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El club y la prisión

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General Lamadrid, equipo tradicional del ascenso, tiene una peculiar historia deportiva y social, fruto de la proximidad de su estadio con el penal de Villa Devoto.

 

Carceleros. Lamadrid participa en el torneo de Primera C, organizado por AFA. (Walter Sangroni/Agenciafs)

En el fútbol argentino existen numerosas instituciones con trayectorias y características curiosas, muchas veces desconocidas por el público. Es el caso del Club Atlético General Lamadrid, único en el mundo ubicado enfrente de una cárcel, el Complejo Federal de Villa Devoto. Su vida se cruza una y otra vez con la gris institución de máxima seguridad.
Creado en 1950 por un grupo de vecinos decididos a recuperar un basural, Lamadrid ha militado en distintas categorías del ascenso, especialmente en la Primera C y D, la cuarta y quinta divisional del fútbol argentino. Y se lo reconoce con un mote que define el rasgo central de esta entidad: Los carceleros. Es que si bien los nombres y apodos de los equipos remiten, muchas veces, a otras épocas sin relación con la actualidad, la identidad de este club se renueva día a día, dado que su impronta está íntimamente ligada con la unidad penal que hoy alberga a más de 1.700 reclusos.
Desde presos que solo ven hasta la mitad de cancha por la ubicación de sus celdas pero que disfrutan igual de los partidos, hasta aquellos internos que exhiben los colores del rival de turno para provocar a los hinchas que alientan a Lama en la tribuna. También están los que festejan triunfos detrás de las rejas, con papelitos y toallones azules desplegados como las más relucientes banderas.
Quizás la más emblemática de esas historias, sea la vida del Loco Mario Oriente, relatada en el libro Carceleros, el club y la prisión, del periodista Marcelo Izquierdo. El Loco, tras cumplir su condena por contrabando, no solo abandonó su pasión por Boca para seguir a Lamadrid, sino que luego se radicó en el barrio, fue bufetero, dirigente y hasta compositor del himno del club.
Pero este vínculo entre el club y la cárcel no siempre fue armónico. El barrio ha sido testigo de motines reprimidos sangrientamente, y «traslados» de personas encapuchadas durante la última dictadura cívico-militar. Esos traslados se realizaban en helicópteros que aterrizaban por las noches en el campo de juego, de forma intempestiva. Incluso actualmente los vecinos se quejan de los problemas que ocasiona vivir a metros de la única institución carcelaria todavía en pie de la Ciudad de Buenos Aires.
El punto máximo de fricción llegó en 1963, cuando las autoridades del penal dispusieron ocupar partes de los terrenos del club, en disputa desde su misma creación. El avance fue frenado por un grupo de hinchas y directivos que, atrincherados en las instalaciones, resistieron el desalojo, pero nunca lograron recuperar la parcela en la que la cárcel construyó una serie de depósitos.
Sin conocer nunca las máximas categorías del futbol argentino, Lamadrid acredita ciertos orgullos: los dos ascensos a la Primera B,  o haber contado entre sus filas a algunos buenos jugadores, por caso, el goleador Emanuel Gigliotti.
A lo que se añade el sentido de pertenencia que distingue a este clase de clubes. Consultado por Acción, Izquierdo, el autor de Carceleros, explica cómo la relación con ese azul oscuro cruzado por una franja blanca ha modificado su vida: «La primera vez que me llevó a la cancha mi viejo me di cuenta de que los laterales, los hermanos Rosel, atendían la fiambrería donde comprábamos. No lo podía creer, para mis 11 años fue algo alucinante. Era tener de vecino a Messi».
El autor también cuenta que el día de la final de la Champions League, disputada entre Barcelona y Juventus, con su hijo no dudaron en ir a ver a Lama. Sabían que no se encontrarían con luminarias como Lio Messi o El Apache Carlos Tévez, pero fueron igual, a dar testimonio de una historia de amor de barrio, que como muchas otras merece ser contada. Porque en ella vive la de cientos de pequeños equipos de ascenso que les rinden homenaje a los afectos, a la identidad y a las raíces que, tercas, se empecinan en subsistir.

Pablo Tassart

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