7 de marzo de 2013
Cuando el propio Jesucristo le dijo a Pedro: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» jamás imaginó que luego se encargaría de ese cascote un tipo como Miguel Ángel, que terminaría pintando la Basílica de San Pedro, el más grande, fastuoso y exuberante templo del mundo. Ombligo de la Iglesia, desde el cual gobernar el mundo católico, el enclave se transformaría luego en los Estados Pontificios para terminar siendo un minúsculo estado –el Vaticano– que es la nación con menos mujeres y más curas por metro cuadrado del mundo.
Allí reinó Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI, quien hace unos días pateó el tablero y, para demostrar que la esclavitud no existe, renunció a su cargo decidido a disfrutar de una bien merecida jubilación en un convento atendido por unas serviciales monjitas, lo cual, dadas las costumbres de muchos curas, puede ser considerado como un verdadero avance.
Lo cierto es que Ratzinger, que era el que le bajaba línea conservadora a Juan Pablo II mientras éste se hacía el simpático, cuando llegó a ser el number one descubrió que no todo eran flores en los jardines del Vaticano, sino que también era una cueva de víboras donde todos se enroscaban con todos y todos le clavaban los colmillos a todos.
Seguro que después de tanto esperar ser Papa, llegar y en lugar de disfrutar paseando con el papamóvil, tener que sufrir con las trenzas, transas y runflas de los obispos y cardenales, todos profesionales de la fe ajena, le debe haber caído peor que comer sandía con vino (de misa).
Dicen los que leen el pensamiento, que él pensó que para eso no valía la pena morir trabajando de Papa, y cambió un entierro de primera, con todos los chiches, por un retiro junto con su amantísimo secretario personal Georg –llamado el George Clooney de San Pedro– a quien, tal vez por los servicios prestados, ascendió a arzobispo y al que jamás podrán acusar de tener inclinaciones pedófilas.
Y ya que estaba haciendo cambios, aprovechó para cambiar al presidente del Banco Vaticano (IOR), institución financiera cuestionada por todos, heredera del famoso obispo Marcinkus, vinculada con la P2 y en la que para hacer negocios no piden certificado de bautismo, sino efectivo, venga de donde venga.
Resumiendo, digamos que Ratzinger fue un tipo que supo hacer carrera. Pasar de las juventudes hitlerianas a la silla de Pedro, resistir a las internas de los cardenales, que no son pajaritos, y no morir en el intento, no es poca cosa. Es probable que ahora que se jubiló use la cabeza, no para sostener la tiara, sino para seguir bajando línea, que es lo que realmente le gusta. Amén.
—Santiago Varela