírse era más libidinoso, en una pasmosa incorrección costumbrista con desniveles de guion.

¿Su destino? Mujer objeto que desde el añejo Las gatitas y ratones de Porcel, soportaba la cabeza del gordo entre los pechos, sexualizada a más no poder, siendo «Yuyito, la jardinera» a las órdenes de Gerardo en La peluquería de Don Mateo. Viene soportando ese rol de bastonera con poca dote para la actuación, luego mejor conductora de magazine pero, ante todo, es un rostro que remite a una historia del humor de este país. Ay, el humor: ese ardid, ese fetiche, para romantizar al Nerón de turno; mileísmo y mujeres, claro foco en las tablas, orgánico al show, como una máscara de tele-realidad que aspira a un buen rating.

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