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El cuarto fantástico

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Eclipsado durante años por Federer, Nadal y Djokovic, el británico accedió por primera vez a la cima del ranking asentado en su tenis pragmático y su perseverancia para acallar malintencionadas críticas. Títulos clave de una carrera con retos inmediatos.


Noviembre. El tenista, de 29 años, obtuvo el Master 1000 de París, su octavo galardón en 2016. (Imenez/Rex Shuttersctock/Dachary)

 

Andy Murray fue señalado con el dedo durante años como perdedor. Murray soportaba la presión británica en los partidos de Wimbledon y de la Copa Davis. Perdía. Murray llegaba a las finales de los torneos grandes. Perdía. Entre 2008 y 2012, por ejemplo, cayó en cuatro finales y cinco semifinales de Grand Slam. Pero ese último año ganó el Abierto de Estados Unidos y la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres, y Wimbledon en 2013, para ser el primer británico en ganarlo desde 1936. El año pasado, de pronto, Murray condujo a Gran Bretaña a ganar la Davis, la primera para ese país desde 1936, también. Y entonces, el 7 de noviembre logró lo que parecía imposible: aparecer en el puesto número uno del ranking de la ATP en la era de los tres gigantes: Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic. Porque este año volvió a conquistar Wimbledon y se colgó otra medalla dorada en los Juegos de Río de Janeiro.
«Lo felicito. Estoy verdaderamente feliz por estar en la misma época que Andy –dijo Djokovic, quien dejó el primer puesto–. Mirando sus cualidades y determinación, es más que capaz de seguir a este nivel durante mucho tiempo». Murray potenció su juego frío y calculador, lejos de la plasticidad de Djokovic, la fuerza de Nadal y la estética de Federer, porque quiso que lo dejaran de apuntar. En 2012, el año del comienzo de la escalada hacia la cima, contrató a Ivan Lendl como entrenador. Este año, además de Wimbledon y el oro en Río, obtuvo los Masters 1000 de Roma, Shanghai y París-Bercy, los ATP World Tour 500 de Queen’s, Beijing y Viena, y el reciente Torneo de Maestros al derrotar en la final a Djokovic, un triunfo de alto impacto. Murray alcanzó a ser el número dos del mundo en 2009. Tardó siete años en llegar al uno, lo que nunca otro tenista había demorado en la historia. «Esto es gracias a mi equipo y familia por todo el sacrificio que hicieron por mí –dijo–. Ha sido un viaje increíble hasta ser número uno. No habría podido sin ellos. Seguiré trabajando duro para continuar mejorando».
 
 

Ascenso e incógnita
Federer, Nadal y Djokovic dominaron el tenis mundial desde 2004. Es la primera vez desde aquel año que aparece otro tenista en el número uno de la ATP. Para poner en contexto el ascenso de Murray: el suizo, el español y el serbio acumularon 43 títulos de Grand Slam de los 54 que se disputaron desde la mitad de 2003; y desde que Federer ganó el Abierto de Australia 2004, rotaron en el primer lugar. El suizo estuvo 302 semanas, Djokovic, 223, y Nadal, 141. De ahí que algunos digan que Murray es el cuarto fantástico. Pero la diferencia entre el nacido en Escocia hace 29 años y los otros es abismal. «El número uno de Murray me provoca sensaciones encontradas. Hizo una gran temporada, pero le faltaron rivales de prestigio por las bajas de Federer y Nadal. ¿Cuánto mejor es su carrera a la de Stan Wawrinka? ¿Es el final o el inicio de un camino para Murray?», se preguntó el especialista en tenis Juan José Mateo en el diario español El País.
Con 44 títulos de la ATP, tres Grand Slam y dos oros olímpicos, Murray se metió tanto entre los grandes que está ahora por encima de ellos. La incógnita que queda abierta es hasta cuándo. Por lo pronto, ganó sus pequeñas batallas contra los fantasmas que lo atormentaban. El de Fred Perry, el ganador británico del último Wimbledon y la última Copa Davis antes de Murray. El de la etiqueta de perdedor consuetudinario. El que un día, cuando Murray tenía ocho años, el 13 de marzo de 1996, apareció en la escuela de la localidad escocesa de Dunblane. Se llamaba Thomas Hamilton. Tenía 16 años. Mató a 16 niños y una profesora. Fue el asesinato múltiple más grande de la historia de Gran Bretaña. Y el «perdedor» sobrevivió para contarlo: «Conocía muy bien a Thomas. Varios de mis amigos murieron. Solo tengo pequeños recuerdos. Recuerdo que minutos antes cantábamos canciones en clase».

 

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