8 de diciembre de 2024
El Gobierno libertario se presenta como un caso único en el mundo, pero sus políticas económicas regresivas ya se aplicaron más de una vez en Argentina. Ajuste despiadado y discurso de odio.
Podar el Estado. Milei y su equipo de trabajo con lo que pretende ser el símbolo de su gestión.
Foto: @JMilei
El 9 de diciembre de 2022 cientos de miles de argentinos salieron a las calles a celebrar el pase a semifinales del seleccionado de fútbol masculino en la Copa del Mundo de Qatar. Fue el día de las orejas de Topo Gigio de Lionel Messi al técnico neerlándes, Louis Van Gaal, y del «¿Qué mirás bobo?» al goleador Wout Wehgorst. Tiempos de volver a ilusionarse con un equipo que, llegado al certamen con perfil bajo, había perdido el primer partido y se fue afianzando paso a paso. Tiempos en que se viralizaba una versión de «Muchachos» del grupo La Mosca que hablaba de «los pibes de Malvinas que jamás olvidaré». Tiempos en que los muchachos del barrio porteño de Villa Luro celebraban ritualmente cada triunfo en la puerta de una mujer de –ahora– 78 años con un «Abuela lalala» basado en la melodía de Go West de Pet Shop Boys. La llegada a Buenos Aires del equipo nacional llevó a las calles a algo así como cinco millones de personas que se sumaron a los festejos en un clima de jolgorio y armonía social conmovedor.
Un año después asumía la primera magistratura Javier Milei, que había ganado el balotaje con promesas de motosierra y combate a la casta. A los dos años, el presidente sopla la primera velita de su gestión con una sorprendente adhesión, mientras sus acólitos y los medios afines celebran alegres los ajustes feroces y barren debajo de la alfombra la soberanía en las islas del Atlántico Sur. Y el mismo día en que se anuncia la eliminación de los remedios gratuitos para jubilados, tratan de ver a quién le endilgan la membresía del senador entrerriano que contra la voluntad de quienes lo votaron por Unión por la Patria levantó la mano a favor de todo lo que necesitó el Gobierno: fue uno de los que asistió al asado en la Quinta de Olivos tras los vetos presidenciales y fue detenido en Paraguay con 200.000 dólares no declarados.
Se le atribuye al expresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, la «Estrategia del loco», una forma de enfrentar al bloque soviético en plena guerra de Vietnam consistente en hacer creer que estaba tan loco como para no dudar en desatar un ataque nuclear en la península asiática. Según el historiador Zachary Jonathan Jacobson, el método «convenció» a los líderes de la URSS y de China de que mejor no desafiar al inquilino de la Casa Blanca, pero a la vez justificó la necesidad de aumentar sus arsenales atómicos, por las dudas.
Rompan todo
Desde la publicación del libro El loco, del periodista Juan Luis González, se conocen detalles de la vida del diputado que había ganado su banca en base a su fama como un panelista de televisión, de verba encendida y violenta. Su historial de hijo golpeado y de víctima de bullying en su infancia aglutinó a su alrededor a jóvenes que en alguna medida se identificaron con él. El momento social, económico y político también ayudó a convertir a Milei en referente del deseo de «romper todo» porque para muchos todo estaba mal.
Pero el discurso del líder de La Libertad Avanza se centraba en terminar con la inflación y, genéricamente, con «la casta»: una capa de la población que según él disfrutaba de privilegios y sometía al resto a la miseria. Milei era el hombre que, sin antecedentes partidarios, no dudaría en avanzar como topadora contra los que robaban el futuro.
Como para las grandes mayorías nombres como Friedrich Hayek, Murray Rothbard y Milton Friedman no dicen gran cosa, logró colar en el discurso publico el mensaje de que esos teóricos tenían la llave para salir de los problemas que el país arrastra desde hace décadas. Y de que eran lo nuevo, a pesar de que esas políticas ya estuvieron en vigencia con mayor o menor profundidad desde el golpe de 1955 de la mano de los exministros Álvaro Alsogaray, José Alfredo Martínez de Hoz, Roberto Alemann, en sucesivas dictaduras, y más acá, durante las presidencias de Carlos Menem y Mauricio Macri. Fracasos todos ellos que los defensores de esos modelos atribuyen a que el remedio para todos los males no fue seguido al pie de la letra el suficiente tiempo.
Como sea, si al principio de sus incursiones televisivas Milei llegó a decir que se conformaba con poner sobre el tapete los debates sobre el rol del Estado, las regulaciones y la apertura de los mercados, algo estrictamente económico, luego avanzó hacia lo que llama su «batalla cultural». Esa batalla emprendida por el libertario pasa por el bullying contra cualquier postura que no sea la del anarcocapitalismo del que se dice el principal impulsor a nivel mundial. Así, desde Horacio Rodríguez Larreta hasta los presidentes de Brasil, México, Colombia, Chile son comunistas irredentos. Lula Da Silva respondió a su turno que no le resulta insultante que lo llamen comunista o socialista. Lo curioso es que a Milei sí le irrita que le digan nazi o fascista.
Contra la casta
Ese sistema de victimización forma parte del protocolo de la ultraderecha internacional, que precisa forzar una nueva interpretación de la historia. En el caso del argentino, para construir una nueva cultura necesita arrojar por la ventana la conciencia social y política construidas desde el primer gobierno democráticamente elegido, el de Hipólito Yrigoyen en 1916.
Para esa «nueva Argentina» con que sueña –y que remite a la vieja oligarquía que tuvo que ceder poderes con la ley Sáenz Peña de 1912– cada logro popular es un obstáculo. Desde la ley de educación pública y gratuita 1420, de 1884, la reforma universitaria de 1918, la ley de salud 13012, de 1947 y los derechos laborales y sociales consagrados por las reformas constitucionales desde 1949 –anulada por bando militar– a la de 1994.
No es el caso insistir con la violencia verbal de la que hace gala el presidente contra quienes no piensan como él ni de las amenazas contra la convivencia civilizada que plantean los que pretenden formar el «brazo armado» de LLA. Ni siquiera los cruces fuera de lugar contra mandatarios de casi todo el mundo o de la política exterior contraria a los intereses del país y que destruye los códigos de relación con los vecinos. Sí vale la pena mencionar qué jirones de esa «firmeza de convicciones» dejó en el camino.
Debió aceptar que con Lula Da Silva no tiene más remedio que arreglar, como lo hizo en el G20 y ahora en el Mercosur. Que con China no tiene más remedio que arreglar, porque es el gran jugador en la economía mundial, por muy cercano que se quiera mostrar con Donald Trump.
Por otro lado, comprobó las ventajas de acordar con sectores políticos que hasta ayer nomás eran «ratas corruptas» para aprobar las leyes con las que espera modificar el presente y cristalizar el futuro de los argentinos. La sociedad, en tanto, a dos años de aquel festival de unidad y armonía que fueron los festejos del mundial, descubre que la «Abuela lalala», los jubilados, los trabajadores y los «pibes de Malvinas», entre otros, forman parte de la casta sometida a la acción de la motosierra.