4 de mayo de 2021
Ante la necesidad de tomar medidas de distanciamiento social, los robots ganan terreno como intermediarios entre pacientes y personal de salud o en tareas de limpieza. Su presencia en el mundo de la producción, el impacto sobre el empleo y los dilemas filosóficos que implican estos cambios.
Alemania. Prepper, un robot humanoide, explica a los clientes de un supermercado del estado de Renania algunas medidas contra el coronavirus. (Fassbender/AFP/Dachary)
Sin temor a contagiarse de algo, Tommy se desliza por el pasillo de un hospital italiano. Va y viene por las habitaciones en donde están las personas internadas por Covid-19, que lo tocan para transmitirle datos acerca de cómo se sienten. Mientras tanto, a algunos metros, en otro ambiente, una enfermera dirige sus pasos y acciones.
Tommy, un robot utilizado en el hospital Circolo, en Varese, Italia, en lo que se conoce como «telepresencia», es apenas una más de las máquinas que hoy monitorean pacientes afectados por el nuevo coronavirus, desinfectan las superficies, trasladan comida o colaboran con los testeos de miles de personas.
Ya sea como mediadores entre el personal de salud y los pacientes que deben mantener el distanciamiento pero también como actores que pueden hacer el trabajo que hasta hace unos meses realizaban trabajadores de limpieza o enfermeras, los robots irrumpieron en la realidad durante esta pandemia: el grupo internacional Robótica para Enfermedades Infecciosas (Robotics for Infectious Diseases) lleva registrados 83 robots trabajando en clínica médica en el mundo y al menos 95 en tareas como desinfecciones, monitoreo de tráfico y aseguramiento de cuarentenas.
Pero la llegada de los robots a espacios comunes de la vida cotidiana, plantea una pregunta: ¿la pandemia acelerará el proceso de expansión de estas máquinas que ya se estaba dando antes de la crisis sanitaria? Por lo pronto, desde la firma estadounidense Hanson Robotics ya encontraron una manera nueva de promocionar sus últimos humanoides: no ya como asistentes, sino como una compañía segura en tiempos de riesgo de contagio de coronavirus. Entonces, si se piensa en que tal vez el Covid-19 obligue a modificaciones duraderas en los hábitos en nuestras sociedades, ¿por qué no pensar que otros cambios, por ejemplo en el uso de tecnología, vengan de la mano de esta pandemia?
Un largo camino
Desde Herón de Alejandría, quien en el siglo I d.C. escribió una obra titulada Los autómatas, pasando por Leonardo da Vinci hasta llegar a la leyenda de Descartes y su muñeca-robot construida a semejanza de su hija fallecida, la historia tiene una larga lista de artilugios que sirven como antecedentes de lo que hoy conocemos como un robot. El término, no obstante, no apareció sino hasta 1921, cuando se usó en la obra de teatro R.U.R. (Robots Universales Rossum), del checo Karel Čapek, para designar a las máquinas creadas en una fábrica que realizaban tareas pesadas y que, curiosamente, luego de una rebelión, terminaban exterminando a la humanidad.
La definición actual, en cambio, se halla en un terreno de disputas académicas de larga data. «Es posible que no sea capaz de definir qué es un robot, pero sé cuándo estoy viendo uno», dijo, alguna vez, el físico e ingeniero estadounidense Joseph Engelberger, considerado el «padre» de la robótica industrial contemporánea. La frase de Engelberger describe lo que a la mayoría de las personas hoy les sucedería si estuvieran frente a un robot. Esto, sin embargo, tenderá a complejizarse cada vez más: una búsqueda rápida en Google permite ver máquinas con aspectos industriales o con diseños que recuerdan a los de algunos animales, pero también otros con formas humanoides que pueden interactuar con humanos y hasta ser usadas como acompañantes sexuales.
China. Desinfección de calles en la provincia de Zhejiang en los incios de la pandemia. (STR/AFP/Dachary)
El especialista en ciencias de la computación Gonzalo Zabala, en su libro Robots o el sueño eterno de las máquinas inteligentes (Siglo Veintiuno Editores) acerca una definición posible: un robot es «un dispositivo con un determinado grado de movilidad, que puede realizar un conjunto de tareas en forma independiente y que se adapta al mundo en el que opera».
«Se avanzó muchísimo, sin embargo, lo que hoy es un desafío sigue siendo la autonomía», dice Pablo de Cristoforis, integrante del Laboratorio de Robótica y Sistemas Embebidos del Departamento de Computación de la UBA. «Si bien los movimientos son muy precisos y es asombroso el nivel de control que logran tener los robots, no es que estos están desarrollando esa tarea o ese comportamiento de forma completamente autónoma sino que tienen la intervención de un ser humano», agrega De Cristoforis.
Interpretar la información del medio a través de sensores y tomar decisiones en tiempo real es la meta perseguida hoy por la robótica, asociada al desarrollo de la inteligencia artificial. «Que el robot sea capaz de aprender y mejorar su comportamiento a través del tiempo y de la experimentación, en lo que tiene que ver con la capacidad de percibir el entorno: es ahí en donde hay mucho trabajo», apunta el investigador y docente.
El temor más grande, el desarrollo de algo que sea similar a una «mente» robótica, aún es material para la creación de ficciones, mientras que la realidad se desenvuelve, podría decirse, alejada de un avance semejante. «No hablamos de conciencia cuando hablamos de robots, que es una máquina y no existe nada más allá del hardware y el software que lo componen. De lo que sí podemos hablar es de que se van ganando nuevas capacidades», explica De Cristoforis.
Hoy existen robots que pueden «trabajar» en una fábrica de autos, otros que permiten desactivar bombas o lanzarlas, China tiene en este momento uno en plena investigación en la Luna y Japón cuenta con pequeños robots para cuidar a adultos mayores. En tanto la pandemia también ha llevado incluso a reemplazar a cocineros y camareros por robots: en paralelo a la recomendación de distanciamiento social, la robótica va sumando nuevos campos de desenvolvimiento.
Sin embargo, ninguna de estas máquinas puede hacer otra cosa para la cual no haya sido programada. El robot cocinero no puede ocuparse de explosivos y viceversa. Parece obvio, pero es un claro marcador del momento en el cual se encuentra la robótica y que despeja, al menos por unos años, el miedo a que los robots adquieran una «vida propia», un miedo siempre latente, o que puedan convertirse en entes «multitarea».
La vida mecanizada
Fábricas conectadas entre sí, completamente automatizadas, con un autocontrol sobre todos sus procesos y sin trabajadores. Esto no es una idea producto de un escritor o de una serie distópica. Si bien hoy cualquier establecimiento industrial posee un plantel de ingenieros y técnicos para arreglar y configurar a las máquinas, el avance de la robótica en el mundo laboral ocurre sin pausa.
Japón. Planta de la empresa Toyota en la región de Aichi: la soldadura de carrocerías es uno de los procesos completamente automatizados. (Nogi/AFP/Dachary)
Para algunos, la transformación hacia una «economía automatizada» ya es una realidad. En todo el mundo hay 2,7 millones de robots industriales, según la Federación Internacional de Robots (IFR). De acuerdo con datos de la misma organización, a nivel global operan 113 unidades por cada 10.000 trabajadores, y el ranking de las industrias con mayor grado de automatización está encabezado por la automotriz, seguida por la electrónica y la metalífera. Sin embargo, por el momento, el fenómeno de la automatización tiende a la concentración. La IFR señala que más del 74% de las instalaciones se encuentran en cinco países: China, Japón, Estados Unidos, Corea del Sur y Alemania.
La expansión de la robótica viene acompañada, además, por desarrollos tecnológicos y campos de estudio, como la ciencia de datos, la biotecnología y la «internet de las cosas». Pero para Julián D’Angelo, docente e investigador en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y especialista en responsabilidad social y sostenibilidad, transitamos un punto de inflexión: «En este momento las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial están reemplazando el intelecto del hombre. Es decir, si antes las máquinas reemplazaban el esfuerzo físico –sacaban al hombre de la línea de producción–, hoy lo están sacando incluso de la toma de decisiones, por lo cual el impacto en la forma de hacer negocios, en la economía y en el mundo del trabajo es también incierto». Los ejemplos a los que se refiere D’Angelo suceden, por ejemplo, en las finanzas, donde los algoritmos pueden desprenderse de una acción en cuestión de segundos ante la menor señal de algo que pueda hacer tambalear a los mercados. Aunque la intervención de los robots en cuestiones ligadas con la creatividad también ya ha ocurrido, como en los casos de las pinturas creadas por robots con las técnicas de artistas del calibre de Rembrandt o Van Gogh. Sin embargo, los efectos de la robótica se cristalizarían de manera más contundente en las tareas rutinarias –como sucede en esta pandemia con el monitoreo de signos vitales– susceptibles de ser automatizadas, algo ya visto en revoluciones industriales pasadas. Un ejemplo actual provocado por el coronavirus: YouTube comunicó que hoy gran parte del control de su plataforma es realizado por sistemas automáticos, mientras su planta de trabajadores hace tareas de manera remota.
De Cristofaris. «Se avanzó muchísimo,
pero el desafío sigue siendo la autonomía.»
Según la Organización Internacional del Trabajo, «los robots han llevado a una caída en el empleo global del 1,3% entre 2005 y 2014. El impacto es bastante pequeño en países desarrollados –0,54%–, pero mucho más pronunciado en países emergentes, con alrededor del 14%», describe la organización, en el estudio «Robots en todo el mundo: el impacto de automatización en el empleo y el comercio».
«Algunos dicen que va a haber una mutación en el trabajo y que van a aparecer nuevos oficios, pero estos van a requerir una preparación específica y diferente. Seguramente el trabajador no calificado va a seguir siendo parte de nuestra sociedad, aunque va a ser el más impactado», dice D’Angelo.
Ante las reconversiones o las pérdidas de puestos de trabajo –algo profundizado por la crisis sanitaria global–, se levantan dos escenarios: por un lado, hay autores, señala D’Angelo, que vislumbran un mundo sin trabajo para todos y, por lo tanto, de exclusión. «Otros plantean que vamos hacia menos horas de trabajo para que todos trabajen. Una tendencia que se estaba dando en Europa, con la reducción de la jornada laboral. Lamentablemente, por la última gran crisis mundial de 2008-2010, esta se vio frenada. Y todavía desconocemos el impacto de la situación que estamos atravesando. Como en todo, creo que va a ser un punto intermedio: efectivamente va a haber gente que no va a poder conseguir empleo y ahí va a tener que estar el Estado», afirma (ver La cuestión del empleo).
Abanico de preguntas
Los cambios que plantea la automatización en el mundo laboral y económico seguramente formen parte del debate más urgente acerca de los robots, aunque este no es el único. El desarrollo de la robótica también abre un amplio abanico de preguntas acerca de las cuestiones legales y éticas que se darán en la convivencia entre las máquinas y los humanos.
Balmaceda. «Estamos dando característica de persona a más objetos del mundo.»
¿Podrían los robots cambiar la noción acerca de qué constituye ser una persona? La respuesta a esta pregunta es uno los temas que estudia el doctor en Filosofía y docente de la UBA Tomás Balmaceda. «En general solemos pensar que el conjunto de personas es similar al conjunto de los hombres y mujeres o al de los seres humanos, pero es posible que le estemos dando la característica de persona, la etiqueta, de a poco, a más objetos del mundo», dice Balmaceda. La orangutana Sandra, habitante del exzoológico porteño, por ejemplo, fue declarada «persona no humana». «Podemos empezar a discutir y a pensar –y es un debate que no se va a resolver fácilmente– cuáles serían las características que tendría que tener un dispositivo para que podamos entender si es inteligente y pensar si es o no una persona», sostiene Balmaceda.
Dolor electrónico
En 2018, la Comisión Europea elaboró un Informe sobre Personas Electrónicas, en el que se recomendaba otorgar un estatus legal a los robots. Esto finalmente fue rechazado por el Parlamento de la Unión Europea, con el apoyo de científicos y tecnólogos quienes advirtieron que el cambio propuesto podía eximir de responsabilidades a los fabricantes y responsables de los dispositivos ante el accionar de estos.
D’angelo. «La inteligencia artificial está reemplazando al intelecto del hombre.»
Lo que está claro es que comienzan a surgir discusiones sobre la forma de vincularnos que tendremos los humanos con los robots. En 2012, un estudio de la Universidad de Duisburg-Essen, de Alemania, mostró cómo los voluntarios de un experimento psicológico expresaban más sensaciones negativas cuando veían un video en el que «torturaban» a Pleo, un pequeño robot juguete, con forma de dinosaurio, en comparación con otras imágenes más amistosas. Reacciones similares expresaron los participantes de otro experimento, de la Universidad de Tokyo, publicado en la revista Nature en 2015: como parte del estudio, las personas debían mirar una serie de fotos en las que se veían, en algunas, una mano humana a punto de ser cortada por una tijera. En otras, una mano de robot en la misma situación. El experimento mostró que los humanos podemos también empatizar con el «dolor» de los robots.
«Cuando vemos los videos en los que les pegan a los robots, uno no puede evitar sentir algún tipo de impresión o de lástima y eso tiene que ver con que, como personas, hay algo que nos indica que deberíamos tener los mismos sentimientos que tendríamos quizá con un animal, un hombre o mujer. A medida que usamos asistentes de voz como Siri o Alexa, de a poco lo que va pasando es que nos encariñamos. Películas como Her nos muestran esto. Bueno, eso indica que hay algo relevante ahí para analizar», afirma Balmaceda.
No se trata, advierte el especialista en filosofía de la tecnología, en caer en polos opuestos: la tecnofilia o la tecnofobia. «Ninguna de las dos posiciones es inteligente», asegura. Un punto intermedio entre ambos extremos tal vez sea la posición más sensata. Pero lo imprescindible, a su vez, será empezar a reflexionar cada vez más sobre estos temas, ahora más urgentes. «Nunca tuvimos una transformación tecnológica tan profunda como la de los últimos 10 o 15 años –dice Balmaceda–. Realmente debemos ver cómo esto va a cambiar incluso nuestra forma de vincularnos económicamente, socialmente, familiarmente. Tenemos que repensar todo en un sentido profundo».