Un repaso de la escena emergente que está dándole forma al chamamé actual y sus derivados. Las características de la región y las vías de desarrollo que encuentran sus grupos y solistas. Opinan referentes como el Chango Spasiuk y Carlos Aguirre.
8 de febrero de 2017
Coqui Ortiz. Marca el rumbo a los jóvenes.
Hace un tiempo, el Chango Spasiuk largó una idea provocadora y con un tono interpelativo: comparó al chamamé con el blues. «Es lo mismo, es la música del cosechero de algodón, del trabajador rural», dijo. Lo que ocurre, advirtió el compositor y acordeonista misionero sin que se le moviera ni uno de esos pelos dorados que le rozan el hombro, «es que el blues superó su prejuicio de clase y expandió las fronteras. Y el chamamé todavía no». Si hay algo que caracteriza a la música del Litoral argentino es la presencia directa de su ambiente natural en las canciones. Ese sonido, actualmente, atraviesa el río y, de a poco, comienza a revertir lo que señalaba Spasiuk.
«La generación de Coqui Ortiz o el mismo Negro Aguirre generó un microclima musical muy importante. Claro que vienen a Buenos Aires, pero tratan de mantenerse tocando hacia adentro del país. Eso será muy beneficioso, porque va a retroalimentar a otros artistas de nuevas generaciones», señala el periodista Gabriel Plaza a la hora de pensar en los nuevos referentes de la música del Litoral y sus formas de acción.
Ceciclia Pahl. Grabó el notable CD Litorâneo.
«Con el movimiento y con el fluir de los músicos se genera una intercomunicación. Y eso se ve, sobre todo, en el Litoral», explica la intérprete Cecilia Pahl, que en 2015 sorprendió con Litorâneo. Lucas Monzón (Resistencia, Chaco) grabó Noctámbulo (2012), un gran debut. La crítica musical afirma que es un paso evolutivo en el acordeón chamamecero después de Ernesto Montiel, Raúl Barboza y Spasiuk. «Hay muchos jóvenes trabajando para generar nuevos espacios regionales desinteresadamente y con pasión. En mi caso, en un tiempo estaba por irme a vivir a Buenos Aires, pero finalmente me quedé y todo se dio de una manera muy positiva y fluida en mi vida artística», dice Monzón.
Del folclore al rap
No es posible abarcar todos los discos y artistas que han salido en los últimos años. Pero en un breve repaso aparece Coqui Ortiz (Colonias Unidas, Chaco). También Joselo Schuap, heredero de cantautores como Zito Segovia, uno de los principales agitadores del nuevo movimiento de músicos populares misioneros. Tiene una canción que se llama «La placita», quizás uno de los primeros chamamés donde se cuela el rap. Marcelo Dellamea (Resistencia, Chacho) es un guitarrista autodidacta que ahora experimenta con el jazz por consejo de Luis Salinas. La voz de Gicela Méndez Ribeiro (Paso de los Libres, Corrientes), por su parte, renueva los límites del chamamé contemporáneo. Y, por último, también están las carreras de Matías Arriazu (Formosa) y Sebastián Macchi (Entre Ríos) que, además de ser compositores, son parte de la banda estable de Cecilia Pahl.
Lucas Monzón. La evolución del acordeón.
nos de las proyectos más destacados los llevan adelante Les Yacarés (Resistencia, Chaco), Los síquicos litoraleños (Curuzú Cuatiá, Corrientes) con su sonido psicodélico; el lenguaje solista y experimental de Guazuncho y el dúo Las Liebres de la Ciudad de Corrientes; el rock urbano de Viñas, Ale Marasso y la banda del Eco con su rock de armonías mezcladas con algo de folk local; el electro rock-pop de Galácteos; el jazz-fusión de Cúmulus; el rap acústico de La Yan (entre otras raperas litoraleñas); y la influencia folclórica en Guauchos y Nde Ramírez desde Formosa.
A la hora de repasar estos nombres, el compositor y referente Carlos Negro Aguirre engloba: «Cada uno va aportando desde su perspectiva, con sus elementos. Lo bueno es que también tienen su propia opinión. Algunos vienen con una formación clásica, otros más académica y otros más empírica, porque son tocadores de la calle. No lo digo con un sentido despectivo: para mí son también, y justamente, una escuela litoraleña con las mismas legitimidades que las otras».