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El campeón y los latidos del fútbol

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Ariel Scher

Estudiantes de la Plata ganó una final emotiva y sumó la estrella número 18 a su rica historia. Poder, negocio y disputas políticas en un fútbol que resiste con su esencia y la pasión de la gente.

Santiago querido. Delirio de los jugadores pincharratas tras consagrarse como los mejores del torneo, en el estadio Madre de Ciudades.

Foto: NA

Gentes que aman los pelotazos, gentes que andan ávidas de los ecos de los pelotazos mientras tengan que ver con la construcción de un juego que abarca a la humanidad y no con la basura volcada sobre la humanidad, gentes que respiran repodridas de las voces que comentan en cada segundo no los pelotazos y sí el eco de los ecos de los pelotazos: en el medio del barro, encandila una noticia. Ni quién se peleó con quién, ni quién le dio like a quién, ni todos los elogios al vencedor o todos los reproches al perdedor. Noticia, de verdad una noticia: el fútbol se las arregla sin todo eso. Noticia: el fútbol es extraordinario sin manipulaciones y sin operaciones mediáticas, sin el chisme, sin la minucia, sin detectar culpables y sin exagerar méritos. Ni siquiera necesita volverse brillante para ser noticia: al fútbol le alcanza con ocurrir. Con, por ejemplo, Estudiantes-Racing, una final, la que consagró campeón a Estudiantes.

Al fútbol le alcanza con ocurrir. Y generar perplejidad. Como genera perplejidad la condición competitiva de Estudiantes, mezcla de tradición y de presente, una convicción incesante de que adelante hay un triunfo. Como si Eduardo Domínguez, cuidadoso hasta cuando el show lo maltrata, hubiera capturado las señales en antiguos eslabones de ese club para atar su impronta a las de Osvaldo Zubeldía, Carlos Bilardo y Alejandro Sabella. Salió campeón sin pisar su cancha en todo la ruta de desenlace. Defensas seguras, transiciones veloces, una mediacancha que desborda firmeza y un sitio para los talentos que rompen el mapa como Thiago Palacios o Eward Cetré. Con esas armas, los Pincharratas sumaron su estrella número 18. Gentes, gran noticia: ahí sigue latiendo todo. 

¿Y qué es todo? Ese partido que ganó Estudiantes es todo, una final vibrante. Aunque se despliegue sin tornarse nada deslumbrante desde lo técnico y desde lo estético, aunque ni se arrime a desbordar de atrevimientos, aunque la preocupación por el error propio y los ojos en el error adversario manden en el césped, aunque a ese césped lo haya resecado el calor de la sede del partido que es Santiago del Estero, aunque retumbe en la cordillera del absurdo que los deportistas y las hinchadas de dos instituciones que hace bastante más de un siglo existen en la provincia de Buenos Aires deban marchar a dirimir un título hacia más de mil kilómetros de sus territorios. Ya habrá hermosos partidos que también prueben que al fútbol le alcanza con ocurrir. Ya habrá partidos con geografías un poco más cómodas o lógicas. Pero igual funciona como un certificado de que el fútbol vale la pena: el sueño de la gloria en juego, dos arqueros –Fernando Muslera y Facundo Cambeses– capaces de reinventar geometrías para frenar lo que les venga encima, dos centrodelanteros a los que ninguna frustración les desactiva el hambre y la fe en sus goles, dos extremos colombianos que son diestros por la izquierda y prometen electricidad, muchos duelos que transparentan calidades y energías, una trama en la que parece imposible fecundar una ruptura del cero hasta que uno de esos centrodelanteros –Maravilla Martínez– omite que es zurdo y resolvedor en los dos metros últimos para convertir de derecha y de emboquillada, un destino en el que parece imposible derivar en algo diferente que la victoria provocada por ese golazo hasta que el otro de esos centrodelanteros –Guido Carrillo– logra cabecear un lanzamiento penúltimo en el que no solo se impone ante los defensores rivales sino ante el ansioso avance de los cronómetros, un cruce que en un instante de los noventa minutos y en un instante del desempate por tiros desde el punto del penal asoma orientado a favor de Racing y termina en sonrisa de Estudiantes, un acontecimiento en el que quienes hinchan por Racing –desafiando un viaje extenso– y quienes hinchan por Estudiantes –también con ese viaje encima– pueblan los cementos de un mismo estadio en las mismas horas demostrando que la ausencia de público visitante que signa los domingos argentinos implica comer sin un condimento sabroso, una competición brava y tensa en la que se intercalan lo aguardado (dos cuerpos de entrenadores que elaboran lo táctico con altísimo conocimiento y encuentran rutas para que esa elaboración se plasme en las canchas) y lo ingobernable porque, al cabo, la distancia entre esos dos equipos buenos y parejos consiste en los centímetros del último penal.

Eduardo Domínguez. Indicaciones del DT, pieza clave de un ciclo exitoso.

Foto: Getty Images

Otros juegos
Al fútbol le alcanza con ocurrir y eso no supone negar que la última de las escenas del torneo Clausura se desarrolla en un escenario en el que también son protagonistas el poder y las luchas de poder, en especial entre la cúpula sospechada de la AFA y las cúpulas sospechadas del poder económico y sus voceros en la Casa de Gobierno, que se montan en la factibilidad confusa de que el presidente de Estudiantes les concedió a que los clubes muten a sociedades anónimas. Ni tampoco supone negar que esas luchas, en una dimensión, emergen porque, como enarboló el francés Michel Foucault, «donde hay poder, el poder se disputa» y en el fútbol hay poder. ¿Pero qué disputan los que disputan? ¿Ideologías o roscas?, ¿concepciones o negociados?, ¿impunidades para que reine lo que le quita credibilidad al juego (o sea, el flanco nítido que ofrece la AFA con, entre otros agujeros, arbitrajes puestos bajo atendible sospecha o concediendo títulos que no existían)?, ¿impunidades para que lo que le pertenece al corazón de muchos y muchas vaya a las manos de unos pocos (o sea, lo que motorizan las políticas de concentración de capital de la administración Milei, acelerado por la privatización de lo comunitario)?, ¿impunidades para que los dueños de la industria de la comunicación empujen a la realidad rumbo a sus intereses parloteando de sol a sol sobre la AFA?, ¿impunidades de la mayoría de los actores de este teatro político para que la sociedad no sea invitada a discutir y a participar y a decidir qué hacer con su fútbol y con su vida?

Frente a ese horizonte, al fútbol le alcanza con ocurrir. Con partidos en los que laten la identidad, la pasión, la relación social e histórica de un juego que acompaña a millones de vidas durante toda la vida. Sobre todo, lo de la identidad. Ese atributo es el que incontables individuos, de Racing y no de Racing, le resaltan como transmisión encomiable al director técnico Gustavo Costas, quien, además, apila otras muchas virtudes de orden profesional. Ese atributo se le apunta ya hace tiempo a Eduardo Domínguez, el conductor eficiente de Estudiantes, alguien que no sólo suma vueltas olímpicas sino, y no es nada menor, un lazo en el que socios e hinchas lo reconocen como propio, como uno de ellos y de ellas.

Más nosotros, menos yo
Que al fútbol le alcance con ocurrir, entonces, no significa no debatir ninguna de las dimensiones que lo constituyen y que no son el propio juego. Al revés, una final como esta final -se insiste, ni próxima a lo maravilloso desde la audacia creativa, pero conmovedora por otros parámetros- recuerda que corresponde debatir alrededor de lo demás, pero sin olvidar que el fútbol sacude todas las fibras de las sociedades por lo que porta como construcción lúdica y como pertenencia colectiva. Y que lo que huele a podrido no reside en eso que muchachos y muchachas con o sin fama trazan sobre los pastos. Al final de la final, cansado y contento, Juan Pablo, un señor de Estudiantes, miró a la tribu de su calle danzando en la popular y citó la idea célebre del maestro Alejandro Sabella, prócer pincha, uno de los tantos técnicos que dejaron huella en el club: «Más nosotros y menos yo». En simultáneo, Alfredo, el alma color de Racing, subió a su cuenta de Instagram la misma frase que tantas y tantos con quienes comparte ese alma y ese color: «El que deja todo no defrauda».

Ahí va: la final que entretejieron Estudiantes y Racing, la alegría continuada de uno y la desazón circunstancial del otro, demuestran que el fútbol aún se defiende de tanta cuestión fea que se hace con el pretexto del fútbol. Gente, gente, gente: es una buena noticia.

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