19 de febrero de 2025
Periodista, poeta, fanático pincharrata y narrador incansable, explica por qué vale la pena el fútbol. Los cronistas «depordivos» y el refugio de la literatura frente al negocio ensordecedor.

Flaco, curioso, hondo, enfático, Walter Vargas parece una invención para justificar al maestro Walt Whitman en eso de «Contengo multitudes» o al maestro Alejandro Dolina en eso otro de «La multitud va por dentro». A las pruebas: es periodista, experto en fútbol y en boxeo, ensayista, cuentista, poeta, psicodramatista, reivindicador de su cuna en Villa Argüello del pleno Berisso, hincha de Estudiantes, la cuenta sigue. No obstante, tipo inagotable, hay algo que no es: director técnico. Y, sin embargo, en cualquier conversación planta once que juegan al mango. Su equipo (uno posible entre varios posibles): Carlos Marx, Osvaldo Zubeldía, Roberto Fontanarrosa, Gilles Deleuze, Enrique Pichon-Riviere, Alejandro Sabella, Friedrich Nietzsche, Jorge Valdano, Hernán Kesselman, Juan Villoro y –claro– su papá obrero. Así, labró una obra larga y una pasión más larga que entreteje sus miles de cables en las agencias de noticias con una parva de libros de los cuales el último es muy Walter Vargas desde el título: Cartografías del fútbol (que publicó Grupo Editorial Sur). De eso y de más que eso, conversó con Acción.
–¿Con qué pensás el fútbol?
–Primero, con el corazón. Con ese intangible que llamamos alma. No quiero que falte eso. Pero también lo pienso con la cabeza. Porque, así como el fútbol es un generador de símbolos, tengo la capacidad unir una cosa con la otra. El fútbol es muy pensable. Cuando juega Estudiantes, mi equipo, soy casi todo corazón y alma; pero cuando me pongo a escribir ideas para otros, soy muy mental. Aun cuando escriba sobre cosas que no son mentales. Intento lo que Nietszche llamó «pensar alto», lo alto que yo pueda. Y escribo con alegría aunque me toque hacerlo sobre cosas feas o tristes. Y escribo porque no puedo evitarlo. Para mí, escribir es tan esencial como respirar. Y escribir de fútbol es un placer, uno de los principales de mi vida.
–Viene alguien de otra galaxia, te cruza y te pide que le digas por qué vale la pena el fútbol. ¿Qué contestás?
–Porque es el deporte más completo y el más bello. El de mayor riqueza de símbolos y de contradicciones. El fútbol es rizomático. Yo soy marxista, pero amo leer a Gilles Deleuze, quien no lo era. Él decía que el pensamiento debe ser rizomático porque no tiene ni fin ni principio. En cambio, la raíz es predecible. El fútbol es una Babel de signos que están pulsando. Es un dador de identidad. Yo podría contar mi vida desde Estudiantes. Un argentino medio podría contar su vida a partir de las sensaciones térmicas, de los resultados, de las caras de su equipo preferido. No hay muchas culturas que puedan hacer eso. El fútbol es la mejor forma de estructurar una biografía: los amores, los desamores, las habilidades, las torpezas. El fútbol es un vaso siempre lleno. Te calma la sed y es rico. A pesar de Havelange, de Blatter, de Tapia, de Grondona, de los partidos arreglados, de las apuestas, de los jugadores que cobraron para perder, de los jugadores que primero piensan en la guita y después en el fútbol.
–Acabás de publicar un libro que se llama Cartografías del fútbol. ¿Qué es eso?
–Una cartografía del fútbol es un mapa del fútbol. Me convierto en un topógrafo del fútbol porque la cartografía tiene que ver con la toponimia. Y empiezo a recorrerlo. Empecé a caminar por una gran selva, que es el fútbol, y a contar lo que yo creo ver. Empiezo por la insensatez maravillosa de haberme abrazado con gente desconocida cuando Montiel hizo el penal en el Mundial de Qatar. La idea del libro se me ocurrió ahí. «Yo, probablemente, me haya abrazado a un votante de Milei», pensé. Y no me preocupé. «Sos un alienado», me diría alguien de la Escuela de Frankfurt. Y yo no me siento un alienado por ese hecho. Ni tampoco, por ese hecho, pierdo de vista que el mundo no será justo hasta que no haya un solo pobre. Pero esa comunión, esa identificación masiva, ese jugar por delegación del que habla Jorge Valdano, es de una potencia extraordinaria. Ningún otro hecho cultural iguala eso.
–En esas cartografías sobrevuela otra idea: qué es jugar bien al fútbol.
–El fútbol es la mezcla de la posición, la posesión, el poder de elaboración, la profundidad y el poder de fuego. Es táctica y estrategia. No sé por qué algunos entrenadores anteponen la táctica a la estrategia: la estrategia es el fin último, la táctica es el cómo. Llevar al máximo la potencialidad de tus virtudes y disminuir todo lo posible las del rival: eso es jugar bien. Después, discutimos la estética, que, por supuesto, es parte del fútbol porque el fútbol es arte. Pero yo no pondría la estética por encima del resultado. Me encanta que el número 2 salga jugando, pero, si no tenés ese 2, quiero el 2 que salga sacando, por decirlo de alguna manera. Vengo de una niñez zubeldiana. Pero (el entrenador campeón mundial con Estudiantes, Osvaldo) Zubeldía no les decía a sus jugadores que le pegaran de punta para arriba. Les decía que aprovecharan el reglamento, la picardía del fútbol, que corran más que ellos, que piensen más que ellos, encuéntrenles los defectos, vamos a ponerles señuelos para que caigan en la trampa. El fútbol es la dinámica de lo impensado, como dice Dante Panzeri, pero también es lo pensado. Un equipo es un rompezacabezas. Ahí, en el grupo, encontrás muchas de las cosas que planteó Enrique Pichon-Riviere en la psicología social.
–¿Lo hablaste todo eso con entrenadores de fútbol?
–Seguro. Una vez le hice una entrevista pública a Alejandro Sabella, quien me honró con una gran relación, en la Universidad de la Plata. Era antes de la final de Estudiantes con el Barcelona. Le dije: «Alejandro, lo que más le preocupa es que en el Barcelona juegan todos bien, desde el arquero hasta Tití Henry. ¿Cómo va a hacer para sacarle la pelota?». Y él me dice: «No, eso ya lo sé. Es obvio. Lo que más me preocupa es que algún momento quiero tener la pelota y Guardiola ha inculcado a este equipo que la tiene que recuperar cuanto antes para volver a atacarte, es una pesadilla eso: van cinco tipos a buscarte. Me preocupa qué haremos cuando la tengamos. Ya sabemos que el 80 por ciento del tiempo la van a tener ellos». El fútbol es maravilloso, entre otras cosas, por eso. Cuando me puse a hacer Cartografías del fútbol, hice un punteo de los ítems para el libro. Y creo que me quedé corto. La cantidad de elementos que juegan en un partido es impresionante.
–¿Por ejemplo?
–El fútbol es todo el tiempo una forma de espera de que pase algo. Me fascina como lo plantea el mexicano Juan Villoro al hablar del fútbol y el tiempo. Si lo pensamos desde el punto de vista de la filosofía del juego, el fútbol es el peor y no el mejor deporte. ¿Por qué? Porque en el punto uno dice que el objetivo es meter la pelota en el arco contrario. Y los partidos no terminan 120 a 118 como en la NBA cuando juegan Detroit y Chicago. A veces terminan 0 a 0 o 1 a 0. Esto supone que la mayoría de las jugadas fracasó. Pero nos sacó muchos «uuuh» o «aaaah». Y se nos pasó una hora y media. Y somos felices. Es que en unos colores vemos reafirmada la identidad, la mismidad: el reconocimiento de uno mismo. Tiene que ver con la noción de deseo de Baruj Spinoza.
–¿Cómo es eso?
–Cuando me formé como terapista con Hernán Kesselman, un grande, tuve que hacer monografías. A una la llamé «Ontología del buen pescador». Lo ontológico es lo perfecto en sí mismo. Y para mí el buen pescador no es feliz solamente si pesca: el pescador reafirma su condición de pescador haciendo cosas que hacen los pescadores. Si no pesca nada, se va feliz igual porque reafirmó su condición de pescador. Y si pesca, mejor y se lo cuenta a los amigos. Lo que decía Nietzsche: la misión del hombre es llegar a ser lo que se es. Spinoza decía que el deseo lo que quiere no es consumar el deseo, quiere agenciar más deseo para seguir viviendo. Y el fútbol es eso: quiero que juegue Estudiantes para seguir viviendo. Juega Estudiantes, pierde, me tomo un clonazepam y después estoy pensando en ganar el próximo partido. Y algo más: el fútbol es una maravillosa posibilidad de hablar entre nosotros, algo que cada vez es más difícil con el celular y con el WhatsApp y todo eso que impera ahora con la cultura del ya y el yo en vez del yin y el yang. El fútbol rompe con esa cultura. Porque es el pasado: «Este me hace acordar al Mariscal». Porque es el presente: «Mirá la tabla: estamos cuartos, hoy jugaríamos octavos de final». Porque es el sueño del partido próximo. El futbolero cree en el imposible. Un ejemplo: si me decías, antes del Mundial, que Dybala, pegándole a la tribuna, iba a salvar a Argentina del cuarto gol de Mbappé, yo te hubiera dicho «imposible». El fútbol es eso. Ahí está lo impensado. No le quito valor a lo impensado aunque el fútbol también tenga mucho de ajedrecístico.
–¿Quién pensó o piensa bien al fútbol?
–Nadie pensó el fútbol mejor que el Negro Fontanarrosa en la Argentina. A través de la ironía, el chiste. No te vayas campeón es un libro extraordinario, donde se hacen semblanzas de equipos. Lo que pasa es que, a la vez, el Negro te decía: «Si cumple años mi mamá y juega Central, yo me voy a ver a Central». En eso, coincido con él. Una vez, nos tomábamos un café con Fontanarrosa, cuando me hizo el prólogo de mi libro de cuentos Del diario íntimo de un chico rubio. Le dije: «Negro, tenemos más pesares que alegrías». Y me contestó: «No somos hinchas del Real Madrid. Pero la felicidad es como somos de Central y de Estudiantes, que no salen campeones todos los años, pero cada tanto sí. Y eso es maravilloso. Y que cada dos semanas o tres ganan un partido».
–Hay un libro tuyo que se titula Periodistas depordivos. ¿Por qué «depordivos»?
–Periodistas Depordivos es un libro que pensé mucho tiempo hasta que un día tuve la valentía de escribirlo. Es un libro que escribí enojado. Enojado en el sentido de sentarme frente a mi laptop cuatro horas y decir «hoy saco 15 páginas», que es mi fórmula. Hubo un momento, no sé cuándo, en que un periodista se sintió más importante que el fútbol mismo. Ese fue Míster Hyde. Y no paró más. Hoy ha crecido exponencialmente esa idea. Y que el hincha está más pendiente de lo que dirán los periodistas que del partido. Y esa es la muerte del periodismo. El divismo: la pantallita, el maquillaje, la frasecita ocurrente, la anécdota personal que no entienden más que su compañero y él.
–Antes citaste a Valdano, quien dice que el periodismo deportivo armó un show dentro del show.
–El fútbol siempre es un deporte de oposición directa, con pelota, donde juegan once contra once. Ahora, no es lo mismo el fútbol de finales del siglo XIX que el de comienzos del siglo XX o el de ahora. Cuando se legaliza la condición de laburante del futbolista, esto supone que el futbolista va a jugar delante de una cantidad de personas. Cuando un quehacer cualquiera implica la atención de tantas personas, es un espectáculo. Hace muchas décadas que ocurre eso. Lo que pasa es que durante muchos años, inocentes nosotros, nos preguntamos por la pureza, una idea compleja porque yo, aun sin ser esencialista, si veo a una viejita que necesita auxilio para cruzar la calle, me porto como mi viejo hace 80 años: le doy la mano y la ayudo. Así que pensamos cuánta pureza le quita el negocio al fútbol, cuánto le saca la cuestión de la guita al fútbol. Hoy es al revés: se perdió tanto que, al revés, nos preguntamos cuánto queda del fútbol en medio de las corporaciones. Y lo seguimos amando. No pueden contra el fútbol. ¿Por qué crece la voracidad de la corporación por apoderarse por entero del fútbol para convertirnos en zombis? Porque no pueden. El fútbol es mucho más que eso, mucho más que sus oscuridades.