24 de agosto de 2023
A pesar de las dificultades económicas, las entradas para los shows de artistas locales e internacionales se agotan en pocas horas. Las claves del fenómeno.
Ceremonia presencial. De River a Vélez, del Movistar Arena al Luna Park, la agenda invierno/primavera es un embudo de propuestas.
Foto: Télam
La célebre frase de Pascal que terminó en los sobres de azúcar señala que «el corazón tiene razones que la razón no entiende». Esa sentencia se podría aplicar al fenómeno que se viene dando en el negocio de la música en la Argentina. ¿Cómo explicar que en un país con casi la mitad de su población debajo de la línea de pobreza, una inflación galopante y pocos dólares en la reserva del Banco Central, los recitales de artistas extranjeros, nacionales, consagrados y emergentes llenen estadios en un abrir y cerrar de ojos? Hubo un tiempo en el que el Estadio Obras era el templo consagratorio para el rock local y River, una utopía o un sitio ancho y ajeno destinado a estrellas internacionales. Ya no.
Figuras como Taylor Swift o festivales como Lolapalloza o Primavera Sound cuentan con recursos y una estructura aceitada de sponsors, pero ¿cómo explicar los dos Vélez, el Único de La Plata y el River de Tan Biónica? ¿O que una banda platense como Cruzando el charco haya anunciado un Luna Park para septiembre? Los ejemplos son muchos y diversos. Desde El Mato a un Policía Motorizado en el Luna Park con dos fechas en septiembre hasta Duki el 2 de diciembre en River, la agenda invierno/primavera es un embudo de propuestas y estadios de diversa índole.
Las sedes de los shows se reparten entre los de fútbol, los de entretenimientos varios (caso Luna Park, Obras), los grandes espacios abiertos (como el Parque Sarmiento o Tecnópolis), los específicos de música, como el Movistar Arena. Todos tocan: Abel Pintos, Los Piojos, Natalia Lafourcade, Palito Ortega, Divididos, Andrés Calamaro, Los Palmeras, Nicki Nicole, El Mato a un Policía Motorizado, Marco Antonio Solís, Miranda!, Axel, Danny Ocean, Patricia Sosa, Roger Waters, The Cure, Morrissey, Red Hot Chilli Peppers, Blur, Pulp y siguen las firmas y se van agregando durante el cierre de este mismo artículo. La Biblia, el Calefón y ticketek.
Nuevo paradigma
Existe una dinámica económica que tiene como piso la clase media deteriorada: por la crisis casi nadie logra ahorrar. La inflación motoriza un consumo muy específico: al no poder comprar o cambiar el auto, o adquirir una vivienda, de acuerdo al nivel se «quema» el dinero disponible en entretenimientos, viajes, ropa y restaurants. Este efecto paradojal lo protagoniza un pequeño porcentaje de la Argentina. «Número más, número menos, siempre el consumo de recitales corrió por cuenta de un 10 por ciento de la población. Eso se mantiene», dice Gabriel Bursztyn. Radicado en Miami, Bursztyn es el director de Blue Team, una empresa de espectáculos. Trabajó con una increíble variedad de artistas –de Aerosmith y Elton John a la Mona Giménez en su tour por los Estados Unidos– y en los últimos meses llevó adelante la despedida de Joan Manuel Serrat.
Mientras da detalles de la actual gira de Andrés Calamaro, Bursztyn agrega: «A mi juicio, el cambio fundamental tiene que ver con la infraestructura. En los 90 lo mejor que ofrecía Buenos Aires era el Luna Park. Ahora está el Movistar Arena, que tiene el nivel del mejor estadio para conciertos de los Estados Unidos. Cuando lo inauguramos con Serrat-Sabina la gente no tenía ni idea de qué era el Movistar: no sabía cómo ir, dónde estacionar. Ahora es parte del paisaje de la ciudad. O el caso del Astros, que fue todo remodelado y hasta cuenta con estacionamiento propio. El River actual no tiene nada que ver con el River en el que tocó Michael Jackson en los 90, o el de los míticos cinco conciertos de los Rolling Stones. Las ciudades se transforman cuando tienen buenos aeropuertos, buena hotelería para recibir turistas y hacer congresos. El negocio de la música no escapa a esa idea».
Nivel internacional. El Movistar Arena, una plaza muy frecuentada por los artistas.
Como productor y tecladista, Tweety González es un artista de un extenso kilometraje. A partir de los años 80, tocó con casi todos los grandes y es responsable del sonido de discos de solistas y bandas como Fito Páez y Soda Stereo. Hace una diferencia entre los megaconciertos y el caso de grupos como Cruzando el charco. «Lo de Cruzando el charco en el Luna lo considero como el paso lógico de una banda en crecimiento. Lo otro, lo de Lollapalooza o lo de Taylor Swift, me parece más curioso. Y creo que tiene que ver con que el porteño siempre tuvo una tendencia aspiracional, a pertenecer. Hay un detalle, no menor, que ocurre en la Argentina y no en Estados Unidos: uno va a ver a un artista top que no sabe si va a tener la oportunidad de volver a ver. Por otra parte, no estoy muy seguro de que los grandes conciertos constituyan un suceso musical. La idea del show de estadio dejó de apuntar a la música desde hace bastante tiempo. Lo comprobé con la vuelta de Soda en el 2007: fue una gira gigante, con todos los elementos de un evento internacional. Es un todo, un gran espectáculo: lo más importante es que haya más cámaras, pantallas más grandes y con mejor definición, puestas visuales, bailarines… ¡Los músicos de apoyo están detrás de escena! Pasó conmigo, con Soda. Sigue pasando hoy con Rosalía o con Kendrick Lamar».
El tipo de cambio es otro factor. En los conciertos internacionales se está observando una impresionante cantidad de extranjeros: los recorridos turísticos incluyen un recital. Pasó con Jaime Roos en el Luna Park y una inusitada cantidad de uruguayos que cruzaron el río para verlo y, de yapa, presenciar la final del Mundial Sub 20 de la selección uruguaya en La Plata, un paquete más que tentador. «Y más –dice Bursztyn–. A alguien que vive en Miami le sale más económico ver a Luis Miguel en Buenos Aires que en una ciudad de su país. Vienen, y de paso conocen Caminito y se comen un bife de chorizo».
Otra explicación del fenómeno de una temporada con estadios a tope es el cambio de paradigma en el consumo y, todavía, los efectos pospandémicos. La forma de «consumir» espectáculos mutó al ritmo de la web. La data –tanto la puramente musical como la de la publicidad y la de la adquisición de tickets– circula por un entramado muy estudiado que habita en las redes sociales. Desde lo artístico, Tweety González lo ve como positivo. Tanta información amplió los horizontes y hoy, dice, «los chicos y las chicas tienen menos prejuicios». «Es cierto», se acerca Bursztyn. «Cuando yo era chico al que le gustaba Phil Collins no le gustaba AC/DC. Y así. Eso cambió. Y desde hace mucho el segmento etario que domina es el que va de los 12 a los 15 años».
Hoy el público va a ver sin conflictos a Duki y a Fito Páez, a Billie Eilish y C Tangana, como parte de una ceremonia compartida con amigos. «Es lo presencial. Ok, todo se puede ver en una pantalla desde un celular. Pero ser parte de un evento musical masivo es una sensación única e irrepetible, que la pandemia potenció», dice el productor Martín Gimémez, factótum de otro fenómeno, más acotado, que protagonizan escritores como Mariana Enríquez o historiadores como Felipe Pigna, que actúan en teatros, como si fueran recitales. «El público tiene ganas de estar cerca de aquellos autores que lee cotidianamente. Conocer el detrás de escena de un libro, de un personaje. El caso de Enríquez es muy particular. Alguien puso en Instagram: “Hoy toca Mariana Enríquez en el Astros”. Su figura genera lo mismo que un artista de rock».
Son otros tiempos. Respecto de Enríquez, es interesante pensar que Jorge Luis Borges ya era Borges en la década del 60 y llegó a dar conferencias antológicas sobre tango en un departamento del barrio de Constitución. Luis Alberto Spinetta hizo su único estadio grande con el histórico concierto de Las Bandas Eternas, poco antes de morir. El Vélez de Fito Páez en 1993 en la presentación de El amor después del amor fue un hito; 30 años más tarde hizo ese mismo estadio dos veces y podrían haber sido muchos más después del furor que produjo su biopic titulada como el disco. Lejos, muy lejos quedaron los conciertos de Queen en su apogeo, hace casi 40 años.
«Signos de los tiempos», cantaba Prince. Claramente no es que el «corazón tiene razones que la razón no entiende». El asunto está en las antípodas de esa «candidez». El tema tiene múltiples pliegues. La ampliación de la base de consumo representa una de las patas del pulido y perfeccionamiento del capitalismo. La web y sus sutiles ramificaciones son una herramienta casi infalible. El precio que se paga no se contabiliza en dólares: se mide, en esencia, en una desigualdad económica y social cada vez más pronunciada. Al fin y al cabo, como fuerzas opuestas y asimétricas. El estadio lleno es la contracara de mucha gente –muchísima más que la que cabe en ese estadio– que queda arrumbada al margen del sistema, acaso para siempre.