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De regreso

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Con un estilo futbolístico que logró recuperar lo mejor de su historia, el equipo de Avellaneda conquistó un nuevo título internacional. Claves de un exitoso proceso: el rol del entrenador, Ariel Holan y el compromiso de un plantel muy joven.

El Maracaná se vistió de rojo. Eufórico, Nicolás Tagliafico, capitán del equipo, levanta el trofeo en el mítico estadio de Río de Janeiro. (De Souza/AFP/Dachary)

Independiente volvió a ganar un título internacional después de siete años, pero esta vez con un valor agregado: lo ganó a lo Independiente. Jugó la final para ganarla, a lo grande, con agallas, sin prescindir del estilo que lo identificó desde la llegada de Ariel Holan como entrenador, y se coronó en la Copa Sudamericana ante Flamengo para convertirse en el único equipo argentino que logró ser campeón dos veces en el mítico estadio Maracaná de Brasil. El trofeo internacional número 19 de Independiente se diferenció del anterior, la Sudamericana 2010, no solo por cómo lo conquistó: además de las determinaciones simbólicas, un aire juvenil recorrió al plantel –Fabricio Bustos (21 años), Alan Franco (21), Nicolás Tagliafico (25), Maximiliano Meza (25), Ezequiel Barco (18)–, y si aquel fue con un fútbol sin emoción, el principio del tobogán del descenso a la B Nacional, este aspira a ser el inicio de la refundación, ya que jugará en 2018 la Copa Libertadores, la Recopa Sudamericana ante Grêmio y la Suruga Bank frente al campeón japonés Cerezo Osaka. O sea: Independiente podrá encadenar títulos internacionales, sentir el revival que le dio para siempre el llamarse ante todos Rey de Copas.
La victoria del Independiente de Holan se centró en redoblar el trabajo de identificación con el histórico estilo rojo –la técnica al servicio del esfuerzo, y no al revés– en los momentos críticos. Holan, un entrenador que desembarcó en el fútbol después de formarse en el hockey, fue apuntado por su método de trabajo: una docena de colaboradores, drones para filmar los entrenamientos, videos para visualizar en los entretiempos y corregir los errores, importancia a las estadísticas y la motivación a través del coaching. Pero, a la par, convocó a los jugadores históricos para que le transfirieran la mística del Rey de Copas a los jóvenes y, en esos encuentros, hasta decidió cómo el equipo iba a entrar a las canchas y saludar al público: caminando en fila por la línea central, para levantar los brazos al aire, con el capitán un paso al frente, como los jugadores de los 60 y 70, aquel período en el que Independiente ganó la chapa internacional que ostenta hasta hoy.
En aquellos años, cuando el niño hincha Ariel Holan mamaba la mística roja, el capitán era el Chivo Ricardo Pavoni. Fue el que le recomendó en enero retomar el saludo, volver a las fuentes. «Ese saludo significa que, cuando entrábamos caminando, la mitad de la cancha nos iba a insultar y la otra mitad nos iba a aplaudir. Pero cuando llegábamos al saludo, todos nos iban a aplaudir. A los dos meses de que los chicos lo hicieran, uno se acercó y me dijo que tenía razón, porque eso significaba personalidad para ir a cualquier cancha y salir a ganar», cuenta a Acción Pavoni, cinco Libertadores en la espalda, integrante de la delegación que fue a Brasil junto con otros ídolos como Miguel Ángel Santoro y Daniel Bertoni, y agrega: «A este equipo le veo la misma mística que teníamos nosotros para los partidos determinantes. Tienen doble mérito, por la historia de ellos y la de nosotros. Levantaron durante toda la Copa partidos que íbamos perdiendo. Recién empieza su historia, hay una personalidad clavada, y ojalá dure por muchos años más». Después de empezar abajo, Barco convirtió el penal en el Maracaná para cerrar el 3-2 global por el triunfo 2-1 en la ida, en Avellaneda. Antes, Tagliafico, el capitán del siglo XXI, había entrado a la cancha para levantar las manos. Para decir que ahí estaba el Rey de Copas.

Una base diferente
Es cierto: Barco, ese pequeño mago de Independiente, no es Bochini. El uruguayo Martín Campaña no ataja como Pepé Santoro. Las gambetas de Meza ni siquiera se parecen a las de Bertoni, y Tagliafico es ofensivo, no tan áspero como Pavoni. Pero Independiente, en cuestiones empíricas y tangibles, sí se pareció a aquel Independiente que hacía pata ancha en América. Y no simplemente porque ganó. Reducir la vuelta a los orígenes al éxito sería caminar a contramano de la prédica que practicó durante años Independiente. «Hay una gran diferencia entre la Sudamericana 2010 y la de ahora», marca el periodista Claudio Gómez, autor de El partido rojo (2017), libro que rescata la historia del título Nacional 1977 ante Talleres en Córdoba en el marco de la dictadura cívicomilitar. «Aquella con el Turco Mohamed como técnico fue el disparador de irnos a la B y terminar quebrados –explica Gómez–. Había necesidad de un festejo, a pesar de que se jugó mal y se ganó por penales. Ahora todo está mucho más sólido. Hay una base de jugadores y este equipo intenta jugar siempre cuando tiene la pelota, y cuando no, corren todos. Tiene una convicción muy grande, y se debe a la llegada de Holan».
Hubo generaciones enteras que escucharon los relatos de los años 60, 70 y hasta 80 sin palpar, en la realidad, las pequeñas muestras de la mística copera, esa que produjo la simpatía de la mayoría de los hinchas argentinos, sobre todo, en esta ocasión, por la hostilidad que vivió Independiente horas antes de la final ante Flamengo en el Maracaná. Lo que viene será una propuesta superadora liderada por Holan, quien finalmente continuará en el club. El desafío más cercano: pasar la primera fase en la vuelta a la Copa Libertadores, ya que será la tercera participación en los últimos 20 años, y en las ediciones de 2004 y 2011 no superó los octavos de final. Toda una rareza para el club más ganador en la historia del torneo.
«Independiente tiene que estar a la altura del Bayern Múnich, Barcelona y Real Madrid», dijo Holan tras el éxito. No solo quiso referirse a los títulos internaciones. El corazón y los pases cortos, marca identitaria del Independiente que revivieron Holan y los jóvenes jugadores de hoy, va más allá de una copa en la vitrina.