30 de noviembre de 2016
En 2016 el equipo nacional deparó pocas notas alentadoras y muchos aspectos negativos que no se ciñen exclusivamente a cuestiones futbolísticas. Sin dudas, la permanencia de Lionel Messi en el plantel constituye un bálsamo, la mejor noticia tras su fallida renuncia, entre otras cosas porque su talento y desequilibrio resultaron clave para que el seleccionado no quedara relegado de los puestos de clasificación en las eliminatorias sudamericanas rumbo al Mundial de Rusia. Sin embargo, la selección excede a Messi. En ese plano, cabe remarcar que los desempeños de Argentina involucionaron con el arribo de Edgardo Bauza a la dirección técnica. Los números así lo indican: bajo el mando del extécnico de San Lorenzo, el conjunto albiceleste sumó 8 puntos sobre 18 posibles, en 6 encuentros donde figuraron oponentes como Perú, Venezuela y Paraguay, adversarios con menos recursos y jerarquía.
Igual o más importante es la ausencia de un estilo de juego, expresado en los reiterados cambios posicionales y de esquemas, y en la dificultad de buscar alternativas no solo para potenciar las virtudes de Messi, sino también tendientes a suplir su influencia cuando el genio se apaga. Al déficit de los números y de los juegos, se agregan otras dificultades: la decisión del entrenador de sostener a futbolistas de bajos rendimientos y ya sin crédito entre el público, junto a un entredicho entre los jugadores con un sector periodístico que hace de la insidia su propio show.
En ese panorama tumultuoso, no pocas son las tareas que recaen en Bauza. Entre ellas definir una identidad futbolística con los mejores intérpretes en su puesto y promover una lenta pero sostenida renovación con miras al largo plazo. De ese modo, acaso el seleccionado encuentre calma y logre disipar ruidos, internos y externos, para recobrar el protagonismo perdido.