1 de julio de 2022
Desde El Hotel de los famosos a La voz, las puertas de ingreso a la TV son custodiadas por especialistas que levantan o bajan el pulgar a los participantes.
Escucha. Soledad y Lali, las encargadas de evaluar a los concursantes de La voz.
HUGO BATTISTESSA
Todo jurado es un amplificador de ideas morales o sensaciones afectivas. «Demostrate que le ponés corazón. Te veo tu ilusión», dice Lali, jurado y coach en La voz argentina. La voz humana puede ser metáfora de una o muchas cosas: de deseo proyectado, de identidad asumida, de empuje y voluntarismo a prueba de fracasos. Otros jurados emiten fallos menos contundentes: puntúan con cifras o comunican decisiones que no afectan la continuidad en el encierro, pero La Voz es crucial: cada cosa que dicen sus especialistas modifica el devenir de esas vidas televisivas pero también reales.
En Showmatch, las pujas en el jurado eran crueles, con sorpresa, con deriva trágica, e incluían latiguillos que afectaban el buen nombre y el honor, como la injuria y el escrache. La voz o Masterchef Celebrity pertenecen a la nueva generación redentoria: abren puertas; están «junto al talento» y no en pos del mediático bizarro o de la exfigura devenida en estrella descartable. La voz trastoca los roles tradicionales del reality de jurados: el conductor (Marley) hace de movilero; el jurado (Lali, la Sole, Mau y Ricky y su padre, Montaner) propone una inversión del veredicto a la persuasión para que los participantes los elijan como coaches. «Si no me elegís, renuncio», sigue Lali, a tono con el énfasis que la separa del ruido, que la lleva al territorio de una labor entre la comedia y una fresca espontaneidad.
Nuevos exponentes
En los momentos críticos del país –como en 2001 en el que irrumpieron Gran Hermano y compañía– resurge el reality de encierro, y entonces la TV da o quita «oportunidades». El plano de los símbolos se hace cargo de la Argentina frustrada, sin trabajo y sin un peso. El jurado de MasterChef es el único que transmite contenido didáctico completo, en plena pospandemia, del boom del amasado casero, habilitados por la gracia del tema. Y Germán Martitegui, Donato de Santis y Damián Betular le suman un plus: el manejo del semblante que da a entender pero nunca cierra sentido, reproduciendo la intriga por una comisura que se estira un milímetro o una ceja apenas levantada. En contraste con los jurados morales del hoy, aquellos de Showmatch (Polino, Moria, de Brito, Pampita) eran chismosos e incomodaban a los participantes.
Desde el circo romano, el pulgar que sube o baja reproduce atracción en la masa ávida de exclusiones identificatorias, siguiendo una trama que avanza por acumulación y repetición de premios y castigos. Los jurados excluyen o recomiendan exclusiones de acuerdo con un número, un argumento técnico o la mera intuición. Si el formato triunfa y se replica es porque tiene la capacidad de crear mundos herméticos, sellados, donde la realidad exterior decepcionante no ingresa más que por suposición; allí, el movimiento se reduce a la mínima expresión de un trono giratorio o unos pasitos encima de una tarima, que marcan la asimetría inherente a esta relación.
Entre las individualidades, los que se destacan conocen el poder insinuante de una mirada profunda; saben sostener un silencio. Capítulo aparte es Gabriel Oliveri –en El Hotel–, que combina un aura displicente con la indignación a flor de piel a la medida de su rol gerencial, en un espacio que reproduce la dominación laboral y de clase. Sobresalen, a su vez, Martitegui en MasterChef o Pampita como conductora del Hotel por la sonrisa de Gioconda, incodificable; la mirada sugestiva de saberes no revelados; y pocas palabras para pasar rápido a otro tema con un timing a medida de la atención volátil del espectador.