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De alto vuelo

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Recuperado de su lesión, el tandilense regresó a la elite y ahuyentó viejas críticas con conquistas sobre los cuatro tenistas que encabezan el ranking mundial. Nuevos objetivos para un jugador que supo reinventarse en base a su talento y perseverancia.


Revancha. Del Potro en el primer partido de la serie ante Gran Bretaña donde venció a Andy Murray, el rival que lo derrotó en la final de Río 2016. (Télam)

 

Todo lo que le queda a Juan Martín Del Potro durante el resto del año es reservarse para dos obsesiones, una personal y otra argentina. El tenista tandilense intentará tener una buena pretemporada, lo que incluye un descanso que le permita encarar con tanque lleno el inicio de 2017 en el circuito, algo que no pudo hacer hasta ahora debido a sus lesiones. Pero en el medio intentará ser parte de la caza de ese sueño colectivo que es ganar, al fin, la Copa Davis, un trofeo que se convirtió en un palo enjabonado para el tenis argentino.
Es curioso lo que ocurrió con Del Potro, el tránsito que tuvo su figura durante los últimos tres años cuando las lesiones comenzaron a perseguirlo como una pesadilla. A pesar de haber sido el último argentino en ganar un Grand Slam, el Abierto de Estados Unidos de 2009, y el único jugador capaz de enfrentar –y ganarle– a la elite del tenis mundial, sus críticos reprochaban una supuesta falta de compromiso con el equipo de Copa Davis. En febrero de 2013, un sector de los hinchas que habían ido al Parque Roca para ver la serie contra Alemania le dedicaron silbidos. Otros, aplausos. Del Potro se corrió de la Copa Davis con críticas a la dirigencia del tenis y diferencias con quienes por entonces comandaban el equipo, más allá de las tres operaciones en la muñeca que lo sacaron, en distintas oportunidades, de competencia.
Una grieta tenística se abrió ante él, a la que hasta se sumaron algunos de sus colegas. Del Potro era, para algunos de sus detractores, una especie de antipatria, el jugador que supuestamente privilegiaba una carrera personal por encima de las necesidades nacionales; un karma similar al que todavía soporta Lionel Messi cuando se le reclama que no hace con la selección argentina lo que hace con el Barcelona. Aunque en ambos casos las críticas pueden estar sobredimensionadas –es decir, siempre están los obtusos y no significa que sean mayoría– esa discusión aparecía cada vez que la palabra Davis se escribía junto a Del Potro.
Y, sin embargo, acá está el tandilense, camino a jugar otra final, la quinta de la historia argentina, la tercera para él después de las dos caídas ante España, una de local en Mar del Plata, 2008, cruzada por la interna que el tandilense mantenía con David Nalbandian. En noviembre se viene Croacia, de visitante, del 25 al 27 de noviembre, con Del Potro liderando un equipo acaso más modesto que los anteriores en cuanto a figuras, pero más integrado en sus partes. O sea, un equipo.

 

Paradojas
Del Potro volvió este año a la Copa Davis con Daniel Orsanic como capitán. Fue contra Italia, en Roma, por los cuartos de final. Se trató de un paso más en la administración de su regreso después de la última operación de muñeca, que le demandó seleccionar cautelosamente el calendario de torneos, sin sobrecargar su mano izquierda, intentando perfeccionar el revés con slice que comenzó a darle buenos resultados para su plan de juego.  
Pero lo curioso, lo que se termina por convertir casi en una paradoja para Del Potro, fue este regreso que lo pone al tope del año deportivo, y que quedó expresado en partidos donde representó a la Argentina, y que ni siquiera le significaron puntos para engordar un lugar en un ranking a todas luces mentiroso. Su reconversión, al contrario de lo que alguna vez pudo haberse discutido, lo puso al frente de la tan cambiante pasión nacional. Del Potro limpió a dos top ten, Novak Djokovic y Rafael Nadal, en los Juegos Olímpicos de Río 2016, donde compitió prácticamente sin descanso entre partido y partido. Mostró un tenis que hizo recordar a su nivel de 2009 cuando venció a Roger Federer por la final del Abierto de Estados Unidos. El único que lo pudo frenar en Río fue el escocés Andy Murray, que se quedó con el oro. La medalla de plata para Del Potro, aunque era el fruto de una derrota, ya significa un triunfo inmenso. Porque antes de eso, la especulación general era cuánto le quedaría por delante o si lo que le quedaba por delante era el retiro o, quién sabe, la marginalidad.
De eso que intentó ser una grieta no quedó nada. Del Potro fue todo consenso después de Río 2016. Si algo más necesitaba era el regreso al Abierto de Estados Unidos, en Nueva York, donde lo recibieron como un niño mimado, entre aplausos antes y después de cada partido, hasta la eliminación en cuartos de final por obra del suizo Stanislas Wawrinka, que resultó campeón del torneo, y al que Del Potro le había ganado en Wimbledon, poniéndolo en el primer lugar de su lista de triunfos contra top ten este año.
Y así como pasaron Wawrinka, Djokovic y Nadal, con Murray hubo revancha en el primer punto de la semifinal de Copa Davis, un triunfo que fue la llave para ganar la serie en Glasgow. Que se haya discutido si Del Potro tenía que jugar o no el dobles o por qué no estuvo el domingo, ya no solo es parte del pasado, fue no entender lo que estaba –está– pasando. Del Potro necesita regular su físico. Y para eso, en el caso de la Davis, puede contar con sus compañeros. Aunque él sea el arma principal.

 

El cielo por asalto
Esa es la otra cuestión. Porque si bien todos querrán verlo a fines de noviembre en la final con Croacia, y ese quizá sea su único desafío en cuanto a competencia del año, Del Potro tiene que pensar en 2017, el año de su asalto al cielo del tenis. Primero tendrá que ver cómo está físicamente después de la serie con Gran Bretaña. Más allá de la Copa Davis, lo más probable es que se baje del calendario asiático y sí participe de algún torneo en Europa. En la Argentina hay una obsesión con la Ensaladera, quizá potenciada por haber sido un trofeo esquivo desde la primera final que se jugó, en 1981, con Guillermo Vilas y José Luis Clerc en el equipo, contra Estados Unidos como visitante.
Esa obsesión se volverá a posar otra vez sobre Del Potro, cuyo regreso es mucho más que eso. Porque su reaparición, en realidad, patea el tablero del tenis mundial. Aunque el ranking diga otra cosa, y no se lo vea ni siquiera dentro de los primeros 50, Del Potro es un virtual top ten. Durante estos meses se metió de facto en esa elite. Si bien no está entre sus prioridades, nadie puede descartar que el tandilense salga a disputar en un plazo no muy lejano un primer lugar, el reinado. O que al menos se lo vea en los puestos principales. Le van a pedir la Davis, porque parece que ese es el único mandato argentino, como si no alcanzara con ser un embajador en los grandes torneos del mundo. Como sea, Del Potro está de vuelta. Este año le pertenece. Y lo que para algunos puede ser un milagro, en rigor es el fruto del talento, el trabajo y la perseverancia.

 

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