Cultura

País tropical

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El género no sólo suena en bailantas y medios afines, sino también en publicidades y actos políticos. Los nuevos grupos y la ampliación de fronteras.

 

Referentes. La Delio Valdez, una de las bandas de jóvenes que le aportan su toque personal a los ritmos cumbieros. (Kala Moreno Parra)

Decir que la cumbia está en todo puede resultar extremista. Posiblemente resulte más preciso decir que se ha vuelto una especie musical aceptable, disfrutable y consumible para todos y en casi todos los formatos. Desde la cumbia dedicada a las mediáticas calzas de la Presidenta hasta el festejo en el bunker del PRO durante las últimas elecciones al son de Gilda, pasando por mil y un productos que se venden asociados con su cadencia inconfundible, esta vertiente popular latinoamericana que siempre se abrazó a los excesos y a los márgenes llegó a la madurez: con 50 años en la espalda, ya se ha instalado en el país –no sin sus detractores– como un género adulto.
A mediados de los 60, fueron Los Wawancó, El Cuarteto Imperial y Los Cartageneros, entre otros, los que marcaron el rumbo. Su sonido, dicen, colmaba los patios, las veredas y los clubes de barrio, cuando el deporte descansaba y se celebraba el disfrute popular. Sin aviso, las orquestas típicas pasaban del chamamé al jazz y de allí a la cumbia. Bailable por excelencia, hoy parece no abrazarse a lugares estancos: convoca a la danza en Córdoba, en una bailanta del conurbano, en un club de Colegiales o en una fiesta vip en Puerto Madero. Y, además, puede fusionarse con la electrónica, el rock y la música sinfónica sin sobresaltos.
¿Pero qué es la cumbia hoy? ¿Todo aquello que está atravesado por su ritmo pegadizo? Este género, que pasó dictaduras, primaveras democráticas, el neoliberalismo feroz de los 90, estallidos sociales, ¿es exclusivo de los sectores populares? «Por suerte, la cumbia es inabarcable», dice el periodista Mariano Del Aguila, uno de los autores de Familias musicales, libro que se adentra en el mundo tropical desde una perspectiva intimista. «Como territorio no tiene fronteras, y es un poco de todo: un parlante que explota desde un auto; Damas Gratis sonando majestuosamente en el Luna Park; los Wachiturros; la fiesta La Mágica en Groove, antes Metrópolis; Ricardo Iorio negándola y maldiciéndola; Carlitos Tévez ensayando un pasito», enumera.

 

Güiro y congas
«Lo popular excede territorios», coincide Lule Oke, cantante de Los Broster y promotora cultural. Pero aclara: «Ahora sí, creo que toma diferentes formas en base al contexto de quien la interpreta. Por ejemplo, la cumbia colombiana habla de pescadores, la del grupo Cumbia hasta el lunes dice “en la terraza”, mientras que Yerba Brava canta “en los pasillos de la villa se comenta”. Todo es cumbia, pero obvio que cada uno habla de lo que lo atraviesa», agrega Lule, integrante de una banda que podría ser parte de una escena cumbiera emergente bastante difusa, pero interesante y rica, con grupos como La Delio Valdez, Orkesta Popular San Bomba, Cumbia Club La Maribel, Pollera Pantalón y la mencionada Cumbia hasta el lunes, entre otros.
«Tocamos cumbia para aprender un género enorme que cruza casi todo el continente», responde Tomás Viano, voz de Cumbia hasta el lunes. «Le agregamos toda nuestra mochila musical, que es muy diversa. El género es un gran canal de comunicación con la gente: suena un bombo, un güiro y unas congas y hasta el más rebelde menea el pie», asegura.
«En la cumbia hay ciertos parámetros, pero se han vuelto imperceptibles», Lule. «En Los Broster tocamos sólo con tres guitarras criollas, y es cumbia. Hay cuestiones rítmicas o melódicas que te permiten sostenerte en el género, pero después cada uno puede hacer lo que se le cante», afirma. «¿Cuánto tiempo tuvo que pasar para que a Piazzolla lo reconocieran como tanguero?», apura Viano, por su parte. «Hay elementos característicos, pero en todos los géneros se escucha una fusión con otros mundos musicales que le eran ajenos. Hay tanto acceso a la información hoy en día, que la data que gira en nuestras cabezas es mucha y es imposible no volcarla también en la música. Te diría que la cumbia en nuestro país la bailan todos y ese me parece el límite más grande: que sea bailable. Después, lo que hay es una gran variedad de instrumentación, desde la que es tocada por orquestas hasta la cumbia sicodélica del Perú».

 

Cuestión de clase
El especialista en culturas populares Pablo Alabarces profundiza en el género al hablar de la «plebeyización», proceso por el cual bienes, prácticas y costumbres de origen popular pasarían a ser consumidas por los sectores medios y altos. «Es un proceso complejo, extendido en el tiempo, y que puede leerse tanto en la música como en el deporte», aclara. «Se trata de un fenómeno perverso, porque parece afirmar la democratización de una cultura cuando en realidad es un proceso profundamente conservador», define. Y aunque las clases medias y altas la «usen» como música festiva, comenta, «la cumbia permaneció ligada con las clases populares y su asociación con su condición de “música de negros”», polemiza.
En ese sentido, los sectores medios e intelectuales siempre pusieron a la especie musical bajo la lupa, ya sea desde la ironía, como Les Luthiers y su «Cumbia epistemológica» o Kevin Johansen y su «Cumbiera intelectual», hasta el humor en formato televisivo de la «Cumbia filosófica» del programa Sin codificar. En el otro extremo de las aproximaciones al género, según algunas versiones periodísticas la firma Lacoste habría ofrecido dinero a Wachiturros para que no usen sus paquetas chombas. La idea de una música de y para «negros» flota en el aire.
«Asistimos a dos formas de la relación entre clases medias y cumbia», comenta Alabarces. «Una es un desenfadado “blanqueamiento”, en el que sólo permanece el patrón rítmico como base para las versiones de distintas melodías del pop y el rock», señala, en una tendencia cuyo caso emblemático es la exitosa banda Agapornis, formada por ex rugbiers. «La otra es una cumbia políticamente correcta, inmune a toda estigmatización popular, sin su costado plebeyo», completa.

 

Derribando muros
La línea más estilizada, la que dejó los márgenes y llegó al centro, es la que puede encontrarse en lugares como la Ciudad Cultural Konex, Groove, Club La Paternal o el Festival Versátil. Allí la cumbia se «desgenera»: es un híbrido que toma condimentos del rock, el hip hop, el dub, el folclore, el reggaetón. Y ahí aparecen los nombres de Axel Krygier, Gaby Kerpel y su alter ego King Coya, Dick El Demasiado, Villa Diamante y las fiestas Zizek, un espacio donde la cumbia se volvió electrónica: para algunos, un invento argentino como el colectivo y la birome.
«Con Zizek Club empezamos en 2006, cuando la vida nocturna en Buenos Aires, luego de la tragedia de Cromañón, estaba un poco decaída», comenta Grant C. Dull, un estadounidense que hace una década vive en Argentina y encabeza las fiestas Zizek, a las que resume como «una expresión artística y musical del siglo XXI desde un lugar como Buenos Aires, con un perfil de artista que consume mucha información, música y cultura libre de prejuicios». Para Dull, la cumbia no tiene límites estéticos. «No sé bien qué son los géneros. Las clasificaciones para el arte son innecesarias. Una de mis ventajas, como extranjero, es que para mí la cumbia es sólo música. Sé que nació en Colombia, que tiene algo de África y que mutó hacia todos lados. Y me gusta estar involucrado en su transformación y evolución», comenta.
«La escena es algo indefinida y cambiante», dice por su parte Tomás Viano. «Hay un nuevo circuito de lugares, donde antes no tocaban bandas de cumbia y que ahora abrieron sus puertas al haber gente que quiere ir a bailarla sonando en vivo. Hay muchos tipos de cumbias sonando por toda la ciudad, con diferente sonido, instrumentación y letras. Nosotros metemos un granito más en ese mar», agrega el cantante de Cumbia hasta el lunes.
«A mí la escena me alucina. ¿Qué querés que te diga? Es una decisión de vida», confiesa Lule, de Los Broster. Ya sea entendida como género, subcultura, producto comercial y televisivo, «música de negros», objeto de estudios académicos, ritmo contagioso, voz de las clases populares o banda de sonido de una fiesta animada, posiblemente todo se resuma en la comparación que Viano repite con un toque de filosofía callejera: «La cumbia es como el agua, siempre encuentra un agujero por donde colarse».

Mariano Ugarte

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