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De perfil bajo y lejos de las estridencias del fútbol, el delantero de 35 años reafirmó su condición de líder y lleva 12 goles convertidos para el puntero de la actual Superliga. Diferencias y similitudes con otro emblema del club: Diego Milito.

Con la mira en el arco. Letal definidor, López encabeza la tabla de goleadores del certamen argentino que lidera Racing. (NA)

Lisandro López no tiene los brazos tatuados. Lleva una pelota dibujada en la pierna con la fecha en la que debutó en Racing, 14 de junio de 2003, y dicen que también guarda las iniciales del padre y la hermana. Lisandro no se peina a la moda, no usa gel ni cera para el pelo, apenas se pasa la máquina por la cabeza. No se calza botines de colores llamativos y cuando no está vestido como jugador, lleva boina y alpargatas. Tampoco usa redes sociales, no hay Twitter, Instagram ni Facebook en su vida. No necesita community manager. Su estética es la estética del antifutbolista. Pero Lisandro, el tótem de Racing, el hombre que volvió para quedarse, uno de los goleadores del torneo, fue el gran jugador de la primera parte de la Superliga. Visto desde esa perspectiva, Lisandro se parece a otro ídolo de Racing. Diego Milito, con el que compartió cancha y ahora comparte proyecto y quien tampoco lleva encima la moda del futbolista. Son estrellas simples, sin grandes producciones, a pesar de haber pasado dos largas temporadas en Europa. Milito volvió en 2014 y fue campeón, igual que en su primera etapa, en 2001, pero sobre todo encabezó un cambio de paradigma en Racing, impuso el sentido de lo positivo para un club hundido en el pesimismo, ese mundo en el que siempre está por sobrevenir lo peor. Milito desenchufó a Racing de una nostalgia dañina.

Ida y vuelta
Hay que leer sobre ese liderazgo para entender el contexto en el que regresó Lisandro al club, a principios de 2016, con la perspectiva de una Copa Libertadores y cuando Milito todavía no estaba retirado. Lisandro se había ido de Racing en 2005 en un recorrido que lo llevó por el Porto, el Olympique de Lyon, Al Gharafa de Qatar y el Inter de Porto Alegre. Salvo en la extravagancia qatarí, de todos los lugares se llevó títulos. Un campeonato gaúcho en el Inter, una Copa y Supercopa de Francia en Lyon, y cuatro ligas y una Copa y Supercopa de Portugal con el Porto, donde fue tan decisivo que de ahí saltó al equipo francés para reemplazar a Karim Benzemá cuando el delantero se fue al Real Madrid.
Lisandro regresó en los últimos meses de Milito como jugador. Era cantado que tenía que tomar él la posta. Y que en el camino tenía que evitar las comparaciones. Eran jugadores diferentes y también ejercerían liderazgos diferentes. Se trataba de cubrir dos etapas distintas, que fueran a la vez complementarias. Lisandro protagonizó –con Milito en retirada– una transición que tuvo el trago amargo de la eliminación de la Copa Libertadores, los vaivenes con los cambios de técnico y al mismo tiempo la construcción de una forma de conducir el equipo. Lisandro, ya sin Milito en el plantel, se convirtió en la conciencia de los más jóvenes, una referencia inmediata para chicos como Matías Zaracho, con el que compartía habitación, o Lautaro Martínez, al que acompañó desde que hizo pie en Primera hasta que voló a Europa.
En ese tiempo, Lisandro no solo convirtió un gol agónico de chilena frente Independiente, su clásico rival. Adentro y afuera de la cancha, asentó su referencia. Los empleados de Racing que lo tratan diariamente destacan su obsesión por el orden, lo que también ayuda al trabajo cotidiano. Y su seriedad, que no significa malhumor, sino un absoluto apego por el bajo perfil. Es más bien un estado pleno de sencillez. Esa cara recia que masca un chicle en el medio del campo de juego. «Trata a todos por igual», dicen en Racing. No hay privilegios según la jerarquía.

Reinvenciones
Si esa política de gestos tuvo efectos en los más jóvenes del plantel, también pudo haberlo tenido la capacidad de recuperación de una lesión tan difícil como fue la rotura parcial de la rodilla derecha en marzo de 2017, apenas comenzado un año que deparaba grandes desafíos, entre  ellos la Copa Libertadores, la Copa Argentina y el torneo local. Ese semestre fue el primero de Milito como secretario técnico. Y también el primero de Eduardo Chacho Coudet como entrenador. Sería, a la vez, el último de Lautaro Martínez. Y terminaría con un alto grado de frustración para Racing: sin pasaporte a la Copa Libertadores de 2019 y afuera de la Copa Argentina.
Como un eco de ese primer semestre, Racing recibió la segunda parte del año con la eliminación de la Copa Libertadores ante River. Y ahí se activó el efecto Lisandro. Dio una conferencia de prensa que conmovió al equipo, el club y los hinchas. Un sacudón. Se mostró frustrado, dolido, pero también sereno. «Es hora –dijo– de que deportivamente comiencen a llegar los títulos». Racing se deslizó desde entonces como puntero de la Superliga, con algunos partidos mejores que otros, pero siempre con el liderazgo de Lisandro, que aportó juego, pase y, sobre todo, gol. Es talento y sabiduría. También es jerarquía. Con toda la experiencia encima, fue titular en catorce de los quince partidos del torneo. Y marcó doce de los veintiseis goles de Racing, que mostró su versión más ofensiva y contundente del último tiempo.
En poco tiempo, el 2 de marzo de 2019, Lisandro cumplirá 36 años. Lleva tres desde su regreso a Racing, a la Argentina. Durante la conferencia de prensa después de la eliminación con River, después de que lo despertó, no aseguró su continuidad en el equipo. Estaba seguro, en ese momento, de que ya no volvería a jugar otra Copa Libertadores. Pero desde que posó junto a Milito y Víctor Blanco, el presidente del club, con el 2020 en la camiseta, eso puede ponerse en duda. Lisandro extendió su contrato hasta ese año. El capitán quiere escribir la historia.

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