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De origen humilde, el delantero de Godoy Cruz se coronó goleador de la Superliga con 17 conquistas, asentado en un estilo dentro y fuera de la cancha que cautivó al público. Los artilleros inesperados que desafían a las figuras de los clubes grandes.


Potencia. El uruguayo maniobra entre dos jugadores de San Martín de San Juan, en el último clásico cuyano que ganaron los mendocinos. (Télam)

Se puede ver el momento en el que cuando por televisión le anunciaban que había sido elegido el mejor jugador del partido, después de que Godoy Cruz le ganara a Temperley, aprovechó para hacerle un reclamo al patrocinador del premio: «Estoy esperando la bicicleta que me deben de hace un par de partidos atrás». También otro momento, cuando dijo que a la hora de un partido de Boca, el rival en el torneo, estaría en otra: «Tengo un asado».  O cuando bromeó con un posible llamado para jugar el Mundial con Uruguay: «Tengo que secuestrar a Luis Suárez y a todos los delanteros». La bicicleta se la entregaron, Boca fue campeón, no fue convocado para jugar en Rusia, pero Sebastián García, el Morro, se comió el asado y terminó como goleador de la Superliga argentina.
El Morro, uruguayo del barrio Colón de Montevideo, 27 años, se convirtió en un consumo de redes sociales. Sus salidas públicas eran festejadas por lo ocurrentes, acaso sorpresivas, nunca obvias. Una empatía con el público futbolero que se conjugó, además, con una historia de construcción desde abajo. De un barrio pobre a las páginas de los diarios.
Pero lo que importa son sus 17 goles en el último campeonato, casi todos a un toque. Excepto cuando le marcó a Franco Armani (2-2 con River en el Monumental), ante el que la paró y luego la tocó con sutileza por arriba del cuerpo del arquero, o en su segundo gol a Temperley (2-0 en Mendoza), cuando la bajó y lanzó la bomba, el Morro no necesita tocar dos veces la pelota para hacer sus goles. No por eso sus facturas son de baja calidad. Al contrario: hay que ver el golazo a Huracán, sacándose de encima al defensor con su cuerpo y acomodándola por encima de Marcos Díaz. O el primero que le hizo a Temperley, dándose vuelta sin tocar la pelota hasta quedar de frente al arco y sacar el remate. O todos sus goles de cabeza, hasta el último que hizo en el torneo, frente a Tigre.
Mezcla de intuición, oportunismo y ubicación, el cuerpo macizo no le resta estilo a los movimientos del Morro, que llegó a Godoy Cruz en 2016 después de algunos vaivenes en su carrera. El goleador del torneo argentino creció como jugador en Nacional de Montevideo, el club del que es hincha. Se fue al Atlético Paranaense de Brasil, pero quedó envuelto en un caso de doping por cocaína, en el que, sin embargo, vio una mano extraña. «No quería jugar más al fútbol –contó en una entrevista con el diario La Nación–. Las otras muestras se mandaron al exterior, la mía se hizo en el país. La suspensión regía solo en Uruguay, en Brasil podía jugar, pero me peleé con los dirigentes, me tenían de rehén por asuntos de impuestos».

Redes con historia
De ahí pasó a Kasimpasa, de Turquía. Pero no le fue bien. Volvió a Nacional, donde tampoco jugó demasiado, y parecía estancado hasta que renació en River de Montevideo. Ese fue el puente a Godoy Cruz. Y a este momento. En 2018, fue clave para un semestre arrollador del equipo de Diego Dabove. Aunque no le alcanzó para arrancarle el título a Boca, Godoy Cruz fue el mejor del año con un 80% de efectividad. Un envión que le permitió ser subcampeón y jugar la Libertadores 2019.
Para el Morro fue el sprint que lo llevó a ser el goleador del torneo  dentro de un combo de goleadores inesperados. Los que le siguen en la tabla son Sebastián Ribas, otro uruguayo, delantero de Patronato, y Lautaro Martínez, la joya de Racing. Están Ramón Wanchope Abila (Huracán y Boca), y Franco Soldano, de Unión. Ahí también aparece Darío Benedetto, que estaba destinado a ser el goleador (como ocurrió en la temporada 2016/2017) si no hubiera sido por la lesión que lo dejó en el camino.
Que el goleador del torneo no sea de uno de los cinco equipos más poderosos no es una novedad. En los últimos diez años –aunque con torneos cortos– solo Teófilo Gutiérrez (Racing), que compartió cartel con Javier Cámpora (Huracán) en el Clausura 2011, y Benedetto rompieron esa lógica. Solo hay que revisar algunos de los goleadores anteriores al delantero de Boca: José Sand (Lanús), Marco Ruben (Rosario Central), Silvio Romero (Lanús), Maxi Rodríguez (Newell’s), Lucas Pratto y Mauro Zárate (Vélez) y César Pereyra (Belgrano).
Una explicación puede ser la dispersión de los goles en los equipos más grandes. Boca, además de Benedetto y Ábila, sumó con Cristian Pavón y hasta con Pablo Pérez. A River los que más le aportaron fueron Ignacio Scocco, Gonzalo Pity Martínez y Rafael Borré. Independiente dividió buena parte de sus goles entre Leandro Fernández y Martín Benítez. El goleador de San Lorenzo fue Nicolás Blandi, pero le siguen Ezequiel Cerruti (se fue a mitad de torneo) y Nicolás Reniero. A Racing lo empujaron los goles de Lautaro, pero también de Lisandro López y Ricardo Centurión.
Acaso otros equipos –sin que eso signifique una valoración del juego– dependan más de los goles de un jugador. Como los goles del Morro García, el hombre de los gritos de Godoy Cruz al que antes de que terminara el torneo le mandaron seis bicicletas. No solo las dos que le correspondían: recibió dos más para él y otras dos para las inferiores del club mendocino. El reclamo triplicó el premio. Otro gol para el Morro.

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