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Riquelme, el jugador, el movimiento 

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Alejandro Wall

Su despedida como futbolista mostró músculo: fue la demostración de que es líder y bandera de Boca. Crónica de una fiesta que tuvo a Messi y otras glorias.

La Bombonera. Román y La 12 detrás, en un homenaje inolvidable a su exitosa carrera.

Foto: Getty Images

Las banderas que flamean en la Bombonera muestran a Juan Román Riquelme haciendo el Topo Gigio. Es un mensaje, también una posición política. Es el Riquelme que se plantó. Esta es su fiesta. «Un partido para toda la vida», dicen los carteles, una despedida que debió haber sucedido años atrás pero se la negaron quienes gobernaron Boca hasta que él mismo decidió ser dirigente. Para ellos, el Topo Gigio. Si se pospuso desde que asumió como vicepresidente del club fue por cuestiones de tiempo y logística. Por ejemplo, quería que estuviera Lionel Messi. Las vacaciones en Funes (Rosario, provincia de Santa Fe) del capitán campeón del mundo y el armado de la despedida de Maxi Rodríguez el día anterior cerraron el asunto.
Así que acá está. Pasaron algunos minutos de las 16 del domingo y la fiesta arranca con Damas Gratis, con Pablo Lescano. La cumbia se expande por la Bombonera que de a poco empieza a llenarse. Un rato después todo sigue con Onda Sabanera. Son los teloneros del show principal, el que tendrá como protagonista a Riquelme, rodeado de amigos y excompañeros, también de su familia. Se trata de una despedida pero también de una vuelta a jugar en lo que siempre llama el patio de su casa. La última vez fue el 11 de mayo de 2014. Riquelme ahora tiene 45 años, los cumplió el día anterior, el mismo día que cumple años Messi. Hace demasiado tiempo que ya no es una futbolista profesional, pero hay muchos pibes y pibas que hoy, a otro ritmo, lo van a poder ver por primera vez.
Al costado del campo de juego hay una exhibición de copas, las que Riquelme ganó con Boca, las Libertadores, la Intercontinental, y de algún modo –aunque también fue campeón de América con Miguel Ángel Russo– esto también es una celebración del Boca de Carlos Bianchi. Por distintas razones no están Martín Palermo (juega Platense esa tarde) y Guillermo Barros Schelotto (se justificó por asuntos familiares). Tampoco Roberto Abbondanzieri y Diego Cagna, vinculados con la que hoy es la oposición en Boca. Sí están Sebastián Battaglia y Hugo Ibarra, dos técnicos despedidos en la gestión Riquelme. Y está Bianchi, que vuelve a dirigir a Boca. Se escucha otra vez en la Bombonera el  «que de la mano de Carlos Bianchi todos la vuelta vamos a dar». Del otro lado está la selección argentina, una mezcla del ayer y el hoy, con Alfio Basile y José Pekerman. Cuando se apagan las luces, los conductores Leo Montero y Nicolás Occhiato dan la formación de los equipos. Salen primero los suplentes, los que van a empezar en el banco. Por fuera de las leyendas de Boca, las mayores ovaciones son para Lionel Messi y, mano a mano, Ángel Di María. El otro campeón del mundo mimado para una posible vuelta (incluso se puso la de Boca) fue Leandro Paredes.

Dos potencias. Junto a Messi, ovacionado por los hinchas de Boca.

Foto: Na

Identidades
Pero cuando el partido está por empezar suena una música que en Boca se conoció a principios de los noventa. En la mitad de la cancha, con 59 años, está parado Blas Armando Giunta. Y entonces se grita «Giunta, Giunta, Giunta, huevo, huevo, huevo». Una identidad bostera bien marcada. Giunta hoy trabaja en las inferiores del club, reivindicado por el Riquelme dirigente. Aunque hoy el pueblo de Boca homenajea a otro tipo de futbolista, la sutileza, el toque, la pelota abajo de la suela, la gambeta y la pegada con un guante. Pero todo eso es Boca, su historia. Giunta lo abraza a Messi y empieza el partido. Va a jugar seis minutos. También está el Patrón Bermúdez, que en una de las primeras jugadas no lo perdona a Pablo Aimar, amigo de la adolescencia de Román, de los tiempos de juveniles, y un símbolo de River.
El partido es un partido de despedida. Es lento, se juega tranquilo, hay torpezas, alguno que no llega con el pique (o que directamente no puede picar) y otros que se lo toman muy en serio, como Leo Franco, el arquero de la selección, que tapa un par de pelotas. Chipi Barijho no puede hacer su gol. Recién en un arranque dentro del área de Román –al que Lionel Scaloni empuja regalándole un penal que Patricio Loustau no cobra– viene un centro para que Chipi Barijho haga el primero. En realidad, ese sería el empate. El primer gol del partido lo había hecho Lucho González para la selección unos minutos antes. En el arco estaba Oscar Córdoba, impecable, como si con 53 años estuviera en actividad.
El entretiempo le pertenece a Trueno, a la música urbana, y un video en las pantallas muestra los años dorados riquelmistas. Cualquier recopilación de sus jugadas es una pintura de fútbol total. Hay para hacer de todo, tiro libre, pegadas, gambetas, pisadas, y los títulos, todo por lo que ahora este estadio lo abraza.
Pero hay tiempo para que esa misma cancha se dedique a Messi. La Doce saca una bandera. «Bienvenido campeón del mundo», dice. Riquelme y Messi se abrazan en el trapo con la camiseta de la selección argentina. «Dos leyendas en un mismo templo». Al principio de todo, le habían cantado a Messi: «Messi, Messi, Messi, me tenés que perdonar, en La Boca el más grande, el más grande es Román». Pero ahora alimentan un deseo: «Teque, teque, toca, toca, esta hinchada está re loca, le pedimo’ a Leo Messi que se ponga la de Boca». No se quedan ahí, hay insistencia: «Che Messi, che Messi, che Messi, dejate de joder, ponete la de Boca que te queremos ver». O directamente: «La de Boca, ponete la de Boca, ponete la de Boca, ponete la de Boca». No es posible. El día anterior Messi tampoco se había puesto la de Newell’s. Lo que sí va a hacer Messi es un gol, que además se grita. Ovación para el 10 campeón del mundo. Algunos recuerdan que algo así (que la Bombonera grite un gol contra Boca) solo había pasado con Beto Márcico en el 6-0 de Gimnasia de 1996.
Messi está en la Bombonera, pero la noche es de Román, que también tiene su gol, golazo, un par de pasos en el área y adentro. Riquelme, además, se da el gusto de jugar con otro Riquelme, con Agustín, su hijo, que entra para reforzar a Boca como un futbolista más. Son imágenes que deja el homenaje, licencias que pueden darse en un partido despedida. Lo que sigue es escuchar a Román. Palabras cariñosas y de agradecimiento para José Pekerman, Alfio «Coco» Basile y Carlos Bianchi, sus entrenadores en Boca y la selección. Mientras tanto, la TV Pública marca 25 puntos de rating, miles de espectadores en su canal de YouTube igual que en el de Boca, que también transmitió en otras plataformas. Ese punto hizo de un partido con entradas que partían desde los 15.000 pesos un evento más accesible. Más discutible fue la imposibilidad de reporteros gráficos para trabajar, lo que recibió críticas de la Asociación de Reporteros Gráficos de la Argentina (Argra).

Fuego y pasión
Llega entonces un momento simbólicamente muy potente. «He sido un afortunado, me tocó jugar con el más grande que vi de chiquito, que fue Maradona», dice Riquelme. Y se pone la camiseta con la 10 de Maradona. Más allá de las peleas, de la renuncia a la selección, de la última visita de Diego a la Bombonera, de todo lo que pasó en el medio, la imagen dialoga con la que Maradona había dejado en su despedida, en el mismo estadio, cuando se puso la de Román para jugar para Boca. Los homenajes y las reivindicaciones nunca son tardías. Diego también fue un hombre de idas y vueltas, de peleas y enojos contradictorios. De amores y odios y regreso a los amores. Para el hincha de Boca debe ser un modo de cerrar una historia, lo que une aquel 2001 que despidió a Diego con este 2023. El otro mensaje: no le dice a Messi, ahí presente, que es el más grande en esa pulseada absurda. Sería más fácil para Riquelme esa salida. En cambio, le da su tiempo a cada uno. Riquelme mira a Messi y dice: «Después pasó el tiempo, me puse más viejo, pero tuve la suerte de jugar con alguien increíblemente grande. No sé si es más que Maradona, no sé si es menos, pero tuve la suerte de jugar con los dos». Le agradece por estar ahí, lo llama «enano», le pide disculpas a la familia por demorar las vacaciones, le manda saludos al padre y, al final, le dice «te quiero».
«Mi papá –cierra– me hizo bostero como todos ustedes, sé que me voy a morir bostero. Solamente quiero decirles gracias, cada día que me levanto o me voy a dormir me miro al espejo y le pido a Dios que esta relación siga. Yo sin ustedes no puedo vivir». Se canta contra Daniel Angelici, el expresidente, villano de esta historia. Los fuegos artificiales iluminaron el cielo de La Boca. Este año habrá elecciones y Riquelme, todo indica, será candidato. Su vuelta para la despedida también es una forma de mostrar músculo, la demostración de que además de jugador es el líder de un movimiento, y que es bandera, la que se agita con su Topo Gigio.

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