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Pesados guantes

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El puesto de arquero de los clubes más populares está en debate a causa de la inexperiencia de sus actuales ocupantes, Batalla y Werner, y del vacío dejado por los consolidados Barovero y Orión. Dificultades y urgencias en una posición clave y con historia.

Salida en falso. Batalla en el último superclásico, donde tuvo una fallida actuación que abrió interrogantes en un puesto que parecía cubierto. (DYN)

 

Un instante dramático de 2016 –dentro de todo lo dramático que puede ser el fútbol– muestra a Augusto Batalla mirando al cielo y pidiendo que le den una, que le den una, por favor. Van poco más de 26 minutos del segundo tiempo y River le acaba de empatar a Rosario Central en la final de la Copa Argentina, un partido eléctrico en el que Batalla cometió, por lo menos, dos errores decisivos que terminaron en goles del rival. De alguna manera, podría decirse, que River empatara –y finalmente ganara 4-3, con cierta épica– le salvaba la noche y acaso lo rescataba de un futuro incierto en ese arco, rasqueteado por lo que había pasado unos días antes en el Superclásico, cuando una salida fallida –más otras variables– le entregó el partido a Boca. Todo junto hubiera sido un combo fatal para Batalla a sus 20 años.
Y no es que se haya terminado la incertidumbre para el arquero de River. La epopeya cordobesa de la Copa Argentina solo le dio un poco de aire. Pero su lugar está en discusión y nada muy diferente ocurre en el otro barrio futbolero, en Boca, donde una lesión de Guillermo Sara (luxación de hombro, lo que necesitó de una operación) empujó al centro de la escena a otro juvenil de 20 años, Axel Werner. Es curioso, pero los dos equipos más poderosos del país tienen un flanco débil en sus espaldas, un lugar casi siempre protegido por sujetos con fama de invencibles.
Batalla no estuvo solo en la pelea durante 2016. Enrique Bologna, con 34 años, llegó durante el mercado de invierno desde Banfield para ser su suplente. No era lo que algunos hinchas esperaban para contrarrestar la salida hacia el Necaxa de Marcelo Barovero, tótem moderno del arco riverplatense; un líder que si bien no se caracterizó por lo carísmatico, se convirtió en ídolo y hasta se hizo un lugar entre los mejores arqueros de la historia del club. Su buzo verde se vendió tanto como la camiseta tradicional.
Así que, al menos, la de los herederos era una discusión: para equilibrar esa ausencia, muchos creían que se requería de una robustez mayor, algo que no se mide en metros, sino acaso en talento y personalidad. Para Marcelo Gallardo, esas características venían incluidas en Batalla, templado por el tiempo que atravesó –junto a Julio Chiarini– como suplente de Barovero. Bologna sumaba, en todo caso, algo de experiencia en la competencia por el puesto.
Batalla, un chico de Hurlingham, hijo de un matrimonio que se dedica a criar caballos de trote, logró afirmarse de a poco. Pero llegó el cimbronazo de diciembre, los partidos con Boca y Central que pusieron otra vez en debate el arco de River, que con él al mando recibió 16 goles en los 13 partidos que se jugaron del actual torneo. Solo en cuatro encuentros terminó invicto. Pero esos lugares no se ganan –o se pierden– con estadísticas, sino con elementos más subjetivos. La imagen gelatinosa de los últimos partidos del año no ayudó a Batalla, quien pareció sufrir su inexperiencia justo en los tramos decisivos.

 

Realidad en espejo
Lo que atraviesa River es (casi) un espejo de lo que sucede en Boca. La coincidencia comienza, de hecho, por quién no está. Así como River perdió a Barovero, en circunstancias diferentes Boca perdió a Agustín Orión, dueño de ese arco durante cinco años. Acostumbrados a encontrar nombres fuertes en ese lugar –no solo por Orión y Barovero, sino porque la historia más o menos reciente entrega figuras del tamaño de Ubaldo Fillol y Hugo Gatti, Carlos Navarro Montoya y Ángel Comizzo, Germán Burgos y Oscar Córdoba–, la foto que les devuelve 2016 es la de la incertidumbre.
Nunca fue sencillo encontrar arqueros a la medida de Boca o River. Alcanza con repasar un dato: Boca acumula más de 40 años sin que un joven de las inferiores se afirme en el arco. River, si bien promovió arqueros que jugaron en primera, tampoco logró que se consoliden en la máxima divisional por mucho tiempo. Cabe mencionar, en este sentido, los casos de Javier Irigoytía, Franco Constanzo y Germán Lux. La excepción sería Juan Pablo Carrizo, pero sus flojas actuaciones –en el año que sufrió el descenso 2011– significaron su alejamiento y el triste recuerdo de muchos hinchas.

 

Zona de exposición
Barovero, con su physique du rol de empleado bancario, se ganó el reconocimiento como gran atajador –al margen del memorable penal que le tapó a Emmanuel Gigliotti en la Copa Sudamericana 2014–. Ese título y otros que se consiguieron bajo la administración Gallardo –mucho más, sin dudas, la Copa Libertadores de 2015– lo ubicaron en el pedestal de los ídolos. Ya se adivinaba que sería difícil su reemplazo. Más accidentado, en cambio, fue lo de Orión y los hinchas de Boca, una relación atravesada también por las disputas con Juan Román Riquelme o, en términos territoriales, el dominio del vestuario. Su salida, de hecho, se produjo en un contexto completamente diferente: ocurrió después de que Boca quedara eliminado de la Copa Libertadores 2016 frente a Independiente del Valle, en donde, además, protagonizó un error grosero. Más allá de ese final, haberse mantenido en el lugar durante cinco años no es poca cosa.
Sin él, Boca se nutrió de dos arqueros rafaelinos para enfrentar la temporada 2016/2017. Casualidad o no, Sara y Werner salieron de Atlético de Rafaela, una factoría de atajadores desde la que también salió Barovero. Guillermo Barros Schelotto le confió el arco a Sara, que ya había atravesado esa experiencia: algunas expulsiones de Orión le permitieron ser titular antes de que el ex Estudiantes y San Lorenzo se fuera. Ahora dueño absoluto del arco, Sara llevó sin demasiados sobresaltos la transición del primer torneo hasta que se lesionó horas previas al Superclásico. Y entró Werner. El tercero en cuestión es Ramiro Martínez, un arquero de 25 años que salió de las inferiores de Boca y estuvo un tiempo a préstamo en Estudiantes de Caseros. Werner, cuyo pase pertenece al Atlético de Madrid y tendrá que irse en julio, tampoco desentonó, aunque él mismo reconoció que frente a River no se sintió cómodo cuando le tocó jugar con los pies. Su camino es ascendente. En 2013 llegó a la selección sub-17 y hasta jugó el Mundial de ese año, donde fue suplente nada menos que de Batalla.
Para arrancar la primera parte del año, el segundo tramo de un torneo que lidera, Barros Schelotto ya pidió un arquero que compita con el juvenil. También River está en esa búsqueda, aunque con urgencias dispares. Habían estado en la misma situación a mitad del año pasado, aunque finalmente decidieron seguir con lo que tenían en el plantel. Tienen, eso sí, otros asuntos por atender. Boca acaba de quedar desnudo ante la ida a China de Carlos Tévez, que ejercía un liderazgo pleno y sin discusiones. Acaso más que nunca se necesite desde ahí abajo una comandancia más firme que nunca. Que no tenga dobleces. El arco es una zona de exposición, una línea de frontera cuya defensa puede significar el cielo o el infierno. Reforzar esa custodia será la tarea para ambos equipos, de cualquier lado de la grieta superclásica.

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