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Lanús, premio al buen juego

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La consagración de Lanús en el Torneo de Transición 2016, el segundo título de su historia en el profesionalismo, constituye un logro con aristas relevantes, en medio de las constantes crisis y padecimientos que atraviesa el fútbol argentino. Entre ellas se destaca el trabajo colectivo de la entidad del Sur y, sobre todo, la propuesta futbolística ambiciosa que exhibió en el torneo y cautivó a los espectadores (no solo del cuadro granate), como hace tiempo no sucedía en el orden local.
Priorizando la tenencia del balón, la presión sostenida en el mediocampo y el desequilibrio ofensivo por las bandas, Lanús mostró una amplia superioridad sobre sus rivales, al margen de lo que indican los números contundentes de su campaña. En ese plano sobresale la figura de Jorge Almirón, el entrenador que llegó tras un paso fugaz por Independiente, quien perfeccionó lo realizado por sus antecesores en el club del Sur, los mellizos Guillermo y Gustavo Barros Schelotto. Almirón le agregó mayor intensidad ofensiva al equipo, con jugadores de oficio y buena técnica como José Sand, Lautaro Acosta (ambos campeones en 2007), Miguel Almirón, Román Díaz o Junior Benítez. Con un agregado importante: en contraste con su etapa en Independiente, el técnico armó un esquema agresivo pero sin provocar desequilibrios en su última línea. Basta consignar que Lanús fue el equipo menos goleado del campeonato (recibió apenas 10 goles) y mantuvo la valla invicta en 11 partidos. A lo que se añade otro mérito grupal: la unidad y el carácter que mostró el equipo en todo el torneo.
Con esas virtudes, Lanús festeja un título que premia el buen juego y agrega su nombre a otras formaciones de nuestro fútbol que se coronaron con un estilo aclamado por la mayoría, la dicha que perdura en el tiempo además del resultado.

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