Deportes | MARCELO MÉNDEZ

Manual de conductor

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Roberto Parrottino

El técnico del seleccionado de vóley reflexiona sobre las claves del bronce conseguido en Tokio. El rol de los clubes, el exitismo y el trabajo desde las bases.

Protagonista. Con ideas claras, el entrenador lideró a un equipo que superó a potencias de la disciplina, en Japón.

VOLLEYBALL WORLD

Marcelo Méndez viaja en el tiempo para recordar el último trabajo por fuera del deporte. Se ve así mismo: ayuda a su padre a atender el quiosco de la esquina de Virrey Olaguer y Ciudad de La Paz, en el barrio porteño de Belgrano. Es un adolescente de clase media, estudia en el Instituto La Salle de Florida y en una clase de Educación Física el profesor Nicolás Favro Belo, después de que lo viera jugar al básquet y al vóley, lo guía: «Es por acá». Ahí, dice el entrenador de la selección argentina masculina, se enamoró del vóley. Favro Belo lo incentivó; Méndez creció. Después del colegio, estudió un año Ingeniería y otro Ciencias Económicas. Pero no se hallaba. Se decidió entonces por el profesorado de Educación Física. Jugar mucho al vóley en la playa lo llevó a que fuera visto por el entrenador de Cadetes (Sub 18) de River en 1981. Desde entonces, nunca más salió del deporte. A los 56 años, Marcelo Méndez es el artífice de la selección de vóley que ganó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, 33 años después del bronce en Seúl 1988.
«La función principal de un entrenador es liderar», apunta Méndez en diálogo con Acción. «Para liderar tenés que tener dos componentes esenciales. Primero, conocimiento del deporte, saber teóricamente más que los jugadores, estudiar y empaparse del deporte, conocer técnicas, tácticas y estrategias, lo nuevo que va saliendo. Y el otro componente es la inteligencia emocional. Hay entrenadores que no son tan fuertes técnicamente pero saben llevar a los grupos, porque tienen empatía, saben comunicar, dominar sus sentimientos, hacer aparecer cosas en las otras personas. Entonces, dirigir es liderar inteligencia emocional y conocimiento». Méndez comenzó a dirigir en River, su casa, donde había ganado como jugador la Liga Argentina 1987/1988. Como entrenador, logró la Liga 1998/1999. En 2004, la flamante Federación del Voleibol Argentino le ofreció dirigir la selección tras una crisis profunda del deporte. Consideró que no era el momento y le ofrecieron trabajar en España. «Elegí –dice ahora– un camino mejor».

Reconstrucción
Tres ligas con el Palma de Mallorca entre 2004 y 2009 le abrieron la puerta de la selección de España. Duró apenas un año y otra vez el camino se torció: Brasil. Hay que decirlo: Méndez, que reemplazó a Julio Velasco en 2018 como técnico de la selección argentina, es el entrenador más ganador en la historia del vóley brasileño, con 39 títulos entre Montes Claros Vôlei y el Sada Cruzeiro. «Ganar es sostener un resultado positivo, ganar un campeonato –explica–. El éxito, en cambio, pasa por otro lado: pasa por saber dónde empezaste y dónde terminaste. Si empezás en dos y terminás en cinco, eso es un éxito. Tal vez no ganaste, pero es un éxito. Si empezás en cinco y terminás en diez y ganás, se refleja aún más el éxito por el triunfo, porque saliste campeón. Pero triunfa alguien que logra una evolución. En el vóley también hay exitismo, tenés que ganar o ganar. Y no saben las condiciones en que nos entrenamos, en las que jugamos, qué les pasa a los jugadores. En Argentina es así, pero a veces no es así. Nadie es menos exitoso porque no gana. Alguien lo es cuando logra una mejora. Y se logra en el día a día de trabajo, se va proyectando, sobre todo si lo hacés al máximo y si lo disfrutás».
En 2018, Méndez encaró la lenta reconstrucción de la selección argentina. Velasco había dejado un vacío profundo. «Quiero dejar mi marca», dijo por aquellos días. En 2019, el capitán Luciano De Cecco y la gran figura Facundo Conte pusieron la cara después de que los jugadores, cansados de la desorganización, firmaran una carta pública en reclamo a la Federación. Pasajes pagados del bolsillo de los voleibolistas, recortes de premios, deudas, porcentajes por transferencias, falta de alojamiento en el país, atrasos en los sueldos de los empleados, desigualdad de género. «Fue un llamado de atención para seguir peleando por nuestro deporte», marca Méndez. «Pero esa pelea los motivó al máximo. El grupo se unió y persiguió un objetivo común: dar lo máximo en todo momento en los Juegos Olímpicos. Eso se vio en el equipo, más allá de que ganamos la medalla. Jugamos contra las potencias, no éramos candidatos a clasificar, pero se fijó un objetivo y todo el mundo fue detrás: no le interesó al grupo los 84 días lejos de la familia. Los jugadores fueron, lo buscaron y, por suerte, se logró el bronce».
En Tokio, después de que la selección le ganara a la potencia Italia en cuartos de final, Méndez se hizo el tiempo para reivindicar el rol de los clubes, un mensaje potente que ahora retoma: «Todos los jugadores de la selección pasaron por clubes, tanto del Interior como de la Capital del país. Los clubes sacan a los chicos de la calle, les dan una actividad diferente. El vóley te hace jugar en conjunto, trabajar en equipo. Hay que incentivar a los clubes y capacitar a los profesores. El club no solo es deporte: da vida, da amigos. Con Horacio Dileo, mi asistente técnico, nos hicimos amigos cuando teníamos 15 años, en River, donde nos formamos. El club te da otra forma de ver, te enseña que todos juntos tirando para un lado se pueden hacer las cosas mejor. También te saca del teléfono y la computadora, que es hoy una complicación para todos». En su formación, Méndez leyó libros de psicología, filosofía, pedagogía. Recuerda el clásico Ontología del lenguaje, de Rafael Echeverría. Es más que un director técnico. «Uno debe decirle al otro cómo tiene que hacer las cosas. Decir “no, así no se hace” es completamente diferente que explicarle a una persona cómo tiene que hacerlo. El “no” ya frena al ser humano, lo traba. Entonces es mucho más fácil si uno explica el cómo hacer».

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