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El grito de la multitud

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Ariel Scher

El logro de la selección en Qatar regresa como recuerdo de fiesta popular imponente. Fútbol, arraigo y argentinidad, en un análisis que une a las ciencias sociales con la literatura.

Éxtasis. Miles de fanáticos salieron a las calles para celebrar con los jugadores y el cuerpo técnico la conquista de la ansiada estrella.

Foto: NA

Y si un día la Argentina se acaba, y si un día el fútbol se acaba, y si un día las ciudades de cualquier parte se acaban, y si un día lo único que no se acaba son las fotos de lo que alguna vez existió, entonces sobrevivirán esas imágenes: miles y más miles y más miles que miles de personas recontrapoblando las calles y los rincones, enfundadas en el juego del celeste y el blanco, abrazadas sin necesidad de conocerse, pero sí reconociéndose desconocidas próximas, marchando sin o con rumbo, desnaturalizando las rutinas, felices. Eso: muy felices. Esas imágenes: 18 de diciembre de 2022, la Selección que besa el cielo desde Qatar hasta el universo, ríos de cuerpos vagando por el espacio público, músculos que rompen un signo fuerte de la época que consiste en privatizar la existencia y encerrarse o relacionarse a través de las pantallas, voces que cantan largo y juntas en una edad en la que lo cotidiano trae ecos breves, dominantemente solitarios, más cercanos al ruido que al sonido. Una fiesta. Una fiesta campeona. Una fiesta y, en tanto está el pueblo, una fiesta que, sin engaños, puede llamarse popular. Una fiesta gigante.

¿Por qué?
Se dirá –fácil, cómodo, tentador como todo lo cómodo y como todo lo fácil– algo así: «Es el fútbol y es la Argentina, viejo. ¿Qué querés? No hay secretos». No hay secretos, pero en los comportamientos sociales casi nada y casi nunca dibuja una línea recta. El viejo Bertolt Brecht soltaría –contra lo fácil y contra lo cómodo– una de sus sugerencias imprescindibles: «Examinar lo habitual». Y, sobre todo, examinar las consideraciones que conforman esa habitualidad (el fútbol, la Argentina, la pasión, lluvias de etcéteras) porque lo que sucedió fue excepcional, al punto de ser catalogado con bastante precisión como la mayor movilización de la historia en esta parte del planeta.
Doctor en Historia y, a la vez, formado en el periodismo deportivo, Mariano Nagy entreteje pasados y presentes para descifrar lo que ocurrió: «Eso que vivimos y que vimos se asienta en una tradición cívica de los argentinos. No con la magnitud de lo que pasó en diciembre de 2022, pero en el inconsciente colectivo persiste la idea de movilizarse. Hay mil ejemplos, inclusive en el siglo diecinueve, ni que hablar en el veinte. Ejemplos que surgen de lo político y de lo social. Tenemos hasta un calendario de movilizaciones del que no está escindido el deporte a través, por ejemplo, de los días de los hinchas. Esa tradición movilizadora es la clave histórica. Luego, hay un despertar de mucho tiempo para una generación entera muy fanática del fútbol: sucedió una revinculación con los afectos hacia la selección. Con componentes futboleros. La Copa América de 2019 fue un parteaguas. Y ocurrió en un país donde varias cosas dejaron de funcionar bien, lo que hizo que el fútbol estableciera un contrapunto. Se trató de un estallido de alegría que unió lo social, lo colectivo, formar parte de algo, el perfil de los jugadores, el juego del equipo, tener al mejor jugador del mundo, un grupo capaz de contagiar».

Dimensiones entrelazadas
Idea que cabalga entre otras ideas, la del contraste entre lo que el fútbol dio y lo que el resto de la realidad no daba o dejó de dar brota en más de un análisis sobre el diciembre de La Tercera. Pablo Alabarces, uno de los académicos que más trabajó sobre el fútbol (con un itinerario que marcha desde su referencial Fútbol y patria. El fútbol y las narrativas de la nación argentina hasta el recién reeditado Historia mínima del fútbol en América Latina), clava los ojos en ese territorio: «Con el triunfo de 2022, el fútbol les pagó a los argentinos una inversión afectiva con una felicidad maravillosa, intensísima y, vale enfatizarlo, también compensatoria. Desde luego que no hay una evolución causa-efecto, pero en la semana anterior a la final con Francia, los argentinos se enteraron de que su sociedad, una de las más ricas de América Latina, la más igualitaria de este subcontinente, incluso históricamente la más justa y la más democrática, acumulaba al 40% de la población por debajo de la línea de pobreza. La felicidad popular, en consecuencia, simultáneamente transversal retumbó como una especie de reclamo, un “nos lo merecemos”».
Dos dimensiones más, muy entrelazadas, sobresalen en el campo que recorre Alabarces para indagar en la expresión tan masiva y tan mediatizada (el rol determinante de la industria de la comunicación en la construcción de lo que pasó da para otro capítulo) que destapó el mundial qatarí. Una: queda desbaratada la afirmación –muy usada por las aproximaciones simplistas a los nexos entre el fútbol y la política– de que un éxito deportivo les resuelve cosas a los Gobiernos, ya que a la Argentina se le enderezaron pocas cuestiones luego de aquella vuelta olímpica y «ganar la Copa no sirvió para nada, salvo para disfrutar de un momento feliz». Y dos: el silenciamiento del Estado como narrador de lo patriótico. Acaso como nunca antes –plantea Alabarces–, «el fútbol ha decidido extremar su autonomía y proponer que la patria, una patria de masas y festiva, le pertenece por completo». Dato que complementa y sostiene esta perspectiva: miles, miles, miles en todas partes anduvieron lo más cerca posible de los jugadores en su regreso al país, pero no cerca –ni los jugadores ni nadie– de los individuos o las organizaciones asociados con la institucionalidad política.
Sin embargo, esa distancia con aquello a lo que se identifica como «la política» no neutraliza la reflexión sobre «lo político». Rodrigo Daskal, sociólogo especializado en fútbol, escritor y dirigente de River, lo abarca: «Se habló mucho de “unión nacional” y eso me parece cuestionable, en especial para mostrar esa idea como una imagen lavada. Lo que demostró el fútbol, en principio, es que eso que llamamos Argentina existe, con sus componentes imaginarios y concretos. Pero no veo correcto desplazar ese concepto a otras dimensiones políticas o ideológicas, como se dijo por ahí. Y hubo otra idea fuerte: la idea de multitud. Las celebraciones del título nos invitan a pensar sobre la idea de multitud. Ahí había multitud. Y había multitud sin graves inconvenientes. El fútbol también es eso».
No «unión nacional» aunque fuera «unión nacional» el eco propagado desde altavoces que siempre se alborozan con negar las tensiones inherentes a una sociedad capitalista, asimétrica, injusta. No «unión nacional», pero sí «Argentina». O, como mejor manifiesta la antropóloga Nemesia Hijós, otra científica social que estudia al deporte: «Se habló mucho también de communitas y de los sentidos de comunidad que se generaron alrededor de las celebraciones, donde vimos suspenderse algunas jerarquías, normas, reglas, regulaciones, por la extensión del momento futbolístico-ritual, replanteando lo que podía hacerse, lo que estaba permitido o no». Y especifica: «Ser campeón del mundo y celebrar esa identidad nacional en las calles es un modo de exaltar y afirmar esa construcción de la identidad nacional de la que, desde las ciencias sociales, pensaron tanto Eduardo Archetti y Pablo Alabarces. Imágenes de más de cinco millones de personas en las calles que circularon internacionalmente como vidriera para orgullo nacionalista ante el mundo. Las y los hinchas festejaron a la selección argentina, expresaron su alegría contenida. Lo hicieron empatizando con la espera de Messi, por el tiempo sin ganar un mundial, por el deseo de tener motivos para salir a las calles con optimismo. Y, ante las dificultades del Gobierno para contener los festejos, fueron desarrollando estrategias para apropiarse de los espacios para la celebración colectiva».

Un deseo colectivo
Messi, por supuesto. Porque ese 18 de diciembre y los días y los meses que prosiguieron tornaron a la Argentina en la cara de Messi y en las camisetas de Messi y en el marketing infinito sobre Messi. Ni un solo apunte sobre el mundial alegre de la selección relativiza el papel de Lionel Messi para construir esa alegría. Un genio. Un genio al que hasta los minutos inacabables del 18 de diciembre le persistía la materia pendiente de ser campeón del mundo, la última para graduarse vaya a saber de qué. ¿Y si la multitud fue más multitud también por Messi? ¿Y si los júbilos tuvieron ese alcance por Argentina, cierto, pero por Messi, igual o más, por Messi o por esa materia pendiente que ya no quedó pendiente? En ese andarivel, se desplaza una de las hipótesis de César R. Torres, doctor en Filosofía con una producción extensa orientada a lo deportivo: «Existía un deseo común de que un cultor superlativo del futbol como Messi coronara su carrera con un éxito trascendente con esa camiseta. Ese deseo colectivo del bien hacia otra persona y el regocijo ante su logro parecería infrecuente. Si en el fútbol nacional se percibe bastante schadenfreude, este es un caso de mitfreude. Es decir, complacencia por la gracia ajena, que se hizo propia: complacencia por la fortuna ajena, que se hizo propia. Me gusta pensar e imaginar que se celebró colectivamente la excelencia futbolística y se expresó mancomunadamente complacencia por la fortuna de Messi, en una combinación virtuosa que el pueblo percibió y se apropió. Esa excelencia y esa complacencia dieron lugar a una exaltación popular sin precedentes y casi sin incidentes».
Habrá, cuando los calendarios decanten, miradas más ajustadas sobre semejante fiesta. Se verá si persevera en su impacto una mítica sentencia de francés Albert Camus en otras décadas: «Patria es la selección nacional de fútbol». O si conserva su drama, otra brevedad rotunda de Osvaldo Soriano, golpeado en la mitad de los noventa porque muchas pertenencias colectivas se diluían: «Al final, lo único que nos queda es el fútbol». El fútbol, identidad y estremecimiento, arraigo y negocio, argentinidad y cuántas cosas más. Por eso su foto vuelta fiesta del pueblo conmueve y seguirá conmoviendo.

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