Nació en la Argentina, pero vive en España desde los 14 años. Sus novelas, cuentos, poesías y crónicas lo convirtieron en uno de los autores jóvenes más reconocidos en castellano. Vida y obra de un escritor que encuentra en la contradicción su motor creativo.
10 de agosto de 2016
Dos orillas. A los 22 años escribió en Granada su primer novela, Bariloche. (Horacio Paone)
Publicó su primera novela, Bariloche, a los 22. Se la había pasado a un escritor para pedirle su opinión, pero la envió a concursar por el Premio Herralde sin avisarle. «Imaginate el sobresalto cuando llamaron y me dijeron que estaba entre los finalistas. ¿Finalista de qué?, pregunté». Así lo cuenta Andrés Neuman en un café de Buenos Aires. Nació acá, en 1977, fue un niño en San Telmo, pero hace más de 25 años que vive en España.
La novela en cuestión no ganó, pero igual fue publicada por Anagrama. Roberto Bolaño estaba en el jurado y fue uno de sus defensores más insistentes. Era 1999 y el genio chileno lo recibió en su casa. «Me quedé 24 horas ahí, no me podía ir. Fue como un campamento en otro planeta. Cocinó tacos mexicanos, jugamos al ajedrez escuchando punk. Me preguntó: si ponemos un disco con un cuarteto de Beethoven en Marte, le damos play, nos vamos, y nadie lo oye ¿es o no una obra de arte?», recuerda. Neuman era joven y respondió mal; Bolaño le ordenó dejar la universidad. «A mí me asediaba la biblioteca, había comprado un poco la dicotomía Borges o Bukowski», explica. Por entonces estaba terminando su carrera en Filología Hispánica. Más tarde sería profesor. Más tarde le haría caso al autor de Estrella distante.
Bariloche (por reeditarse), como todos sus libros, fue escrito en Granada, ciudad a la que llegó, con su familia, a los 14. La historia, protagonizada por un recolector de basura, transcurre sin embargo en Buenos Aires. «Necesitaba otra escala para contarla», dice. Una vez Argentina es otro de sus reeditados: un relato de aprendizaje en el que rastrea su genealogía familiar. También, la historia de su desarraigo. «Voy a viajar de espaldas», se propone en la primera página, en la que se reconoce como un pasajero de sus propios recuerdos.
En el libro Cómo viajar sin ver narra las vistas que consigue en una gira por casi 20 países latinoamericanos. Es el diario de un periplo acelerado, en el que hace gala de su mirada, un ojo listo para recortar del mundo materiales para sus historias. «La escritura es un medio de transporte», asegura, y dice que los aviones lo ayudan a terminar de corregir sus textos. «Ese final que deberías cambiar, esas páginas que deberías tachar… El avión despega y discrimina lo accesorio. Lo utilizo como laboratorio para cambiar de perspectiva».
Objeto extraño
No tiene rituales para escribir y puede hacerlo en casi cualquier lugar. «Igual que los animales, que mutan para sobrevivir en distintos hábitats, con las ideas a veces pasa lo mismo», describe. Es hijo de músicos, y se acostumbró a escribir de noche porque entre el violín y el oboe de sus padres, el silencio en la casa era un bien escaso. Con la presidencia de Menem, los Neuman decidieron irse del país. «Fue un acto de desesperación política, de rechazo ante la sensación de fracaso democrático», recuerda.
Allá se quedaron. De este lado del Atlántico, sin embargo, resta parte de su familia. Entre ellos, su abuela, gran lectora, la primera en prestar atención a lo que escribía, la que lo ayudaba a corregir. Y es que, de chico, Andrés ya sabía que quería ser dos cosas: delantero de Boca Juniors y escritor. Una no le salió.
«No puedo dejar de escribir», asegura. Lleva publicados más de 25 títulos, repartidos en editoras grandes, medianas y pequeñas, y en todos los géneros: novela, cuento, poesía, crónica y rarezas inclasificables como Barbarismos, una suerte de «contradiccionario». El viajero del siglo le valió el Premio Alfaguara y, entre los de poesía –reunida en el tomo Década–, El tobogán obtuvo el Premio Hiperión. Aquí el sello Gog & Magog acaba de publicar Patio de locos.
Mirar la lengua como a un objeto extraño: esa es la condena que le tocó por su condición de hombre de dos orillas. «Me siento muy anfibio. Yo veo una puerta y quiero entrar y quiero salir», sintetiza. Ese zigzag, a Neuman, le parece un haber: «Desconfío un poco de los escritores que creen poseer la teoría de su escritura. Para mí, contradecirse es un proceso creativo».