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La copa, antes y después de Qatar

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Ariel Scher

Ni Maradona ni Messi pudieron jugarla, pero sí otros campeones argentinos que enaltecieron el torneo. La injerencia del negocio y las preguntas a futuro.

Historia pura. El trofeo del máximo certamen continental, con fuerte protagonismo albiceleste desde su primera edición, en 1960.

Foto: NA

Ni el mundial precoz ni el pase de lluvia de millones del Benfica al Chelsea. Enzo Fernández, experto en asombros, apila otra marca excepcional en su escalera al cielo de la pelota: debutó en dos clubes en el mismo año –eso, en este tiempo, no sería extraño– y los dos debuts los hizo en la Copa Libertadores –bueno, bueno–. Y decir un año bordea la exageración porque todo aconteció en apenas más de medio calendario: en 2020, se enfundó el manto de la Primera de River, el 4 de marzo, en los últimos diez minutos de la derrota frente a Liga Deportiva Universitaria de Quito por 3 a 0, y se calzó los colores de Defensa y Justicia, también como estreno, el 17 de septiembre contra Delfín, en un nuevo 3-0, pero favorable. La combinación de ambos datos no solo retrata cuanto construyó ese mediocampista brillante. También describe la centralidad de la Copa Libertadores en las respiraciones del fútbol de este país y de este continente.
La Libertadores, con una fundación oficial en 1960 durante una edición de solo siete equipos que consagró a Peñarol de Uruguay, ya es, a esta altura, un mapa que exhibe cuánto permanece y cuánto cambia en la estructura política, económica y, por supuesto, deportiva del juego más popular del planeta. Fuerte huella en ese mapa es, por ejemplo, el vínculo con la copa de los argentinos que llegaron a la cumbre en Qatar. Si entre los campeones mundiales y argentinos de 1978 y 1986 figuraban muchachos que no participaron de esta competición, mayoritariamente era porque sus clubes no habían conseguido la dificultosa clasificación para estar allí. En 1978 tomaron parte 21 equipos; en 1986, 19 (y River dio la vuelta olímpica con tres campeones mundiales de ese año –Nery Pumpido, Héctor Enrique y Oscar Ruggeri– y dos de 1978 –Américo Gallego y Norberto Alonso–). En 2023, al ritmo de los negocios monumentalizados del show futbolístico y televisivo, intervienen 47 instituciones: campeones mundiales argentinos solo aparece uno, Franco Armani, de River, que, claro, es el único de los jugadores que celebraron en Qatar que actúa en el campeonato local.
Se podrá aducir que, en 1978, la Copa se la llevó Boca sin uno solo de los mundialistas de ese año en sus filas (podría haber estado Alberto Tarantini, pero ya había roto su lazo con la entidad antes del mundial, en el que fue inscripto como «libre»), pero allí brota nítida una determinación del entrenador César Luis Menotti de escoger a otros futbolistas. Al revés que en 2022, en 1978 apenas uno de los miembros de la lista se desempeñaba en otras fronteras (Mario Kempes, en Valencia). Dato elocuente: diez de los 26 elegidos por Lionel Scaloni nunca pudieron sudar ni un minuto de Libertadores. Desde luego, la mayoría no se lo perdió por falta de interés sino porque partió tempranísimo y jamás pisó un césped de la categoría máxima del fútbol argentino (Lionel Messi, Emiliano Martínez), porque solo lo ejerció en el Ascenso (Paulo Dybala) o, sobre todo, por transferencias ultrajóvenes (Cuti Romero y Juan Foyth, casos típicos).

Ausencias e indicadores
Al devenir de Messi, por deslumbrante y por argentino, se lo comparó en un millón de situaciones con el de Maradona. Allí emerge una coincidencia: Diego tampoco jugó la copa. Se trató más de un desencuentro que de un trazo de una etapa idéntica a la actual. Disponía de esa perspectiva con el Boca de 1981, su único título en torneos nacionales de mayores. Sin embargo, los jugadores que rumbeaban al mundial de 1982, en España, se la perdieron, envueltos en una concentración de cuatro meses. En una era de futbolistas migrantes pero aún menos migrantes que los de ahora, regresó a las canchas del país luego de sus temporadas mágicas en el Nápoli, pero un Boca irregular no conquistó el pasaporte copero. Si la Libertadores reconoce una ausencia ya sin reparos es esa.  
De los 16 campeones mundiales que sí poseen biografía de Libertadores, una anchísima porción incluyó esa aventura en el tramo inaugural de sus carreras. De nuevo: el fútbol de la Argentina es un escenario de pibes que se van muy pibes y de veteranos que retornan cuando ser pibes empieza a ser un recuerdo dulce. A los mejores entre los mejores casi toda la luz se les desparrama lejos de las tierras donde se disputa esta copa tan tradicional. Aunque la Conmebol anunció que en esta edición habrá un incremento del 21% en el monto de los premios y que el ganador acumulará unos 30 millones de dólares en su caja, las cifras de la economía cotidiana del fútbol evidencian un abismo con Europa y, aceleradamente, con más latitudes. Un desenlace de esa ecuación asimétrica reside en que desde 2012, cuando Corinthians venció a Chelsea, ningún sudamericano festejó en el Mundial de Clubes. Y, con un enfoque desde el ombligo argentino, la coronación de Boca contra Milan, en 2003 –cuando la Copa Intercontinental funcionaba como antecesora del Mundial de Clubes– representa la última cúspide.
Otro indicador posible: la final con los franceses en el estadio Lusail constituyó la primera en la que no hubo goles en celeste y blanco ejecutados por un campeón de la Libertadores. En 1978, Daniel Bertoni metió el tercero del 3 a 1 a Holanda y su memoria ya guardaba las sonrisas continentales con Independiente de 1973, 1974 y 1975. Tanto como Jorge Burruchaga, artista del grito decisivo en el 3-2 sobre Alemania de 1986, archivaba con valor de tesoro a su desempeño en la copa disfrutada con Independiente –al cabo, el único club que suma siete vueltas olímpicas en la Libertadores– en 1984. Mario Kempes, quien convirtió dos veces ante Holanda en 1978, pasó por la aventura de la copa con las casacas de Rosario Central y de River. Incluso, con la de Central se enfrentó a Jorge Valdano, responsable del segundo gol argentino en la final de 1986, quien, a pesar de marcharse a España no bien despuntaba como delantero, anotó goles en el Newell’s de Libertadores de 1975. José Luis Brown, que abrió las llaves hacia la dicha en 1986, aportó para su Estudiantes de La Plata en once ocasiones de copa. En 2022, dos de los tres goles de la final fueron de Messi y uno de Ángel Di María, quien olfateó los aromas singulares de la copa en las cuatro mínimas oportunidades en las que ingresó desde el banco, siendo un chiquito, en la campaña de Central en 2006. Di María, como sabe la humanidad, contribuyó con goles en finales de toda índole. Inquietud que perdurará sin respuesta: ¿cuánto jugo le hubiera exprimido Angelito a la copa de haber expuesto sus esplendores deportivos en una edad que no es esta, en una edad en la que los sudamericanos corrían, básicamente, en Sudamérica?

Imágenes encadenadas
Los años más alegres y todavía frescos de River en la Libertadores explican que en la nómina qatarí haya cinco campeones de Libertadores y banda roja. Constan Germán Pezzella (2015) y cuatro que escalaron a la épica de Madrid contra Boca en 2018: Franco Armani (que ya había levantado la copa con Atlético Nacional de Medellín en 2016, algo factible por sus notorios méritos en el arco y porque desplegó su ruta entera del fútbol en este costado del Atlántico), Gonzalo Montiel, Exequiel Palacios y Julián Álvarez. Cuando Álvarez sustituyó a Palacios en el séptimo minuto del alargue en el Bernabéu, ni uno ni otro fantaseaban con que cuatro almanaques más tarde se abrazarían por compartir la gloria mundial. Álvarez arrancó con semejante desafío su marcha en la copa, que anudaría 35 presentaciones y 14 goles, seis de los cuales llegaron en una noche especial de cara al arco de Alianza Lima para erigirse en récord. Esos cuatro tipos felices albergan en sus mochilas otro logro complejo para nivelar en una época en la que los futbolistas cambian rápido de trabajo: pusieron el cuerpo en dos finales consecutivas, ya que desembarcaron en la de 2019, en la que River cayó con Flamengo por 2 a 1. El otro campeón del mundo de 2022 que cobija un título en la Libertadores es Ángel Correa, con 11 partidos y dos goles en la campaña del San Lorenzo de 2014.
Pero es transparente: casi todos son flashes de la primera juventud. Un fácil encadenamiento de esas imágenes ata los tres goles de Lautaro Martínez para Racing y a Cruzeiro en la Libertadores de 2018 con el único tanto de Rodrigo De Paul, también en Avellaneda, frente al Bolívar en uno de sus cinco partidos internacionales de 2016 y con las dos ediciones consistentes en las que Marcos Acuña transpiró por la Academia en la copa. O reúne al gol sobre la hora al Paranaense que obró como punto de partida de Alexis MacAllister en su acotado tránsito en azul y oro con el único partido en el que Nahuel Molina fue de Boca y de Libertadores (además, la experimentó para Central). O asocia la firmeza del naciente Nicolás Otamendi del Vélez que surcó hasta los octavos de final de 2010 con lo que logró desandar, también en días nacientes para su viaje como jugador, Thiago Almada en el sendero trunco de otro Vélez en 2021. Un poquito más permaneció de este lado del charco Alejandro Gómez, quien no va por la copa desde 2009 cuando se vestía de San Lorenzo, y ocupa un espacio relevante en los libros de Arsenal por motivos varios, entre ellos ser uno de los once del bautismo del club de Sarandí en la Libertadores, en 2008 y enfrente de Mineros de Guayana.
No salieron campeones del mundo pero sí entretejieron destacadísimas historias los dos argentinos con más partidos de Libertadores. Son Andrés D’Alessandro (jugó 95, campeón con Inter de Porto Alegre en 2010) y Lucas Pratto (jugó 93, campeón con River en 2018). El rasgo que los nuclea reside en que sus extensos desfiles por los estadios transcurrieron mucho más en América que en Europa (cinco años D’Alessandro, tres estancias breves Pratto) y que casi siempre los contrataron equipos con acceso a la copa. Se erigen como excepciones. Contracara: a los 17 años, el brasileño Vitor Roque se prepara para su segunda Libertadores luego de ser la estrella del Brasil campeón del Sudamericano Sub 20 de Colombia y con la memoria de haberle hecho un gol determinante a Estudiantes en 2022. ¿Tendrá una tercera seguida el año próximo? Parece imposible: aunque los equipos-empresas brasileños administran caudales económicos y financieros de un volumen mayor a los clubes argentinos, ese chiquito –top, crack, ni hablar– ya apoya un pie y medio en el margen opuesto del océano.
¿Volverán o descubrirán los campeones de Qatar, en alguna hora y en algún sitio del futuro, la belleza y la tensión de la Libertadores? ¿Extraviarán esa chance futbolística para siempre porque, con frecuencia, el pasto de Europa atrapa sus piernas y no los devuelve más? ¿Habrá un porvenir de mutaciones para el fútbol y para el mundo que favorezca que los futbolistas argentinos eslabonen mucho tiempo con una camiseta y jugando la copa para superar los registros topes del ecuatoriano Alberto Spencer como máximo goleador del torneo (¡54!) o de Daniel Onega como máximo goleador argentino (31 en 47 partidos, todos para River)? Hay cuestiones con más obstáculos que otras. Por ahora, las lógicas de poder y de mercado se orientan para profundizar las tendencias dominantes. Quizás lleve mucho hallar un horizonte en el que quepan otras respuestas. Más sencillo es atreverse a otra pregunta: ¿Y si en esta Libertadores, la de ahora, surge alguien que en algunos años se transforma en campeón del mundo?

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