El certamen estadounidense tuvo como ganador a Golden State Warriors, en el inicio de una era de grandes equipos reforzados con figuras que pasan de una franquicia a otra en busca de títulos y reconocimientos. Los casos de LeBron James y Kevin Durant.
12 de julio de 2017
Con altura. LeBron y Durant, protagonistas de otra gran final entre los Warriors y Cleveland. (Shaw/Gina/AFP/Dachary)La NBA vive la época de los superteams, equipos de estrellas. La inauguró LeBron James, cuando abandonó Cleveland Cavaliers para pasar a Miami Heat en 2010. Poco lo dañaron los insultos de los fanáticos y las recriminaciones de los viejos jugadores. LeBron ganó los anillos de 2012 y 2013 con Miami y volvió a Cleveland, como si nada hubiera sucedido en el medio. El que dejó su casa en busca de la gloria esta temporada fue Kevin Durant. Los misiles teledirigidos desde Oklahoma City Thunder, en el que jugó ocho temporadas consecutivas, fueron neutralizados por Durant, el jugador más valioso (MVP) de Golden State Warriors en la serie final que le ganaron 4-1 a los Cleveland de LeBron. Los Warriors, de este modo, obtuvieron el quinto título de su historia.
Atrás parecen haber quedado los grandes equipos que se mantenían en el tiempo, con integrantes de dispar nivel. Las estrellas de la liga más poderosa del mundo de básquet quieren ahora juntarse con otras estrellas para cumplir los objetivos. Durant, de hecho, conquistó su primera liga de la NBA con la compañía de Stephen Curry, el base megaestrella en el anillo que Golden State consiguió en 2015.
«Se ha convertido en una rutina ver a los grandes jugadores de la NBA perseguir activamente la oportunidad de unirse a otras estrellas para lograr títulos», escribió el periodista especializado en básquet Howard Beck en el sitio Bleacher Report. «Aunque Durant dice que no tuvo en cuenta el precedente de James, admite que él sí abrió el camino. La era de estabilidad de la superestrella en un equipo parece haber terminado, dando paso a jugadores envalentonados, libres, que ponen los logros y la satisfacción personal por encima de todo lo demás», agrega Beck. La final Golden State-Cleveland fue la tercera seguida. Si en 2015 la estrella fue Curry, y en 2016 LeBron –quien revirtió un 3-1 que parecía lapidario para los Cavaliers y actuó como si fuera un enviado del futuro para contar cómo se jugará al básquet por años–, este 2017 es sinónimo de Durant, el primer jugador con cinco partidos seguidos con al menos 30 puntos en la serie de la final después de Shaquille O’Neal en 2000.
Sergio Hernández, el entrenador de la selección argentina que inició su tercer ciclo en el cargo, apunta una diferencia entre LeBron y Durant: «Durant es el único que decide cuándo hace las cosas, incluso más que LeBron». Durant, una mole de 2,06 metros que cumplió el sueño de ser campeón de la NBA que arrastraba desde la infancia pobre en los suburbios de Maryland, dejó atrás los reproches por su partida y hasta una pelea con Russell Westbrook, su amigo, compañero y figura en Oklahoma. Pudo dedicarle el título, con lágrimas de por medio, a Wanda, su madre. En cierto sentido, Durant corrió detrás de lo que quería, hizo fuerza para sacarse esa espina, para saciar su hambre de gloria, más allá de haber sido MVP de la temporada 2014 y de haber jugado la final de 2012 con Oklahoma. Es cierto, no ganó solo el anillo. Además de Curry, aportaron a la causa Klay Thompson, Draymond Green y Andre Iguodala. En esta temporada regular, los Warriors ganaron 207 de los 248 partidos. La ecuación es la siguiente: para un equipo brutal, Durant, una estrella brutal que, de igual modo, agacha la cabeza y cumple los requisitos en pos del éxito.
«En otras palabras, no solo Durant reconocía con su decisión de irse que no podía ganar títulos por sí mismo, sino que Curry, un hombre al que se había comparado con Michael Jordan y que había ganado los dos últimos premios al mejor de la liga, hacía lo propio. Eso no es habitual en la NBA, tan llena de egos. Fue un poco de anonimato a cambio de un nuevo anillo», dice Guillermo Ortiz, filósofo, amante de la pelota naranja y autor del libro Todo lo que siempre quiso saber sobre el deporte. El pasado 1 de julio, Curry batió otro récord, esta vez no desde la línea de triples: firmó el contrato más alto en la historia de la NBA, a cambio de más de 40 millones de dólares por año por cinco temporadas. Hubo un factor determinante para estirar la cifra de Curry: Durant se bajó su sueldo. También por eso, quizás, este equipo de Golden State con Curry y Durant y las demás estrellas añora a ser una dinastía en la NBA. El mismísimo LeBron lo reconoció, abatido y desolado, después de que terminara la serie de la final. Lo vieron miles de personas en todo el planeta, incluso en la Argentina. En nuestro país, la pasión por la liga estadounidense sigue intacta como a mediados de los 90, cuando la televisión de aire sumaba programas –Lo mejor de la NBA (Canal 9) y La magia de la NBA (Canal 13)–, mucho antes de la aparición de Emanuel Ginóbili.
Detrás de escena
La era de los superteams parece que todo lo puede. Los incentivos económicos y las lealtades a la tradición les dieron paso a las estrellas ávidas de competir por ser los mejores, llámense LeBron James o Kevin Durant. Cuentan que Durant, luego de ser MVP en 2014 con Oklahoma y aun con la derrota en la final de la Conferencia Oeste ante los San Antonio Spurs de Ginóbili, viajó a Los Angeles con su amigo Westbrook y se encerró en un gimnasio privado para trabajar la técnica y los movimientos de desmarque, y hasta le pidió ayuda a Steve Nash, MVP en 2005 y 2006, con 1.200 partidos en la NBA en 18 años. «Tras la temporada es mi momento de trabajar duro. Eso es lo que la gente no puede ver. En ese momento me entreno más que nunca, porque deseo llegar a las finales del año siguiente. Ese es siempre mi objetivo», acepta Durant en el documental de nombre elocuente: The offseason (2014), «fuera de temporada». Fue Nash, contratado al año siguiente de ese encuentro con Durant como consultor del desarrollo de los jugadores, quien lo llevó a Golden State Warriors. Sabía, en el fondo, que para volver a ganar el anillo después de perderlo con los Cleveland de LeBron necesitaba de una estrella. O, mejor: de un equipo de estrellas en una nueva era que se abre en la NBA.