Deportes | ENTREVISTA A HÉCTOR BRACAMONTE

Fútbol sin moldes

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Ariel Scher

Exdelantero con pasado en Boca, músico por vocación, hoy dirige al equipo femenino de Racing. Habla de los prejuicios, el machismo, Maradona y la pelota como máxima expresión del arte.

Foto: Juan Quiles/3Estudio

–¿Cuántos Braca caben en Bracamonte?
Braca, Bracamonte, Héctor Bracamonte, uno en el que caben muchos o muchos que caben en uno, oye esa pregunta como quien sabe lo inevitable. Es su sello. Como escribió alguna vez Alejandro Dolina, «la multitud va por dentro». Flor de multitud: nació en el sur de Córdoba hace 46 febreros y metió decenas de goles sobre el suelo de Rusia, registró lluvias de folclore en la infancia y tornó en músico rockero en la adultez, fue centrodelantero alto y flaco de Boca pero enhebra cuentos que refieren a otras circunstancias de vivir; de pibe soñó con Maradona y de grande a Maradona lo volvió canción. En su escritorio luce una pelota de fútbol y también lucen un lápiz y unas hojas en blanco porque lo tienta dibujar. Una más: él, forjado en el universo largamente machista de las canchas, desde enero ejerce su profesión de director técnico al frente de la Primera División de mujeres de Racing, con el que acaba de arribar al primer subcampeonato del club, en esa especialidad, a través de la historia. Multitudes.

-Creo que mi función polifacética parte desde mi inquietud y mi aburrimiento. Soy una persona que se aburre muy fácil. Por ahí es un rasgo muy de niño. Entonces, busco una actividad nueva. Me gusta escribir, me gusta dibujar, me gusta tocar la guitarra, me gusta jugar al fútbol, me gusta hacer deportes, me gusta la charla con amigos. Mis inquietudes me llevan a hacer cosas. Después, si las hago bien o mal, no me importa. Siempre intenté hacer. Me pasaba desde que empecé a jugar: nunca me gustó ser un actor secundario. En mi estudio, hay una guitarra, un papel en blanco, la computadora, otra computadora, libros, camisetas. Estoy en contacto con mis actividades y voy haciendo, de a poco, todas.

–En esta etapa, lo que genera más asombro, por la abundancia de prejuicios y porque no hay muchos entrenadores de mujeres que tengan una carrera como la tuya, es que seas el entrenador de Racing femenino.
–Elegir ser entrenador en el fútbol femenino fue, un poco, porque ya estaba interiorizado en el tema. Pero, cuando llegó la posibilidad concreta, todos me dijeron «estás loco». Eso creo que fue un empuje. Me gustan los desafíos. Me pareció que agarrar otro equipo de hombres hubiese sido uno más. Dirigir la Primera de Racing no va a ser un equipo más: va a ser una experiencia única, irrepetible. Y me está enseñando mucho más de lo que yo pensé que me iba a enseñar.

–¿Percibís que el fútbol sigue siendo un espacio machista?
–Sin dudas que el fútbol es el último reducto machista. Incluso las mujeres que consumen fútbol tienen, desde un lado, un punto machista. La apertura de los últimos tiempos ha sido grande. De a poco, desde el lado machista, se va creyendo que puede ser un deporte respetable. Hay un montón de barreras todavía para pasar. Obviamente, tenemos que ser los hombres los primeros en dar ese ejemplo. Muchas veces hablamos de que las feministas llevan sus banderas y necesitan aliados: creo que los hombres tenemos que sembrar de a poquito para que no solo al fútbol femenino sino a un montón de cuestiones que tenemos arraigadas desde nuestra masculinidad o desde nuestro machismo podamos borrarlas, cambiarlas.

–¿Cómo impactó en tu vida familiar que tomaras una decisión así?
–Yo vivo en un matriarcado. De perras, gatas y mujeres hermosas en mi casa. En mi familia no sorprendió que agarrara el femenino de Racing. Al contrario: mi esposa me dijo «estás recapacitado, me parece bárbaro que lo hagas». Tuve el apoyo principal. Mis hijas y mi mujer son tres feministas y conozco del palo. Aun así, es difícil desarraigar algunas cuestiones machistas que nos atraviesan y que ya vienen chipeadas.

–Desde tu lugar de entrenador, ¿qué característica del fútbol jugado por mujeres ves más urgente transformar?
–Las jugadoras que actualmente están en Primera no tienen el proceso de las nuevas generaciones. Mi sobrina está jugando al fútbol ahora, a los 9 años, en Río Cuarto. Nuestras jugadoras, por fruto de ese ciclo, tienen algunas características que son difíciles de sacar. El crecimiento técnico, táctico y físico será notorio dentro de ocho o diez años. Hoy tenemos jugadoras más pasionales, más amateurs. A futuro eso cambiará.

–¿Cómo se construyó tu vínculo con la música?
–Mi padre, mi tío, mi primo, mi hermano, todos músicos. La guitarra siempre estuvo dando vueltas. ¿Cuándo aprendí a tocar la guitarra? Y no sé. Yo, de repente, estaba tocando. Mi hermano tocaba bien y yo hacía tres acordes. Y me fui transformando en esa especie de futbolista/músico o artista. No puedo separar mi vida del arte: siempre estuvieron la música y el teatro. El folclore fue lo que más me llegó por mi padre, pero mi hermano me arrimó al blues y al rock. Pero me gusta, también, el tango. Tuve los estímulos de todos lados y sé disfrutar de diversas músicas.

–¿Llevás bien o te embroma que te etiqueten como un futbolista que se sale del molde?
–No sé si soy rompe estereotipos. Hay actividades que están un poco encasilladas. Está mal visto tener una dualidad: si sos jugador, jugá al fútbol. Un político tampoco puede tocar la guitarra, no puede hacer otra cosa. Y si un abogado bueno aparece bailando en Tinelli, ya cagó. Somos muy cerrados como sociedad. Eso lo veo mal. Me encanta cuando veo una jugadora, un jugador o una personalidad que hace otra actividad. Hay una cuestión de alimento a la cabeza. Si vengo de ver dos partidos de fútbol y de hacer una planificación, me da energía hacer otra cosa. Me toco dos temas y me reseteo. La gente no sabe el poder que tiene escribir, dibujar, jugar al ajedrez. ¿Soy un bicho raro? Puede ser. Me encantaría que haya más bichos raros. Como director técnico, trato y traté de estimularlo en todos mis equipos. Eso te da una conexión con la sociedad, te baja a tierra. Te hace más humano, mejor persona y más inteligente a la hora de actuar en tu vida profesional. Igual, no me molesta esa etiqueta. Siempre fui, desde muy chico, el que era de otro palo. Siendo jugador profesional, «ahí viene el guitarrero»; haciendo música, «ahí viene el futbolista». Ganarte el lugar lleva un poco más. Pero se puede. Hay muchos ejemplos que lo certifican.

–¿Cuáles fueron las cosas más determinantes que te dejaron tus nueve años en Rusia?
–Llegué de manera azarosa. Tenía dos países para elegir y dije «me voy con Lenin». Me motivaba un poco la historia rusa. Me encontré con un país que se estaba transformando al Occidente. Pero, más allá de lo histórico y lo deportivo, lo que más me potenció fue lo humano. En Rusia aprendí a hablar portugués y ruso y mejoré mi inglés. Estuve jugando dos años en una ciudad musulmana, cosa que para mí era ajena, y luego en ciudades donde predominaba la iglesia ortodoxa. Nuevos idiomas, nuevas culturas, nuevas religiones. Jugué con africanos, con europeos del este, con europeos centrales, con latinoamericanos. Todo eso me abrió la cabeza.

Foto: Juan Quiles/3Estudio

«Sos el capitán de mis días más felices», dice un verso tuyo en tu canción a Maradona. ¿Cómo escribís?
–Por ahí me tengo que sentar a escribir y, en realidad, junto todo lo que venía escribiendo. Soy muy frasero. Eso pasó con esa canción para Maradona. Surgió en 2004, cuando yo pensé que él había muerto. Tomó más valor después, pero salió luego del primer cumpleaños de una de mis hijas, en Rusia, cuando nos juntamos todos los futbolistas argentinos que estábamos allá y, con Diego internado, nos pasamos toda la noche hablando sobre él.

–¿Qué o quién es Diego para vos?
–Maradona es el niño de 8 años. Vuelvo al niño: soy muy infantil en un montón de cuestiones. Fue un quiebre desde los 8 a los 13 años en mi vida con esos dos mundiales, sobre todo con el de 1990 y lo que viene hasta 1994 inclusive. Del Maradona más humano, más roto. Ese que venía de mostrarme lo deportivo y me enseñó también desde lo humano. Hay una conexión difícil de explicar. Me es difícil poner en palabras lo que él me enseñó. La gente, por lo general, discute mi fundamentación de Maradona. Entonces, enseguida viene el ataque o el cuestionamiento: «Pero no puede ser por eso…». Sí, es por eso. Porque yo hacía una pared con un árbol y el árbol era Maradona. Maradona me hizo estudiar cinco años italiano y ser jugador de fútbol porque yo dije que iba a jugar en Italia. Recordemos que veíamos Fútbol de Primera y, después, los goles de Italia. Yo quería hacer goles en Italia. Sabía que tenía que entrenarme pero también tenía que hablar italiano. Él me enseñó el camino bueno. Y cuando le pasaba algo malo, yo lo tomaba como algo que no tenía que hacer. Me enseñó mucho en lo deportivo y en lo humano. Con lo bueno y con lo malo, Maradona. Y es lo más argentino que tenemos y vamos a tener en la historia. Mi conexión con él es diaria.

–¿Y el fútbol? ¿Qué es el fútbol?
–Gracias a Fontanarrosa le pude dar valor a esta frase: «El fútbol es la mayor expresión del arte». Estoy muy cercano al arte, pero leí el cuento «Viejo con árbol» y dije: «Este hombre me dio el fundamento». Siempre que me preguntan qué es el fútbol, pido que lean ese cuento. El fútbol tiene música, literatura, tiene pintura, tiene danza y tiene pasión: la máxima expresión del arte.

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