Cultura | ANTONELA ROCCUZZO

La sensualidad del silencio

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Julián Gorodischer

Icónica, serena e impasible, acompaña a su marido Lionel Messi en su epopeya futbolera y alimenta una novela rosa que cruza a una madre abnegada con una princesa de Disney.

Figura pública. Modelo de primeras marcas, Antonela es la argentina con más seguidores en Instagram.

Foto: Getty Images

«Detrás del éxito de Lionel Messi, hay una mujer que ha sido su roca…», podría comenzar este cuento de hadas. Estuvo con Él desde que eran niños y nunca dudó de su sueño. Antonela Roccuzzo pronuncia «emotivas palabras», es «incondicional». Ella, su «bellísima esposa», sabe mejor que nadie cuánto le costó conseguirlo. Anto y Leo son la sensualidad del silencio; se dejan rellenar de sentido por palabras de terceros, por fotos robadas y posadas; se llevan bien con la foto fija y con el «reel», esa unidad breve de sentido tan actual que omite contexto y argumento. Porque ellos son «iconic», según la jerga instagramer.

Si en un futuro se intentara decodificar a la celebridad en tiempos de virtualidad, entonces Antonela Roccuzzo tendrá mucho para decir, para dar testimonio de este tiempo en el que el mensaje se fragmentó, se atomizó, a niveles insondables, imprevisibles dos décadas antes, ahí donde la familia Messi demuestra el carácter meramente visual del signo que condensa la adoración de los ídolos contemporáneos, omnipresentes y sacralizados.

Antonela representa un sentido unívoco: es modelo de primeras marcas del lujo y en todas sus «espontáneas» producciones construye una imagen tan controlada como solo puede provocar la falta absoluta de entrevistas concedidas a la prensa y, en su defecto, y por añadidura, o por contigüidad, alcanza fama global y es la argentina con más seguidores en Instagram: 40 millones a la hora de cierre, que crecen en forma continua y exponencial desde el Campeonato Mundial 2022 que consagró a su marido y a la selección.

Es la «morocha argentina», hecha de curvas; longilínea, apocada; tímida y global; ninguna de sus fotos omite una amplia y bien calzada sonrisa; todo es acorde: melena, mandíbula, altura, cintura, busto: pero también es la madre abnegada como no se recordaba desde la Claudia de Dalma y Gianinna. Antonela es la santa devota y la modelo sexy «que deja sin aliento» –dicen las coberturas de verano, sin dudas su estación preferida–; y es la esposa que lo emboba pasados muchos años; la única mujer de su vida; es la que quedó inmortalizada en un bailecito sensual –otro reel– en una previa de Año Nuevo dedicada a la camarita del marido aun enamorado. O la de ese otro video «viral» en el que retaba suavemente a Ciro, el más pícaro de los tres herederos, y ni la mueca de mamá enojada en ella remitía a conflicto o negatividad: por lo contrario, ese reto funcionaba como «límite», «autoridad bien ejercida» y derivó en un «divertido momento en pleno partido del Inter, por una travesura».

Antonela es la adultez de una princesa de Disney, cruza de Sirenita con Pocahontas: una princesa clásica latinizada viviendo en Europa y en los Estados Unidos, cooptada pero nunca, jamás, desnacionalizada como otros del hockey; obsesiva, vuelve la prensa rosa internacional sobre su figura; es la misma especie periodística que en España adora a monarquías y en la Argentina a dinastías mediático-espectaculares, de los Ortega a las Legrand. «Es una empresaria exitosa y una inspiración para muchas», la halagan las sobrevivientes de las revistas femeninas y de la farándula, hoy volcadas al modo influencer.

En un imaginario colectivo en torno a Antonela, ella solo puede aparecer sin sombra, cual deidad monoteísta pagana, y que no se ose pronunciar la palabra «quirófano» ante su imagen renovada –Deus et Regina no serán mancillados–; ante su dignísima estampa claudican las botineras pop, de Shakira a Victoria Beckham, que son narradas como sus antagonistas, con enemistad declarada, por la prensa popular; fue por motivos tan insignificantes como que «Shakira le despreció un chorizo en un asado del equipo del Barcelona», acusó Yanina Latorre en LAM, pero necesarios para que la heroína brille en su firmamento monopólico de toda figuración.

Sentimiento nacional
Solo se le registran unos balbuceos testimoniales en campañas de bien público que compensan tanto lujo bien merecido. «Antonela se volvió viral»: es la frase más googleada con su nombre de pila. Hace un año fue así: «Esposa de Leo Messi rompe en llanto. Emotiva reacción de Antonela Roccuzzo que conmueve a todos».

«Es una persona que prácticamente no tiene días malos, que siempre está de buen humor», la venera en un video «emotivo» el marido enajenado, en una existencia sin grises, puro hedonismo, belleza y bienes merecidos, siempre. «Cuando Messi se encontraba conmovido por su salida del Barcelona, Antonela fue la única que estaba a su lado en ese difícil momento», dice la voz neutra que acompaña a todo digno exponente de video de Instagram. Otro video –«viral» es la palabra que la vuelve a acompañar– la inmortaliza acercándole al queridísimo esposo –un Maradona mejorado, impoluto– el pañuelito que contiene la emoción que lo demuestra humano.

Ahí están los que se sobrepusieron al déficit hormonal de Leo niño, a mantener una relación a la distancia, al exilio elegido, a ser unos trotamundos que echan raíces en torno a adquisiciones inmobiliarias. Ese «todos», ese «siempre», ese «gracias» que conllevan no les han de ser fáciles, pero ahí está también la gallarda e impertérrita estampa de Antonela Roccuzzo para demostrar que es posible atravesar la excepcionalidad con elegancia y expresión serena.

«Llorando y devastada», durante la adversa estadía parisina; pero bronceada y exuberante en las playas de Miami, es ante todo demostración del estado de ánimo de la familia, esa estructura afectiva cohesionada, estable y ejemplar que en los Messi se actualiza y recupera valor aspiracional. La ostentación solo le está permitida a quien garantiza la dicha de su pueblo en su lugar de la catarsis: el estadio de fútbol. Por eso los Porsche, los Louis Vuitton, los yates, el jet, en ellos suenan a merecido, a legítimo; esas vidas adoradas no producen envidia sino fascinación, admiración y gratitud por ser garantes del talento más preciado, el deportivo, que hace resistir a un bien común intangible en peligro de extinción: el sentimiento nacional.

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