20 de marzo de 2025
El antropólogo analiza el inicio de la pandemia y lo que sobrevino tras la llegada del virus en Argentina y el mundo. El avance de la extrema derecha y un individualismo exacerbado.

«Creo que la pandemia fue vivida como una experiencia traumática; estoy convencido de que para cada ser humano, para las familias, para los grupos, implicó pérdidas muy dolorosas: pérdidas de seres queridos, pérdidas de certidumbres, pérdidas de días de colegio, pérdidas de trabajo, pérdidas de ingreso, pérdidas de viviendas, pérdidas de relaciones afectivas. Para muchísima gente hay un dolor anudado en esas pérdidas», reflexiona Alejandro Grimson, doctor en Antropología por la Universidade de Brasilia, investigador del CONICET y docente del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad de San Martín.
A cinco años del primer caso de coronavirus en la Argentina, Grimson repasa aquellos tiempos, marcados por un contexto inédito y una crisis sanitaria y social sin precedentes, y compara los futuros imaginados entonces con lo que finalmente ocurrió.
‒¿Cómo imaginó el futuro después del covid-19 y hasta qué punto ese futuro concuerda con lo que finalmente pasó?
‒En realidad hubo un hecho previo al covid que me llevó a escribir El tiro de gracia a la globalización, a propósito del triunfo de Trump en 2016. Entendía que su triunfo abría una época nueva. Y creo que en ese sentido se fue confirmando. Luego se produce el triunfo de Bolsonaro y vemos los crecimientos de las extremas derechas en Europa. Cuando se inició la pandemia, apareció una disyuntiva entre los optimistas y los pesimistas del lado no vinculado al planeta libertario. Estábamos los que creíamos que el virus contagiaba, que existía, que había que usar barbijo y vacunarse. Los pesimistas pensaban que esto era una hecatombe de gigantescas proporciones que podría derivar en cualquier cosa y los optimistas pensaban que el covid de alguna manera nos iba a igualar, nos iba a mostrar las desigualdades, las perversiones y las injusticias del capitalismo global. Que íbamos a salir mejores.
‒¿Y cómo salimos?
‒La tesis que planteo es que se abrió una nueva etapa histórica en el mundo, por lo menos en Europa y en las Américas. Un proceso donde hay ciertos parámetros que se daban por descontados en la etapa anterior: la existencia de una esfera pública, el valor de la verdad política, la defraudación que implicaba la falsificación de la verdad política o de la palabra política, el fin del horizonte de la movilidad social ascendente, el fin de la ilusión de que tus hijos van a vivir mejor que vos y vos vas a vivir mejor que tus padres. O sea, el fin de la ilusión de que vamos mejorando y progresando generación tras generación. El fin de esa ilusión tiene un impacto gigantesco sobre la democracia.
«Los optimistas pensaban que el covid nos iba a igualar, a mostrar las desigualdades, perversiones e injusticias del capitalismo global. Que íbamos a salir mejores.»
‒¿Por qué habla de la pandemia como experiencia traumática y hasta qué punto se siguen sintiendo los efectos de ese trauma?
‒Cuando digo que la pandemia, al menos en el caso argentino, fue vivida como una experiencia traumática, lo digo como una afirmación que no tiene partido. La pandemia implicó pérdidas muy dolorosas y para muchísima gente hay un dolor anudado en esas pérdidas. Como antropólogo social hago trabajo interdisciplinario, pero en estas referencias al psicoanálisis lo que intento decir es que evidentemente esos dolores activan otros dolores. Hay un encadenamiento de los dolores argentinos que nos trae hasta acá. Porque la extrema derecha está presente en muchos países, pero no en todos gana, no en todos gobierna.

‒¿Qué lecciones o aspectos para capitalizar dejó la crisis del coronavirus?
‒Para capitalizar las cosas positivas hace falta que haya una orientación política positiva. Hay pocos trabajos sobre este punto. Sí que hay cosas para capitalizar. Algunas tienen que ver con la tecnología, por ejemplo. Hoy tenemos un conocimiento del teletrabajo y de la telecomunicación mucho mayor. Pero es muy ingenuo hacer un listado de cosas maravillosas de la tecnología como si la tecnología estuviera en el aire. Creo que hay cosas que son positivas y otras que no lo son, estas últimas conectadas con un rasgo de la época que está muy ligado a la hegemonía libertaria hoy: la smartphonización de la vida social. Las consecuencias que está teniendo en el corto plazo son muy negativas por el protagonismo que esto cobró en el crecimiento y ascenso de un individualismo cultural muy profundo.
‒¿Cuánto tuvo que ver la pandemia en el crecimiento de este individualismo?
‒El individualismo está conectado inexorablemente con una concepción particular de las libertades, que no deja de estar fuertemente vinculada con una transformación estructural de las formas de trabajo que muchos llaman la «uberización» de las relaciones laborales. Esto, a su vez, está conectado con otras formas de trabajo vinculadas a lo que se llama el precariato. Hace tiempo que los analistas han planteado la muerte de la vieja sociedad salarial en la cual una persona entraba a una empresa, hacía su carrera en esa empresa y se jubilaba en esa empresa. Todo eso implicaba un nivel de seguridad social que ya no existe. Vivimos en el planeta de la incertidumbre. La incertidumbre alienta dos cosas aparentemente contradictorias, pero que están conviviendo en el mundo contemporáneo: al lado de ese individualismo exacerbado hay un fanatismo que recuerda alguno de los momentos más tristes del siglo XX.
«Creo que hay cosas que son positivas de la tecnología y otras que no, que son las conectadas con un rasgo de la época muy ligado a la hegemonía libertaria.»
‒¿Qué produjo la vivencia del covid-19 en las subjetividades?
‒Hay un concepto que me parece importante para pensar las subjetividades que es la idea de ilusión. Creo que en la Argentina hubo una doble desilusión. El fracaso económico de Macri produjo una desilusión muy grande y el Gobierno de Alberto Fernández fue una desilusión muy fuerte también. De la ilusión que generó el manejo inicial de la pandemia a la foto de Olivos… Creo que los dolores de la pandemia están encadenados a otras desilusiones que vivimos los argentinos en las décadas previas. Sin esas ilusiones y desilusiones es inexplicable el triunfo de Milei.
‒¿Hasta qué punto esta nueva configuración de las sensibilidades vino para quedarse?
‒Nada dura para siempre, pero esto va a durar más tiempo del que quisiera. No me gustan las sociedades individualistas y estamos viviendo en la sociedad más individualista de la historia. Y no me gusta un megaajuste, pero lo que estamos viviendo en la Argentina es un megaajuste contra las libertades. Si hay algo donde se ve de manera muy grande la derrota de quienes queremos igualdad, libertad y democracia es en que alguien diga «Viva la libertad, carajo» para hablar simplemente de la libertad de los grandes capitales o de libertad para que la gente vaya al casino y los funcionarios públicos promuevan casinos. Esta es la nueva época en la que estamos viviendo y hay que aprender a construir alternativas culturales, sociales y políticas para construir subjetividades vinculadas al opuesto de ese individualismo, es decir, subjetividades vinculadas a la solidaridad, a lo común y a lo público.