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Palabras mágicas

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El dramaturgo estrena en el CCC «Juegos de amor y de guerra», el cierre de una trilogía en la que indaga en los golpes de Estado sufridos en la Argentina. Su presente en el teatro y la televisión. Repaso de una carrera autodidacta, singular y exitosa.


(Jorge Aloy)

Prolífico y talentoso, autodidacta y original, exquisito y popular, punzante y humorístico: el dramaturgo Gonzalo Demaría se multiplica en escenarios de teatro y en televisión. En abril estrena Juegos de amor y de guerra, con Luciano Castro, Andrea Bonelli y elenco, dirigidos por Oscar Barney Finn, en el CCC. La considera el cierre de una trilogía iniciada con El diario del peludo y continuada por Deshonrada, enlazada por las referencias a los golpes de Estado en la Argentina. «La primera trata sobre el golpe del 30; la segunda, el del 55; y esta última, durante el golpe del 43, plantea la historia de un hijo y de una madre, que tiene algo de Medea, que ocurre en el marco del «escándalo de los cadetes» dentro del Colegio Militar. Son períodos que, como a todo argentino, me han marcado. La historia me interesa muchísimo», explica.
Simultáneamente, se presenta Tarascones en el Teatro Cervantes. En Telefe se puede ver ADDA: Amar después de amar, miniserie cuyo guion creó Demaría junto con Erika Halvorsen. Y también está muy avanzada El maestro, la ficción que escribió con Romina Paula para Pol-ka, que será protagonizada por Julio Chávez. ¿Cómo logra producir contenidos para formatos tan variados? «Yo ya había colaborado, escribiendo un sketch, en el programa Poné a Francella. Pero nunca estuve mucho en la tele porque es duro, implica dedicarle una porción de mis horas a hacer un trabajo que no es el de autor, precisamente. En el caso de ADDA fue posible escribir bien los 70 capítulos, literalmente codo a codo con Erika durante más de un año: es la única forma de que la tele me devore el espacio para hacer lo mío».

Trance escénico
«Sé que soy raro», se define. «Nunca formé parte de ningún movimiento de la dramaturgia de mi generación. Siempre fui una especie de outsider. Tengo una formación bastante desordenada. Mi madre y mi padre eran abogados y en mi casa en Belgrano había una gran biblioteca. Mi viejo también me llevaba al teatro; recuerdo haber visto Las de Barranco, en el Cervantes, cuando actuó por última vez Eva Franco. Después, en el colegio, escribía las obritas que hacía la maestra de curso. A los 15 años, mi viejo, que había sido compañero de colegio de Tito Cossa, le pidió que espiara alguno de esos cuadernos Rivadavia en los que yo escribía. Y él  no solo tuvo la paciencia de hacerlo, sino que también me citó a un café, como si yo fuera un par de él, y me explicó un par de cosas. Básicamente, la importancia de leer e ir a ver teatro. Fue un gran consejo: no concibo escribir sin leer».
A sus 46 años, Demaría ha hecho obras inolvidables, como La maestra serial, una hipérbole sobre las docentes sarmientinas; Sangre, sudor y siliconas, en verso, inspirada en Tito Andrónico, de Shakespeare; El cordero de ojos azules, que hicieran Carlos Belloso y Leonor Manso, dirigidos por Luciano Cáceres. Muchas obras de su producción se han montado en París, España y, próximamente, Tarascones se verá en Brasil. El teatro es su territorio, pero solo dirige ocasionalmente: «Cuando todavía tengo algo para decir sobre el material, que no lo terminé de decir escribiendo, o cuando creo que no voy a encontrar quién entienda lo que escribí, como me pasó con La Anticrista y las langostas contra los vírgenes encratitas». Y agrega: «El teatro es rito. Y el rito implica una especie de estado de todos los involucrados. Cada cual se vale de las herramientas que mejor maneja, para alcanzar ese estado. En mi caso, yo creo en el poder mágico y chamánico de las palabras. Por eso busco las palabras indicadas, para producir esa hipnosis, ese encantamiento, ese trance».

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