Después de 14 años, Estudiantes de La Plata regresó a su estadio de 1 y 57. Con capacidad para 30.000 espectadores, la nueva obra tuvo como artífice a Juan Sebastián Verón, símbolo de un club que apuesta a la renovación sin apartarse de su identidad.
27 de noviembre de 2019
Volver a casa. «La Bruja», junto con dirigentes e invitados en la reinaguración de la cancha donde el Pincharrata forjó su mística. (NA)
En octubre de 2014, Juan Sebastián Verón se convirtió en presidente de Estudiantes de La Plata. Esa vez, unos meses después de haberse retirado por segunda vez del fútbol, le ganó las elecciones a Enrique Lombardi, que buscaba la reelección. Lombardi, arquitecto, era quien había proyectado la construcción del nuevo estadio en 1 y 57 a comienzos de 2001, bajo la presidencia de Julio Alegre, y cuando todavía faltaban seis años para que fuera demolida la vieja cancha de madera. En la campaña de 2014, donde enfrentó a Verón, el futbolista más influyente de la historia de Estudiantes, con el que convivió como jugador, Lombardi anunció que ya estaban las butacas y el césped. Pero la obra se demoró. Recién cinco años después, el sábado 9 de noviembre de 2019, un león de fuego gigante, producido por la realidad aumentada, caminó sobre las plateas como forma de inauguración de la nueva casa pincha. También como una forma de sellar una identidad.
La cancha de 1 y 57 remodelada es un símbolo de pertenencia. Sucede en pocos lugares con tanta precisión como en el fútbol argentino, donde ningún hincha quiere compartir cancha con hinchas de otro equipo de una misma ciudad. Es imposible pensar en un estadio único de Racing e Independiente en Avellaneda, de Unión y Colón en Santa Fe o de Newell’s y Central en Rosario. Era imposible pensar que Estudiantes compartiera con Gimnasia en La Plata el estadio Único, inaugurado hace 16 años y que no logró en ese período que «triperos» y «pinchas» lo sintieran como propio.
La vuelta a 1 y 57 amplía el orgullo de Estudiantes. Aunque el nombre oficial del estadio es Jorge Luis Hirschi, se lo conoce como Uno. Y al principio el proyecto se llamaba Tierra de campeones. Porque pocos clubes tienen tanta identificación con una idea del fútbol, lo que podría resumirse en el bilardismo, pero es mucho más que es eso. Es la reivindicación del ganar, del resultado como principio desde los tiempos de Osvaldo Zubeldía. Estudiantes ganó trece títulos en su historia y, sin embargo, solo uno lo consiguió en el terreno en el que acaba de inaugurar su nuevo estadio. Fue la Copa Libertadores de 1969, cuando venció a Nacional de Montevideo en La Plata (2-0). El resto de las vueltas olímpicas fueron lejos de casa.
Largo camino
Claro que el regreso a la tierra sagrada tuvo un artífice indiscutido: Juan Sebastián Verón. No solo en los últimos años, como presidente, sino desde antes, todavía como jugador, Verón puso todo su compromiso para la construcción del estadio. Incluso, llegó a hacer gestiones ante Néstor Kirchner, entonces presidente, para conseguir ayuda en la vuelta. También con Daniel Scioli cuando era gobernador bonaerense, mientras los socios organizaban marchas por las calles platenses en reclamo de que los dejasen construir el estadio. Antes de convertirse en dirigente, Verón ya era una especie de canciller del club. La cara ante el afuera. Y es que su trayectoria como jugador le abría puertas en distintos lugares, a lo que se sumaba lo que simboliza su apellido para Estudiantes. Si su padre, Juan Ramón, fue uno de aquellos campeones dirigidos por Zubeldía, Juan Sebastián continuó la dinastía muchos años después. Y llevaría mucho más lejos ese legado.
Primer gol. Amistoso frente a Talleres. (NA)
Verón lideró una operación compleja. El costo económico de hacer un estadio, pero también el futbolístico. Es cierto, una cosa es consecuencia de otra. Emprender la construcción de una cancha es una epopeya en un país volátil y con crisis cíclicas. En ese plano, Estudiantes tuvo que resignar posiciones respecto del equipo. No estuvo ahí la prioridad sino en la vuelta a 1 y 57 con un estadio moderno. Las sucesivas devaluaciones fueron además minando el terreno para una tarea que estaba atada al dólar. Al final de la obra –aunque todavía falten tramos que se irán completando–, Estudiantes desembolsó unos 45 millones de dólares.
Haber llegado a la inauguración sin que el club sufriera grandes perjuicios (económicos y deportivos) es uno de los méritos de Verón. Ahora Estudiantes tiene una cancha para unas 30.000 personas, la primera con iluminación led total, la primera 100% digital, un campo de juego que combina el césped natural con el sintético, ambientalmente sustentable gracias al uso racional del agua, el tratamiento de los residuos y la utilización de energía renovable a través de paneles, y una visual sin obstáculos desde la tribuna: no hay alambrados ni acrílicos que separen a los hinchas de la cancha.
Para un club que ha hecho de su identidad un culto, de lo que denominan la escuela, parece vital poder tener su estadio, el lugar donde hallarse. Verón, que puso en juego nada menos que la idolatría cuando decidió dar el paso dirigencial, puso el cierre a un trabajo de muchos años. Difícil no verlo como un artífice. Él es incluso el que intenta romper con la línea histórica del resultadismo, con lo más duro del molde pincharrata. Por eso insiste con un entrenador como Gabriel Milito, que salió de Independiente y absorbió conceptos de Pep Guardiola, el técnico que lo dirigió en el Barcelona. La campaña actual, luego de un mal comienzo, parece enderezarse con el triunfo en clásico sobre Gimnasia, en el bosque y con Maradona en el banco. Milito busca afirmar su línea futbolística. Ese camino se podrá hacer, pero al costado de la cancha, en Uno, siempre estará la estatua de Bilardo dando una indicación.