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En el próximo mundial de atletismo de Londres, el jamaiquino de 30 años le pondrá fin a una carrera marcada por éxitos, entre ellos la obtención de ocho oros olímpicos y récords absolutos. Secretos y legado de un fenómeno del deporte que trascendió fronteras.


Referente. Por sus destrezas y su especial carisma, Bolt deja una huella profunda en el público. (Andersen/AFP/Dachary)

El mundo del atletismo cambiará el próximo 5 de agosto. O al menos ya no será lo que fue en los últimos diez años. Ese día se disputará la final de los 100 metros llanos del Mundial de atletismo de Londres y entonces, cuando estos atletas que parecen máquinas hayan cruzado la meta, Usain Bolt, el velocista más grande de la historia, se despedirá de la disciplina a poco de cumplir 31 años. Allí terminará una carrera marcada por el éxito y el esfuerzo por mantenerse en la cima.
Para comprender el fenómeno de Bolt conviene trasladarse al lugar donde comenzó todo, es decir a la localidad de Sherwood Contest, un pequeño pueblo de Jamaica donde Usain nació el 21 de agosto de 1986 y vivió hasta poco antes de cumplir los 15 años. Jamaica es una cuna de corredores, pero a Bolt le gustaban el fútbol y el cricket, otros dos deportes populares de la isla. Mientras practicaba esas disciplinas, un hecho modificó su vida cuando tenía apenas 10 años: durante una jornada de competiciones en el colegio, un profesor lo desafió a que corriera. «Si ganaba, a cambio me pagaba un almuerzo. Y mal no me fue: gané y encima comí gratis», evocó en una entrevista con este cronista, durante su paso por la Argentina, en diciembre de 2013. Al poco tiempo, tomó una decisión arriesgada para su corta edad al trasladarse a Kingston, la capital del país, donde comenzó a construir la carrera que soñó desde que corrió por primera vez. «Siempre fue mi objetivo ser el mejor del mundo», confesó el propio Bolt en la citada entrevista.

Camino a la gloria
Para ser el mejor debió reponerse de frustraciones y entrenar al máximo en sus inicios como profesional. Por ejemplo, en su primer juego olímpico (Atenas 2004) tuvo una actuación decepcionante: solo participó en una carrera y no avanzó de ronda. No se desanimó y, en base al sostenido trabajo, conmovió al mundo en las tres ediciones siguientes de los juegos. Basta consignar que cosechó ocho oros al haber ganado Beijing 2008, Londres 2012 y Río 2016 las carreras de 100 y 200 metros y también la posta 4×100, una competencia por equipos en la que cuatro atletas del mismo país completan la vuelta a la pista corriendo 100 metros cada uno y pasándose un testigo de mano en mano hasta finalizar el recorrido.
Claro que a Bolt le quedará un asterisco en los libros: computa ocho oros olímpicos y no los nueve que en realidad obtuvo en las pistas, a causa de una decisión del Comité Olímpico internacional (COI) por un caso de doping de un compañero en una competencia por equipos en Beijing 2008 (ver «Devolución polémica»). Sin embargo, ese episodio reciente no opaca la carrera del jamaiquino. De hecho, diversos analistas lo consideran como el mejor atleta de todos los tiempos, pese a no ser el más ganador en la historia de los juegos.
 Para dimensionar la figura del jamaiquino cabe detenerse en determinadas reglas de la disciplina. El récord olímpico es el que se establece solamente dentro de los juegos, y solo puede superarse en esa competencia, mientras que en el mundial es el que se establece en cualquier país y en cualquier momento. Entonces, el récord mundial siempre será igual o mayor que el olímpico y el olímpico siempre será igual o menor que el obtenido en una copa del mundo.
En ese plano, el Rayo, apodo que se ganó por su velocidad y que supo usufructuar muy bien en cada uno de sus festejos hasta convertirlo en la imagen de su imperio, fue quebrando marcas y anotando su apellido en todos los casilleros. En Beijing 2008 tardó 9s69 en los 100 metros y 19s30 en los 200. Pero un año después, en la copa del mundo de Berlín 2009, superó ese registro: corrió los 100 metros en 9s58, y los 200 metros en 19s19. Esas actuaciones, con récords mundiales incluidos, marcaron el punto más alto de su carrera. Luego nunca volvió a correr tan rápido, pero dejó la vara tan alta y el cronómetro tan bajo que difícilmente alguien pueda superarlo en décadas.

Más allá de la pista
Existe otra faceta relevante en la carrera de Bolt imposible de soslayar. Porque se trata de un deportista que trasciende al atletismo. Proveniente de una familia humilde, con mucho esfuerzo logró forjarse como un velocista de primer nivel, a pesar de su físico (mide 1,96 metros y pesa 94 kilos), algo inusual para esta disciplina. Por otra parte, el jaimaiquino se convirtió en una figura global, un atleta requerido en distintas partes del mundo hasta para hacer exhibiciones. En Buenos Aires, durante su visita de 2013, llegó a correr contra un colectivo de la línea 59 en la 9 de Julio, en la puerta del Teatro Colón.
 Debido a la atracción e ingresos que genera su presencia, en 2016 –después de haber brillado en Río de Janeiro y de confirmar su retiro para después del Mundial de Londres 2017– cerró el año con 32,5 millones de dólares facturados y dentro de las 100 personalidades más ricas del mundo, según la revista Forbes. En febrero de este año, por ejemplo, cobró un millón por haber competido en un torneo exhibición –que ganó– en Melbourne, Australia. Otro ejemplo: luego del boom que causó en los juegos de Beijing 2008, la carrera de 100 metros fue el evento más requerido de Londres 2012 y Río 2016, con entradas que se agotaron meses antes de la competencia solo para verlo a él.
 Demasiados condimentos para considerarlo solo como una figura del atletismo.
«¿Qué sueños me quedan por cumplir? Después de mi retiro, cuando la gente hable de los grandes deportistas de la historia como Diego Maradona, Michael Jordan o Mohamed Alí, quiero que también diga “Usain Bolt”», sostuvo hace unos años. En virtud de su trayectoria, de su imagen potente dentro y fuera de la pista, de la emoción que generó en millones de espectadores, no parece ni por asomo un sueño descabellado.
 

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