9 de febrero de 2025
Junto a Mauro Icardi, Wanda Nara y L-Gante, la actriz le da vida al culebrón del verano que, entre las redes sociales y los programas de chimentos, mantiene en vilo al público.

Celebridad. La China se mueve con naturalidad entre los micrófonos y las cámaras.
Foto: Ramiro Souto
Ellos dos representan el colmo de la diversión, el disfrute, el avión privado, la escapada fugaz, la habitación de hotel de lujo, desde que se conocieron hasta hoy. Poca parla, mucho plano contraplano, cuidados como por un director de arte dedicado a postearles las stories de Instagram. Cada uno en lo suyo, la China Suárez y Mauro Icardi son dos VIP en la fiesta Bresh, donde ella se viraliza como cada día con una coreo alla TikTok pero bordeando los 30; son la noche de Gardiner, las persecuciones de los papparazzi que los colocan en un rango de celebrity de otros lares. Es entonces cuando el contraste entre ambos se vuelve marcado: ella avanza segura como una gacela salvaje; él, mirada al piso y hombros contraídos, nada que ver con su porte anterior de físico cultivado y tatuado.
En las fotos posadas, él goza con la mirada al off, invariablemente, a la tercera ausente de la relación, a la que –se supone– le dedica la mise en scene de un romance tan repentino como calculado, un knock out que se anunció como expresión de deseos cuando la ex combinó amorío con L-Gante con denuncias, y no se esperaba lo que llegaría. La China vibra la escena, es más física que racional; no intenta demostrar, se presenta como un «espíritu libre» ajeno a la moral y a la diatriba por arremeter contra hombres casados. «La nipona, que se presta a esto, es muy fondo de olla», la acusó Yanina Latorre. Luego, «Mauro Icardi ‘destrozó’ a Yanina Latorre»: esa categoría novedosa, así se interactúa hoy en el foro de lo público-mediático.
Como dijo Martín Caparrós, a cualquier argumento rudimentario en Twitter se lo corona con un insulto, y el lenguaje está al servicio de la violencia discursiva: «linchó», «arrasó», «domó», primeras secuelas evidentes de cristalización en el lenguaje del estilo de la coyuntura que baja desde la política, sulfurando cada estría del show y el business. El dinero en cuantía adormece el estrés de estos protagonistas; no existen la angustia ni la culpa; son humanos de otra índole, que llaman la atención pública; entonces, la nota rosa los retrata en extraordinario trip de Milán a Estambul, que él intercala con declaraciones a la Justicia por los juicios con su ex.
«Él cierra contratos», dice la nunca caduca prensa del corazón, mientras ella recorre «las impactantes calles de Estambul y hace compras». Y en Intrusos ya le plantan un objetivo secreto a la China Suárez: «Ingresar al mercado turco de la telenovela», a partir de esta nueva ola de popularidad que le da la contigüidad con el astro del fútbol. Antes se había dicho que «él le pagó un millón de dólares», y la deriva en las repetidoras de América ya instaba al Panelismo a debatir si «con un millón estás salvado de por vida». Para Tartu, no, para Sabrina Rojas sí, en el nuevo programa Pasó en América. Todo se acelera a la velocidad de una storie de Instagram, con esa misma insistente volatilidad: el bolso Birkin, que remeda al de la ex mujer, y la tendencia de él a los regalos caros, y la de ella a acoplar con inmediatez a sus clanes ensamblados, guiada más por el impulso que por la planificación.
Bye bye intimidad
Están ahí por algo. Así como existió el boom Caras durante el menemismo, hoy se vuelve a aplanar la trama mediática: el monotema apenas permite que aflore algo sobre Gran Hermano, y el resto es esta rústica, explícita anécdota de culebrón de líneas previsibles: la vendetta de Icardi y la China se distribuye en capítulos, algo anestesiada desde que empezaron a viajar en un raid frenético de Mar del Plata a Estambul en una quincena de este verano que, sin duda, les pertenece; aunque el foco no descuida la que vislumbra como la puntada final, o la vandálica venganza que vendrá, que se pergeñaría en una casa del country Santa Bárbara, donde Wanda y sus años de chica petardo se potencian con el rioba tumbero de L-Gante, en busca del golpe compensatorio.
La novela tiene final abierto, y hasta podría aparejar una restitución de dos menores, Francesca e Isabela, a Turquía, donde él estaría a la fecha preparando el terreno desde su rol de influyente astro deportivo que ya arrastró a una multitud al aeropuerto a recibirlo y que, dicen los corresponsales de la tarde en la tevé que los saca por Zoom, «hoy aman a la China y consideran a Wanda como una problemática». Y estuvo también el gran acto de amor, la prueba, la entrega: la China llevándolo a Icardi a declarar en su auto, a la Fiscalía, convocado por la acusación de violencia de género presentada por Wanda junto a su letrada, la mediática doctora Ana Rosenfeld.
La vida anterior, todo lo que era de ellos, de cada uno, pasó a segundo plano. Y así se inicia el vertiginoso ciclo de la vida figurada, en ritmo de scrolleo y cuyo contenido nunca se corre de la inexorable foto fija hecha para no durar más que un día, con ambos híper-fotogénicos «incendiando» las redes, como dice el portal cholulo. A ellos se los cuenta a la manera antigua, con estereotipos y clichés como el de la princesa elegida que deja todo para vivenciar el lujo global de la plata fácil, fusionado con otro cuento, el de la vengadora que busca revancha, la cobra que se cobra; en cualquier caso, nunca por fuera de la tradición del melodrama que, desde el principio de los brillos catódicos, garantizó narración lineal, fácilmente digerible, el deseo compartido de la casadera que, según parece, ni después del feminismo y el anti-patriarcado purgó ni extinguió la expectativa de que la cautive uno lindo y millonario, carismático y que siga las razones del sentimiento por encima de la razón, capaz de convertir en «la oficial» a la que empezó siendo «la otra».
Todo cuaja cuando, signo de los tiempos, como en el reality y las fake news, realidad y ficción se superponen. Para eso tiene que estar ella, en el centro de la escena, nuestra bella bella China, que desde el programa Casi ángeles al film El hilo rojo mantuvo la expresión apagada, el dictum frío, la actitud general desganada hasta generar el consenso de que su rol como influencer opacó a la actriz, y que posar no compatibiliza con actuar; que la hamburguesa (otra más) que tiene por labios dificulta la dicción –por ejemplo, de la polaquita de Argentina tierra de amor y venganza–, pero le está por hacer ganar –sigue el decir popular mediático– dos o tres contratos de Louis Vuitton para arriba, allá en la Europa que nos coloca, como público, en una triste, cómoda y resignada posición, de mentalidad de provincia y un poquito o bastante retrógrada.