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Pelota afuera

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El tenis femenino, sin jugadoras entre los primeros cien puestos del ranking, atraviesa una profunda crisis. Dificultades para competir, falta de apoyo económico y vacío de referentes, factores clave. Opina Marcelo Gómez, capitán del equipo Fed Cup.


Revés. Irigoyen y Podoroska jugando dobles en la serie por la Fed Cup disputada en México. (Alejandro Valencia)

ejos de conseguir buenos resultados y mostrar jugadoras compitiendo en los principales certámenes del circuito, el tenis femenino está inmerso en una grave crisis. Y no es una de esas crisis temporales, de transición. Se trata, en cambio, de un problema que lleva años arraigado, sin soluciones a corto y mediano plazo.
En octubre del año pasado se cumplieron 20 años del retiro de Gabriela Sabatini, la última –y única– gran referente que tuvo el deporte tanto en el país como a nivel regional y continental. Desde entonces en la Argentina nunca se pudo llenar el vacío que dejó Gaby, la jugadora que llegó a ser tres del mundo cuando el tenis femenino atravesaba su momento de auge y que se retiró con 27 títulos en su carrera, incluido el Abierto de Estados Unidos, uno de los torneos más importantes del planeta.
 Los problemas son muchos y brotan desde las bases. Entre ellos figuran el intrincado sistema de competencia oficial (no abundan los torneos para disputar, tanto para jugadoras con experiencia como para otras que dan sus primeros pasos), la ausencia de apoyo económico con miras a  apuntalar  tenistas con futuro y el avance de otros deportes colectivos que han tenido éxito en las últimas dos décadas y que sí han sabido cómo cosechar lo conseguido.
 
 

Palabra autorizada
«En todos los deportes van surgiendo generaciones que marcan el camino, pero entre una y otra, a veces hay vacíos de diez años o más en los que no aparecen jugadoras destacadas. Eso estamos atravesando. Además, la estructura de torneos a nivel mundial no ayuda. Ganar cinco, seis o siete partidos seguidos es muy difícil», analiza Marcelo Gómez en charla con Acción. Gómez, o el Negro, como lo conocen en el mundo del tenis, es palabra más que autorizada: además de ser el actual capitán del equipo argentino de Fed Cup –la Copa Davis de las mujeres (ver recuadro)–, es un formador nato que siempre trabajó con las inferiores del tenis, con los más pequeños, y fue el descubridor de las últimas figuras del tenis nacional. Desde Horacio De La Peña, pasando por Mariano Zabaleta, Diego Junqueira y Pico Mónaco hasta Juan Martín del Potro, el gran crack de su cantera, todos pasaron por su escuela. Él los descubrió y por eso la Asociación Argentina de Tenis (AAT) confió en sus conocimientos y su experiencia.
Desde hace unos años Gómez trabaja para la AAT, primero en el área de Desarrollo y luego, a partir de octubre de 2016, también con la coordinación general de la rama femenina, la actividad que no logra despegar. Las últimas reconocidas jugadoras que se vieron por estos lares, tras el retiro de Sabatini, fueron Paola Suárez y Gisela Dulko. Aunque las dos supieron afianzarse en el circuito –algo más que valorable en el panorama actual–, se ubicaron por debajo del top 50. Hoy la situación se agravó, teniendo en cuenta que el país no exhibe una representante entre los primeros 100 lugares del ranking. La mejor jugadora argentina según la WTA (Federación Internacional de Tenis Femenino) es la rosarina Nadia Podoroska, una joven de apenas 20 años que da batalla desde el 195 lugar. Después aparece Catalina Pella, quien se ubica en el 207 puesto, y luego ya debemos irnos más allá de las 400 mejores del mundo para encontrar a Victoria Bosio (460), Paula Ormaechea (408, pero caerá porque estará al menos tres meses sin jugar por lesión) o María Irigoyen, una histórica aunque ha mostrado mejores desempeños en dobles (55 del mundo) que en singles (866º).
 
 

Puertas cerradas
El fenómeno es regional: la mejor jugadora latinoamericana del mundo es la colombiana Mariana Duque-Mariño, quien intenta afianzarse entre las 100 mejores –por ahora ronda el 110 lugar– y solo Brasil y Paraguay son los otros países de la zona que aportan jugadoras al top 200 del mundo. Y el problema principal, parece, es el mismo: el sistema de competencia de la WTA, que no cuenta con una buena cantidad de torneos y entonces, al haber poca oferta, jugadoras con futuro promisorio disputan eventos de menor nivel. Entre los hombres, para poder «vivir del tenis», hace falta estar –y mantenerse– entre los mejores 100 del planeta; entre las mujeres, para que sea rentable hay que estar –y sostenerse– en el top 50.


Gómez. Experiencia en la labor formativa.

encontrás con jugadoras de ranking 150 porque no tienen torneos para jugar… Se hace muy difícil: los primeros WTA del año son en Brasil y van jugadoras de ese nivel. ¿Cómo hace una jugadora de Argentina que está 500 del mundo para meterse en el rodeo? Para saltar de nivel hay que ganar partidos y salvo que surja una fuera de serie como lo fue Sabatini, por cómo está el sistema hoy es bastante difícil progresar. A la mayoría se le cierran las puertas», aporta Gómez con un dejo de preocupación. «Acá hay chicas de buen nivel que juegan en el AAT Pro Tour, un torneo de la Asociación Argentina que cuenta con unas 50 o 60 jugadoras, pero que no pueden seguir creciendo porque no hay torneos en la región. Así terminan perdiendo el interés, yéndose a una universidad de Estados Unidos o dejando de jugar, y eso para nosotros como asociación es lo peor que nos puede pasar», agrega el Negro. La situación es grave y por eso exige preguntas. ¿Por qué no hay torneos? «Porque son caros de organizar y las empresas no tienen interés en apoyar», sostiene Gómez. En la Argentina, el aporte económico lo hace la AAT, que al igual que el país –y pese a ser la asociación campeona de la Davis– está en crisis porque su mayor ingreso, justamente, es la Copa, pero al haber jugado toda la campaña de 2016 de visitante los ingresos fueron muy pocos. «Hay que ser creativos –pide Gómez–; lo importante es difundir el trabajo, aunque el sistema te tire en contra, no te deje sumar, crecer ni ganar partidos».
 
 

Interés por contagio
El auge de Las Leonas y el hockey femenino es otro de los factores que afectaron el crecimiento del tenis de damas y empezaron a alimentar este problema de base: faltan chicas que se interesen por tomar una raqueta, pero sobre todo que luego tengan la constancia para seguir peleándola. «Hay que tener competencia en las etapas formativas y buscarle la vuelta para ver cómo hacemos que el tenis sea más atractivo: cuando una chica va a jugar al hockey, le dan el palo y al otro día está jugando un partido; en el tenis pueden pasar meses hasta llegar a un torneo y eso lógicamente desalienta», continúa el Negro con su aporte.
 Ahí es donde en esta crisis entra en escena otro factor que es una consecuencia inmediata de lo antes mencionado: no hay jugadoras a quién mirar. «En el tenis femenino falta una referente», coinciden tanto Paola Suárez, bronce en dobles de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 junto con Patricia Tarabini, como Paula Ormaechea, quien fue apuntada como la próxima revelación de la especialidad, aunque se fue diluyendo con los años. «Hoy las chicas juegan al hockey porque lo ven en la tele. Veían a Lucha Aymar, la mejor del mundo durante tantos años, y se contagian. Desde muy chicas las llevan al colegio con el palo de hockey, no con una raqueta», grafica Paula.
 Gómez, que de formar referentes sabe mucho, también da su mirada: «El tema de tener un espejo es importantísimo. Yo que soy de Tandil y siempre trabajé con los hombres, eso fue fundamental. Logramos apuntalar las carreras de Zabaleta, Mónaco y después Del Potro. Ver a Juan Martín hace que todo el mundo crea que se puede. Y entre las mujeres falta esa jugadora que haga creer que se puede».