13 de abril de 2016
La historia está inspirada en el abuelo del director Gabriel Osorio, un secretario personal de Allende que fue empujado al exilio por la dictadura. Una fábula animada de bajo presupuesto que vuelve sobre un tema algo olvidado en el país vecino.
Diez minutos. Eso dura Historia de un oso, la primera producción chilena ganadora de un Oscar, que narra cómo un oso es apartado de su mujer y su hijo, para hacer acrobacias en un circo. Está inspirada, como ha repetido el propio director Gabriel Osorio, en un drama familiar: el de Leopoldo, su abuelo paterno. Por ello, durante la entrega a mejor corto animado de la Academia, Osorio le dedicó el galardón a él y también «a toda la gente que, como él, ha sufrido en el exilio y espera que esto nunca vuelva a suceder».
En su departamento de Ñuñoa, barrio de clase media de Santiago de Chile, el realizador aún saborea la alegría que la estatuilla –posada sobre una biblioteca con libros de arte y cómics– le trajo a su vida y al país entero. «Nunca nos imaginamos que íbamos a ganar. No es que dudáramos de la calidad del corto, pero sabíamos que detrás de los Oscar hay un tema de industria y de política. Estábamos compitiendo contra Pixar y contra directores como Richard Williams, que ganó un Oscar por la animación de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, entonces lo veíamos difícil», dice. El hermoso y conmovedor film les llevó tres años y mucho esfuerzo, a él y al equipo de la productora Punkrobot, que completan Antonia Herrera, su mujer, licenciada en artes plásticas como él, el comunicador audiovisual Patricio Escala y la diseñadora María Elisa Soto-Aguilar, junto con otras siete personas.
Daniel Castro, el guionista, los ayudó a redondear el relato. Les costó trabajar con un presupuesto de 40 millones de pesos chilenos (unos 60.000 dólares), provenientes de fondos gubernamentales, de una universidad privada y de la propia caja de la productora. «Nada que ver con las platas yanquis», dice Osorio. Una parte sustancial de la realización fue «hacer el pelo del personaje: fue súper difícil y caro. Trabajamos solo con 3d, con un mix de elementos dibujados y escaneados de fotografías». La historia surgió de la memoria de Gabriel, que creció con la cercanía de su abuelo materno, que lo llevaba a pasear en bicicleta, y la intriga sobre su abuelo paterno. «Fue una presencia invisible en mi infancia. Me explicaron que no estaba, pero no me explicaron muy bien por qué estaba lejos. Yo nací en el 84 y él regresó a Chile en el 90, con la democracia», cuenta.
Todo había comenzado el 12 de setiembre de 1973. Al día siguiente del golpe militar, Leopoldo Osorio, entonces un concejal socialista que había sido secretario personal de Salvador Allende y figuraba en las listas de personas buscadas por la naciente dictadura, fue golpeado brutalmente y secuestrado en su casa, en la comuna de Maipú. Luego pasó dos años y tres meses en la Cárcel Pública de Santiago, donde se cruzó con Fernando Blanco Carrero, integrante del gap, grupo de seguridad del expresidente, y con el general Alberto Bachelet, padre de la presidenta Michelle Bachelet. Ambos terminaron muertos.
Desterrado de Chile, Leopoldo vivió en México, España y el Reino Unido, donde estudió Administración Pública en la Universidad de Glasgow. Poco antes de retornar, su hijo, el padre de Gabriel, murió. Este episodio no se narra en la película, que, intencionalmente, «deja algunas preguntas sin responder. ¿Qué paso con la familia? ¿Dónde están? Son las mismas preguntas que se hacen miles de familias que hasta hoy no saben dónde terminaron sus seres queridos», señala el director.
El cortometraje –que además del Oscar ganó otros 55 premios, entre ellos Mejor Corto Infantil y Mejor Dirección de Arte, en el festival Anima Mundi de Brasil– ha reabierto, según su realizador, «la ventana para que se hable de un tema que estaba medio olvidado en Chile. Y no tendría que ser así, porque se trata de la historia reciente. Este corto abre la discusión sobre qué versión de lo que ocurrió después del golpe del 73 se contará y sobre la importancia de no cometer los mismos errores». Mientras tanto, Historia de un oso recorre los colegios chilenos. «Algo muy lindo, porque más allá de la política, muestra el dolor de cuando alguien es alejado de su familia, y eso lo entienden perfecto los niños», concluye Osorio.
—Francia Fernández