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Rap en castellano

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Durante la última década, el género extendió sus dominios de la mano de rimas que alcanzaron impacto popular aliadas con el funk, el reggaetón y la cumbia. Sellos independientes y encuentros callejeros. Opinan los protagonistas del circuito actual.

Mestizaje. La música urbana, según Emanero.

 

Quizás algunos pensaron que los primeros indicios del rap en Argentina no darían brotes. Eran pocos, es verdad. Pero desde Jazzy Mel (primer bombazo mediático del rap local) a Sudamétrica (sello y espacio conducido por Mustafá Yoda) hubo un terreno fértil para que, de a poco, un género nacido en el Bronx (Nueva York, Estados Unidos) vaya tomando su propia forma en estas tierras. Durante la última década, el hip hop criollo fue testigo de una explosión: se ramificó, se volvió alternativo e independiente, ganó público joven y generó grupos de pertenencia, discos, simples y circuitos autosustentables.
La música de tradición popular cuenta con sus propios relatos y el rap local no es la excepción. Jazzy Mel entonces fue pionero a la hora de inaugurar la métrica de algunas canciones transmitidas por Canal 9. Bizarro, cierto, pero importante. Casi de manera simultánea, después de las primeras películas y discos (todo material de importación) llegaron los Illya Kuryaki & The Valderramas, fanáticos de los Beastie Boys y del desarrollo de la música negra. «Siempre hubo mucho rap en Buenos Aires y nosotros nos sentimos parte», dice Dante Spinetta en el documental Buenos Aires rap.

Trovadora. Miss Bolivia: el poder de la rima.

 

En 1997 circuló entre los iniciados Nación Hip Hop, un compilado de rap underground que realizó Alejandro Almada (actual manager de Él mató a un policía motorizado). A partir de esos años, comenzaron a aparecer, además de los primeros músicos, elementos como el fanzine Moshpit Posse (1996-2000) y periodistas como Juan Data, editor de esa publicación y productor del documental El juego (1999). Dentro de ese campo, llegaron los raperos que formaron Sindicato Argentino del Hip Hop (uno de sus integrantes era Mustafá Yoda), La Oz y Actitud María Marta, una banda conformada por las primeras raperas del género.

 

Batallas locales
En el estudio de Sudamétrica se exhiben los discos que el sello y productora fue editando, trofeos (está el que dice que Mustafá Yoda es el primer campeón argentino de freestyle, el estilo que se usa para improvisar rimas), una colección de vinilos y un micrófono profesional. «El rap es el nuevo rock: negarlo es algo tonto», afirma Mustafá. «El Hip Hop es un movimiento, no es solo música. Es una cultura rica, con distintas ramas: música, arte, baile, ropa, poesía», explica. Mustafá está preocupado: dice que Internet está mal usado, que YouTube logró moler a palos al filtro y hoy es todo «copia y pega». «Eso vacía de contenido las líneas que un rapero larga por su canal privado de videos», explica.
La escena del hip hop nacional se asemeja a un monstruo marino escondido en un lago del sur. Muy pocos la han visto, pero ahí está: disruptiva, alternativa. Experimenta, madura y crece para conquistar a una música joven acostumbrada a las fórmulas conocidas. Al ser una cultura urbana, una vez que hacen pie sus ramificaciones se multiplican. La base tradicional está integrada por cuatro elementos: el grafiti, el baile (breakdance), la rima (los MC o maestros de ceremonias) y la base musical (a cargo del DJ o las bandas). Además está el fundamento de origen, que «unifica el tiempo y la raza, la ubicación y su multiculturalismo, el ritmo y la hibridez», según apunta el crítico musical estadounidense Jeff Chang en su libro Generación hip hop (Caja Negra).
En el circuito de Buenos Aires, entre las manifestaciones más firmes de la actualidad, se anotan el movimiento y desarrollo de los MC; la incorporación de elementos del hip hop de parte de algunos músicos que no llegan del núcleo duro de la movida; o, yendo un poco más al estado de algunos subgéneros, a través de los nuevos referentes del trap (su sonido es más agresivo, porque toman referencias de otros géneros, pero su importancia reside en la lírica, algo más melódica y barrial).  
«Argentina es tierra de boxeadores y raperos», dice el periodista Juan Ortelli, director de la revista Rolling Stone y jurado internacional de la Red Bull Batallas de los Gallos. Esa competencia, al igual que las que se arman en las estaciones de trenes del segundo y tercer cordón del Conurbano, inundó de rimas la ciudad. «Son los poetas del presente», explica Ortelli. El freestyle pisa fuerte hace varios años. Argentina cuenta con un campeón internacional (Dtoke) y varios representantes que viajan por Latinoamérica y Europa (por nombrar los más importantes: Sony, Tata MC, Frescolate, Frane).

Mirada femenina. La joven rapera Kris Alanis.

Seleccionado. La conección real, referentes.

 

«El concepto de freestyle aplica a todo», dice la periodista Micaela Ortelli, que viene registrando algunos de los puntos fuertes del rap en el suplemento Radar de Página/12 y en las revistas Marimba y Hecho en Buenos Aires. «Son muchos los MC que hay en la ciudad, hay que escucharlos», concluye. Y la joven rapera Kris Alanis agrega: «Creo que las batallas fueron la puerta de entrada para que el hip hop crezca masivamente en Argentina».
«Para el hip hop siempre es un momento crucial: crece, constantemente. De todas formas, el pico es cada vez más alto», dice Núcleo (Marcos Miranda), rapero e integrante de La conección real, quizás la banda de rap más importante del momento, junto con los Vasuras Crew (que aglutinaron a una selección integrada por Marciano, Fianru, Frane, CNO, Obie, Juanito Flow, El arquitecto de la rima, Under MC, Neo pistéa y el cordobés Synchro). «El contenido actual de las batallas por momentos es muy bueno, por momentos es mediocre y por momentos es básico. El roce y todo lo que genera una batalla se vive en el escenario y solamente la puede experimentar una persona que siente esa adrenalina», opina Miranda, que además es el fundador de El triángulo estudio, un espacio autogestionado que le da voz a raperos sin recursos y con futuro.
Emanero (Federico Giannoni) editó tres discos, algo inusual en un ambiente que se guía por simples y videos que se reproducen en línea. Es un mestizo en el movimiento actual: incomoda tanto a los MC que relatan la mugre de la urbanidad, como a los grupos que hacen base en el hip hop pero también abrevan en el funk, el reggaetón o la cumbia. De todas formas, siempre insiste en la unión del hip hop. Emanero toca en Niceto y lo agota; lo mismo sucede en Vorterix. Es un fenómeno sostenido por un público diverso. «La causa principal del crecimiento fue la entrada de sangre nueva al género, en la gente y en los artistas. Durante muchos años, el rap apuntaba a un público mayor de edad, con fiestas de trasnoche y letras que no identificaban a un adolescente», analiza.

 

Zona de cruces
En ese movimiento de expansión, aparecen los músicos que no son tan aceptados por los puristas del género, pero que igual tienen repercusión. Mixturan otros ritmos y retoman, musicalmente, nuevas narrativas sociales. «Por más que yo haya salido del estilo y ahora esté trabajando con otro tipo de base (reggaetón, cumbia), al rap lo elijo porque es una herramienta privilegiada para plasmar muchos contenidos y resolver todo en tres o cuatro minutos. El rap tiene la estética y la métrica para hacerlo, y eso también te va permitiendo ser una trovadora», explica Miss Bolivia.
Para Sara Hebe, «es un género de protesta, indefectiblemente. El elemento más importante es la palabra. Las líneas que uno escribe están adelante y eso, generalmente, refleja un descontento social: contamos lo que nos pasa y lo que vemos en la calle. Es la manifestación más honesta que encuentro en la música», dice la cantante, que mezcla sus bases de hip hop con cumbia y velocidad punk.
«El desarrollo del funk y el soul es personal de cada banda, nosotros tratamos de personalizarlo», dicen Lo Pibitos, una banda que nace bajo el influjo de Illya Kuryaki. «En nuestra cocina están saliendo unos platos llenos de conciencia, buenas intenciones sazonadas con onda y estilo. Del rap venimos y hacia el rap vamos», apuntan.

 Trap. El subgénero cultivado por Malajunta.

Raíces. Lo Pibitos incorporan funk y soul.

 

Malajunta, en tanto, hace trap. Edita un simple por quincena y tiene 360 temas registrados. Su disco Mucho lov es un ejemplo de vaporwave, un estilo que mezcla rap, sonidos electrónicos y samples de propagandas de TV de los 80 y 90. «Ahora estoy armando un tema que sé que va a ir para adelante: “Sin chamu ni Autotune”. No tengo nada contra el Autotune, pero en mi música no lo podría poner porque perdería el sentimiento», explica Malajunta, mientras aclara que abandonó su papel de MC porque no le gusta el clima farandulero que se arma. «Aunque al freestyle nunca lo podría dejar, compongo con ese estilo: está adentro mío», se corrige en tiempo real.
Parece que no, pero están: es el nuevo underground. Tienen nuevas metodologías, consiguen impacto, son sus propios técnicos audiovisuales y no necesitan del mercado. Estallan sus rimas en todas las esquinas, sean de asfalto o de tierra. El hip hop en Buenos Aires maduró y crece como árbol frondoso. Malajunta lo dice en «Ahora quieren pan», uno de sus temas publicados este año: «No le doy cabida al fono/ al menos que sean los vagos/ en Instagram, Facebook y todo/ figuro desconectado./ Yo estoy gozando a mi modo, haciéndola de callado/ me mantengo lejos de todo/ y eso los tiene atrapados».

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