Informe especial | Voces | Entrevista a Luis Alberto Quevedo

La política por otros medios

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María Carolina Stegman

Para el sociólogo, Milei impone modos de debate en los que la categoría de verdad pierde fuerza y la anulación del otro se vuelve una práctica cotidiana. Las claves del nuevo escenario.

Foto: Jorge aloy

El show que no fue y más de lo mismo. Un discurso teñido de datos incomprobables y falaces que lo tuvo en el centro de la escena, en un Congreso de domingo semivacío y en el prime time televisivo que devino en fiasco. La comunicación política del presidente Javier Milei, la clausura del debate y la modificación de las reglas del juego parlamentario hablan de un cambio de época. Luis Alberto Quevedo, sociólogo, investigador y docente, habló con Acción y puso algunas luces para entender las coordenadas actuales de la comunicación política, el valor de la verdad, los escenarios de discusión que faltan, las consecuencias de que el Poder Ejecutivo sea el único pilar de la democracia y la necesidad de «recrear» nuevos lenguajes y de construir una oposición «de abajo hacia arriba», de cara a las elecciones legislativas de 2025, a la vuelta de la esquina y con un gran signo de interrogación en el medio.

‒¿A quién le habló Milei en el Congreso?
‒Milei utiliza ciertos momentos de la política para construir escenas donde él las imagina de un modo performativo, es decir, donde él crea, inventa una posición de enunciador, como el único que lleva adelante la palabra pública de este Gobierno. El domingo hubo una puesta en escena de su regreso al Congreso, volvió con un propósito repetido, que es no solamente desconocerlo como una instancia clave de la democracia, sino mostrar también que tiene mucho desprecio por lo que allí se hace, continúa con esa línea de que él tiene la valentía para ir a decírselos en la cara. Entonces, les habla a los diputados y senadores, pero su destinatario más importante, al que le está hablando en realidad, es a la televisión, por eso elige el prime time, las nueve de la noche, el domingo, hablan con Susana Giménez para que no empiece su programa, porque no quiere competencia.

‒Pero el rating no acompañó demasiado…
–Es la primera vez que fracasa como comunicador televisivo desde que empezó a hacer campaña. Milei fue muy bueno creando escenarios, como en el Movistar Arena, sabiendo que eso se hace para la televisión. También, lo que hizo durante los debates y con el triunfo de La Libertad Avanza en el ballotage; siempre imagina que la escena es poderosa desde el punto de vista de la imagen televisiva. El domingo tenía la estrategia de que fuera una noche de mucho rating y éxito de público, no lo tuvo. El fracaso es que no tuvo audiencia, que no lo quieren escuchar, que ya no importa su palabra.

‒¿Esto con qué tiene que ver?
‒Esto lo engancho con algo que se conoció por estos días que es una encuesta muy grande, nacional, donde se le preguntó a la gente por la credibilidad de las frases más célebres que Milei ha acuñado en estos meses de Gobierno, y que es bajísima. No me sorprende, creo que el contrato político que buena parte de la sociedad tiene con él no pasa por la credibilidad discursiva, por creer las cifras que Milei dice, por confiar en que los diagnósticos que hace tienen rigor histórico. En realidad pasa porque él cumpla con sus dos promesas básicas: una, que creo no va a cumplir, que es la dolarización, un pacto importante que hizo con las ciudadanía, y la otra bajar la inflación. Esta última todavía está en veremos, pero hay expectativas en la sociedad.

¿Entonces la verdad perdió fuerza como categoría política?
‒Es un hecho de época, no solo en la Argentina. Tiene que ver con algo que se instaló globalmente, que es que el valor de la palabra política no pasa por la verdad de los hechos, sino por la verosimilitud de los mismos. Cuando Donald Trump sigue hablando de comunismo internacional, como si estuviéramos en los 70, con la Guerra Fría, o cuando el mismo Milei habla de esto, cuando se arman escenarios dramáticos como en los debates entre Trump y Harris, donde se afirma que los inmigrantes haitianos se comen los perros y gatos en un estado de EE.UU., eso no transita el camino de la verdad-mentira, tampoco es fake news, porque esta última es inventar una realidad que no existe, como la que hizo Patricia Bullrich con el gas pimienta a la niña, es armar una noticia falsa. El renunciamiento a la verdad, como aquello que me relaciona con el otro, es otra cosa, son los números de Milei, cifras increíbles e inconsistentes, como otras mentiras, pero no pasa por verdad-mentira, sino por qué pacto de verosimilitud construye con su electorado.

‒¿Hoy dónde se llevan adelante los debates? ¿En los medios de comunicación o cada uno se informa según lo que le resulte más cercano a su pensamiento?
‒El debate político se ha dado siempre en muchas escenas, las hay políticas, como el Congreso, que es un lugar de debate político; y las escenas mediáticas con la radio y la televisión. La expectativa de la sociedad por ver dos posiciones tiene que tener tres condiciones básicas: coincidir en un lugar, y hoy no se coincide en un lugar, en el caso de Milei únicamente va a los lugares donde está solo y con periodistas que preguntan lo que él quiere escuchar y no lo contrastan con nada; la segunda cuestión es reconocer a otro, y Milei se caracteriza por un discurso político de anulación del otro. La última condición es una agenda común de temas. Milei anuló todo esto.

‒¿Y las redes sociales?
‒Las redes no son un lugar de debate, funcionan de otra manera, forman parte del espacio público, pero allí nunca interesa la opinión del otro, sino solo denostarlo y anularlo, y sobre todo para que esto sea escuchado por otros que piensan igual a mí, difícilmente haya en las redes un debate donde existe el diferente, esto es un fenómeno global.

‒¿Se puede pensar en otros escenarios de debate?
‒Sí. El barrio, lo que antes eran los comités, las unidades básicas, los lugares donde la gente se reunía, en el mercado donde te encontrás con alguien a discutir o charlar. Ahora todos tenemos temor a que se produzcan escenas desagradables, la agresividad política está muy legitimada, creció mucho la violencia verbal, antes esto no era así. Soy uruguayo, cuando vine a vivir a la Argentina a fines de la década del 70, caminaba por la calle Florida y estaba el diario La Nación que ponía en unos carteles lo que ocurría, como una suerte de Twitter físico, la gente se paraba a leerlo, me impresionaba que se producían grupos que discutían. Eso es el espacio público o plaza pública, debate, confrontación de ideas, nadie se pegaba o insultaba. Eso se anuló en la Argentina y en el mundo.

Foto: Jorge Aloy

‒¿Quién construye y valida la agenda política? 
‒El Congreso suele ser el lugar donde la Comisión de Presupuesto lo discute y luego, con las fuerzas políticas, los presupuestos son objeto de negociaciones. Milei cambió todas las reglas de juego: presenta primero el Presupuesto de una manera formal, dando el marco político y macroeconómico, luego lo envía y no hay ninguna escena de discusión, probablemente la anule en la Comisión y en el Congreso, es esto o nada. Ningún Gobierno ha dicho, ni siquiera el de Mauricio Macri, «es esto o nada». Con respecto a la agenda, el Presupuesto tiene algunas decisiones muy fuertes. Una de ellas es que la Ley Nacional de Educación prevé en uno de sus artículos que el Presupuesto tiene que tener el 6% dedicado a Educación y el 1% a Ciencia y Tecnología; bueno, uno de los capítulos enviados por Milei dice que teniendo la atribución que le da la Ley Bases anula el artículo de la Ley Nacional de Educación y lo coloca en cero. ¿Cómo se van a financiar si el Presupuesto de 2025 para las universidades es cero? Estas decisiones, que son tan trascendentales, no tienen un ámbito de debate, es la agenda del presidente y se termina ahí. Es muy difícil construir una democracia de esta manera. ¿Hasta cuándo? Y, hasta que aguante la sociedad. ¿La sociedad ¿va a aceptar esto? ¿Dónde va a medir a Milei? Creo que lo va a medir en pocas cosas: el equilibrio fiscal, lo macro, pero la sociedad mide también qué pasa cuando sale de su casa, cuando toma el colectivo, cuando va al supermercado, cuando tiene que pagar la luz. Hoy todo esto le quita mucha credibilidad a Milei.

‒¿La comunicación política y los lenguajes cambiaron por Milei o él sintonizó con algo previo de la sociedad?
‒Milei creó un personaje de la política que no conocíamos, que basa su discurso y su acción en la agresividad, el maltrato, el insulto, en un lenguaje muy soez, no hay otros presidentes que se hayan mostrado así. Lo otro muy propio de Milei es que busca dejar una sola instancia de la democracia. El Poder Ejecutivo sería el único actor de la política, ni siquiera hay allí un gabinete con poderes, ya anuló a la vicepresidenta. Además, está el desprecio absoluto por el Parlamento. El tercer poder, el Judicial, es con el que Milei hizo un acuerdo: no los toco, ni anulo sus privilegios y ustedes conmigo no se meten. Nunca se revisó un DNU o si las leyes eran constitucionales o no, nada. Esta estructura no la conocíamos en la Argentina, si esto tiene éxito cambia la cultura política en el país.

‒¿Pero había una base social para poder sustentar esto?
‒Creo que sí: una frustración muy grande. Lo llamo la doble frustración: en 2015 Macri creó una expectativa muy importante: «No voy a tocar ninguno de los derechos adquiridos» y «voy a hacer una democracia más transparente». La sociedad compró un paquete de esperanza y el fracaso fue total, por eso se fue de la manera que lo hizo, perdió en su intento de reelección. Luego viene una segunda gran promesa, vuelve un Gobierno nacional y popular, que mostraba su heterogeneidad, volvió Massa, dirigentes que no eran del riñón del kirchnerismo. Además, Cristina arma esa fórmula con Fernández a la cabeza y ella segunda. La sociedad creyó que ahí había una fórmula «para volver mejores», como dijo Alberto, y fue un fracaso  enorme: creció la pobreza, los salarios no se mejoraron, no hubo un proyecto de país distinto, la caída en la que nos introdujo Macri siguió, se volvió a acordar con el FMI. La sociedad argentina quedó por el piso con algo que todos y todas necesitamos: saber dónde está la esperanza y el futuro, y Milei dijo «soy yo». Él rompe la grieta peronismo-antiperonismo y dice hay otra: casta o libertad.

‒¿Sigue existiendo la luna de miel entre la sociedad y el presidente?
‒Tiene dos acepciones la luna de miel: cuánto plazo le doy a cualquier gobernante, esto es una parte. La otra es cuánto lo espero para que, esos motivos por los cuales lo voté, se cumplan. Lo que está pasando hoy, viendo todas las encuestas que circulan, es que aún hay un segmento muy grande de la sociedad que dice «estamos mal pero vamos bien», hay una esperanza de que esto va a mejorar a futuro, esa es otra luna de miel, la segunda. A Milei lo pueden esperar todavía. Ahora, la experiencia de la política también se acorta, hoy las urgencias son otras: el miedo a perder el trabajo es peor que en el Gobierno de Menem –muy homologable a este–, hoy la sociedad tiene más angustia. En las próximas elecciones la sociedad va a plebiscitar un Gobierno que si sigue así va a estar muy mal calificado.

‒De cara al 2025, ¿dónde se darán los debates políticos y cómo tendrían que ser? ¿Cómo se construye la figura de líder?
‒Hoy hay un gran vacío y un gran interrogante en esto. Hay mucha gente que se opone al Gobierno de Milei, en el sentido político, pero casi no existe oposición política construida, como vereda de enfrente, como alternativa política. Si quiero hacer algo militante, barrial para ir en contra de Milei, ¿dónde voy? No puedo ir a ningún lado, nadie me convoca como ciudadano común, que haya opositores no significa que haya oposición política. ¿Cómo se construye la oposición política? Me parece que hay tres elementos necesarios para esta: nuevos lenguajes primero. Milei inventó un lenguaje político, me refiero a cómo habla, de qué, a quién, cómo transformó ciertos actos de él, como el que hizo en el Luna Park, en performances, no es el discurso político tradicional. El otro componente de los debates serían los dirigentes, no se pueden repetir. Tienen que ser dirigentes de abajo para arriba, capaces de hablar con otro lenguaje, a otra gente, de otra manera, la sociedad cambió. Lo último sería en qué escenarios: ¿a dónde vamos? Recuerdo que cuando ganó Macri los debates se hacían en las plazas, Kicillof armó mateadas barriales. Milei armó shows donde cantaba, hablaba dos palabras y se iba, rompió los escenarios típicos de la política, creó un lenguaje nuevo y fue presidente. El campo nacional y popular tiene que poder recrear.

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