14 de octubre de 2021
Proyectos productivos cuestionados desde el ambientalismo: la tensión entre el desarrollo y el cuidado de los ecosistemas y la búsqueda de un equilibrio.
En la mira. La minería a cielo abierto es una de las actividades que recibieron críticas por el daño que producen en las regiones donde operan.
NICOLAS POUSTHOMIS
Después de tres años de debates y manifestaciones públicas –de ambientalistas, habitantes de Tierra del Fuego y hasta de chefs famosos– a finales de junio la Legislatura fueguina le puso un freno a la salmonicultura, la cría intensiva de salmones en aguas abiertas, un modelo de producción que hoy es común en Chile, pero que es cuestionado por sus efectos para la fauna local (y en consecuencia, para la economía de la región), el paisaje y por su uso de antibióticos.
La prohibición establecida por la provincia fue reprobada por el ministro de Producción de la Nación, Matías Kulfas, quien declaró que se trató de una decisión «equivocada». «Más que prohibir hay que controlar muy bien y ser cuidadosos», dijo Kulfas, tras asegurar que coincide en la importancia de no dañar los ecosistemas, pero que antes de cerrarle la puerta a una actividad deberían evaluarse otras opciones.
Lo cierto es que la medida tomada en Tierra del Fuego sirvió para que se despliegue un debate acerca de la viabilidad o no de ciertas actividades con capacidad exportadora –como la minería a gran escala, la acuicultura o la cría de cerdos– y sus potenciales beneficios económicos. Como sucede con otros temas, el intercambio sobre estas cuestiones tomó la forma de una disputa entre polos opuestos: por un lado, economistas e investigadores defensores de estas producciones que chocaron, en medios de comunicación y redes sociales, con ambientalistas críticos de estos proyectos.
Para el economista Claudio Scaletta el debate no debería plantearse como una contradicción entre el desarrollo económico y el respeto por los entornos naturales. «Se habla de desarrollo o de cuidado del ambiente. Los países que mejor cuidan el ambiente son los desarrollados, el cuidado del medioambiente es una función impositiva del desarrollo», afirma.
Defensor de la utilización de agroquímicos en la agricultura y de actividades que hagan uso de los recursos naturales, Scaletta ve en estos emprendimientos una oportunidad de progreso económico. En sus palabras, el desarrollo en nuestro país hoy podría ser pensado como la transformación de su estructura productiva, «para no caer en la cíclica situación de restricción externa; eso significa aumentar las exportaciones y sustituir importaciones». El contenido que encierra esto, apunta, es aumentar la inclusión social. «¿Quién es uno de los enemigos de este proceso? El falso ambientalismo», afirma el economista, quien ve un escenario de «confusión» y desinformación sobre actividades productivas que están en el blanco de organizaciones ambientalistas. Sobre su denuncia acerca de la existencia de un ambientalismo «falso», añade: «Se oponen a la megaminería, se oponen a la prospección petrolera, que extraigas gas y petróleo a través de la técnica del fracking, se oponen a la acuicultura; dicen que tenemos que agregar valor en origen, y cuando conseguís la posibilidad de exportar maíz con valor agregado, transformándolo en carne de cerdo, del que ya tenemos un mercado asegurado en China, se oponen a eso también. ¿Quién se beneficia de que no se desarrolle ningún otro sector? El agro pampeano, porque sigue siendo el único sector generador de dólares».
Soja. La extensión del área sembrada significó una entrada de divisas al país, pero también desplazó a productores y redujo la diversidad.
AHARONIAN/AFP/DACHARY
Nuevas metas
El ingreso de divisas vía exportaciones de actividades hoy en el blanco de los cuestionamientos ambientalistas es, para Scaletta, una condición necesaria para el desarrollo, aunque aclara que su modelo de país «ideal» no está centrado en este tipo de producciones: «Quiero un país industrial que exporte alta tecnología, y cuanto más valor agregado, más capacidad de generar divisas, y si obtengo más divisas puedo incluir a más personas. Pero uno parte de lo que tiene: si querés exportar cables de cobre, el proceso empieza por tener minas de cobre. Si querés una industria metalúrgica, el proceso empieza por tener una mina de hierro. Prohibiendo la minería no vas a tener una industria metalúrgica integrada. El camino empieza por desarrollar estas actividades», sostiene.
Sin embargo, Guillermo Folguera, investigador del Conicet y especialista en filosofía de la biología, descree que en los planes oficiales esté trazada una transformación semejante. «Los agronegocios, esta forma particular de producción, se aprueban en 1996 con Felipe Solá y entre 2002 y 2006 Argentina abraza fuertemente la soja. Con un precio alto de la soja no se trazaron alternativas a los agronegocios. Argentina siguió danzando ese baile, y ahora hay millones de áreas cultivadas, pérdidas de miles de pequeños productores y de la diversidad de la matriz productiva, contaminación de los cuerpos de agua e incidencia directa en la salud de las comunidades. Yo puedo entender que de esto no se puede salir abruptamente, habría que discutir cómo, pero no veo signos que inviten a pensar que estamos en un escenario transicional. Lo único que veo es que todos los planes de gran envergadura tienden a profundizar los agronegocios y a la megaminería se le agrega el intento de salmoneras, la extracción de litio, los hidrocarburos en el mar, que tienen más o menos el mismo esquema, con lo cual no veo exactamente que estén incómodos en ese escenario. Esto no es un plan B o C, este es el plan A, que tiene que ver con una cuestión geopolítica general, en la que Argentina se ha ubicado muy cómodamente en el lugar de dador de commodities», describe Folguera.
El investigador reclama un «cambio de 180 grados» y un replanteamiento de las metas a alcanzar: «Hay que discutir si lo que tenemos que hacer primar son dólares sin más a corto plazo o una protección de las comunidades en la naturaleza, que no está siendo trazado, como objetivo en las políticas públicas de nuestro país».
Jorge Andrés Vera, doctor en economía, becario del Conicet en la Escuela de Producción, Tecnología y Medio Ambiente de la Universidad Nacional de Río Negro, también destaca la oportunidad para subir las exportaciones que ofrecen las actividades cuestionadas. La Argentina para progresar debe «abastecerse de divisas para garantizar crecimientos estables y a largo plazo», debido a la «restricción externa, por lo que es necesario incentivar los sectores que pueden exportar», dice. «Hay un sector ambientalista, que denomino prohibicionista, que creo que no dimensiona en su totalidad esta problemática», acusa.
«Hay actividades, imaginemos hidrocarburos o minería, que podrían abastecernos con alrededor de 20.000 millones de dólares por año, extras, para empezar a diversificar lo que es nuestra entrada de dólares, que hoy el 70% lo concentra el sector agroexportador», indica.
Sin embargo, no rechaza la preocupación por el ambiente, la que le parece «muy necesaria». «Me parece fundamental avanzar en esos aspectos, más cuando hay innovaciones que nos permiten hoy ser mucho más cuidadosos que hace dos o tres décadas», completa.
Ante la consulta sobre los riesgos de ciertos proyectos productivos, y de que en la Argentina se produzca un avance sobre los recursos naturales como hoy sucede en Brasil, Vera incluso advierte sobre una especie de efecto «boomerang» que podría darse en aspectos ambientales, en un país, como la Argentina, con serias dificultades económicas. Para el investigador, si nuestro país prohíbe en lugar de fomentar actividades productivas, «difícilmente» pueda salir del «brete económico» en el que se halla, y alerta: «Cuando estás en un país deteriorado en términos económicos, tenés un Estado debilitado. Es muy difícil que luego tengas organismos de control que funcionen. Es decir, no hay nada peor para el control ambiental que los países con pocos recursos». A su vez, Vera también vislumbra otras dificultades frente a los cambios asociados a la reducción de gases de efecto invernadero que se implementarán en los próximos años. «Si queremos cambiar el parque automotor, por uno que funcione con electricidad, vamos a necesitar más cobre por unidad, litio y plata, es decir, más minería. Y si decidimos tener una producción de cero gramos de cobre y Chile tiene millones y nosotros decidimos no hacerlo, sin debatirlo seriamente, vamos a estar demandando minerales y metales a otras regiones», adelanta.
En marcha. La juventud incorporó la defensa del planeta a su agenda de lucha.
TÉLAM
Paso a paso
Ana Julia Aneise, economista e integrante de Jóvenes por el Clima Argentina, rechaza que desde su lugar se plantee una disociación entre las exigencias ambientales y la situación económica argentina. «De ninguna manera los reclamos ambientales, o por lo menos no los de Jóvenes por el Clima, desconocen la necesidad de un cierto equilibrio macroeconómico que se alcanza a través de las exportaciones. Entendemos, señala, que estamos insertos en un sistema global que sigue rigiéndose con reglas que muchas veces no incorporan la mirada ambiental».
«Creo que la discusión no tiene que darse en términos de economía o ambiente, como si fueran una especie de bandos excluyentes», considera, y agrega que la actual crisis climática y ecológica «también va a afectar al sistema económico». «Creo que una cuestión fundamental a nivel económico es planificar los años que vienen, dándoles mucha importancia, por ejemplo, a las políticas de adaptación al cambio climático, a las políticas de soberanía alimentaria y energética. Paralelamente –añade– debemos plantearnos y hacernos cuestionamientos más profundos en torno al sistema económico en términos generales».
La representante de Jóvenes por el Clima explica que «obviamente estamos atados a un montón de restricciones y no damos la discusión en abstracto, sin entender que hay limitaciones económicas. Ahora, cuando estamos pensando en un proyecto minero, o en el tema de la salmonicultura, de lo que se habla es que muchas veces no existe una evaluación de impacto ambiental o una planificación territorial en torno a cómo esas actividades se van a llevar a cabo de manera tal que sean sostenibles, que puedan sostenerse en el tiempo, porque muchas veces degradan recursos que no son renovables. Nadie está haciendo una oda a la antiexportación».
Aneise comparte la idea de que el norte de la economía debería ser la producción de bienes con valor agregado, pero aporta que estos podrían ayudar a iniciar una «transición sobre todo energética» que se está gestando a nivel global, «particularmente en las cadenas del hidrógeno verde», una forma de energía que no emite dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero.
Sobre la posibilidad de desarrollar actividades cuestionadas por sus impactos ambientales, como un «escalón» para avanzar hacia otras producciones, Aneise opina: «Lamentablemente, en este sistema en el que estamos inmersos tenemos que viabilizar ciertos proyectos para, en un punto ulterior, poder entrar en otros que nos parezcan mejores, eso es lo que está pasando hoy en día, y sería chocarnos contra la realidad pensar que hay que dejar de hacer cualquier actividad productiva que implique una explotación de los recursos naturales, porque es lo que hace el país hoy».
Aneise. La crisis climática y ecológica
«va a afectar al sistema económico».
Aronskind. Sustitución de importaciones en base a la capacidad industrial y tecnológica.
Folguera. «Argentina se ha ubicado en el lugar de dador de commodities».
Monkes. «No hay dicotomía, al ambiente y al desarrollo hay que pensarlos en conjunto».
Scaletta. «¿Quién se beneficia de que no se desarrolle otro sector? El agro pampeano.»
Vera. Tecnología que «permite ser mucho más cuidadosos que hace tres décadas».
Reconversión verde
Ricardo Aronskind, economista y docente en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), apuesta por una «reconversión verde», con ideas y herramientas locales. «Tenemos un aparato científico tecnológico al que le tenemos que dar trabajo, que ha reaccionado excelentemente en la pandemia. Si les damos como objetivo ir reconvirtiendo todo para evitar el daño a la naturaleza quizá generemos una actividad exportadora», dice Aronskind, quien, con relación a los distintos proyectos productivos en danza en la Argentina, considera que debe estudiarse caso por caso. «Yo percibo una cierta cosa media primitiva de oponerse a cualquier cambio productivo sin ninguna alternativa a cambio, que me parece peligrosísimo, una especie de cuidado extremo del medioambiente pero que te reduce a ser una reserva natural de los países centrales. Esa opción hay que desecharla. Tomemos el caso de las granjas porcinas: eso hay que estudiarlo con mucho cuidado porque hay formas tecnológicamente avanzadas para evitar que eso sea un desastre, pero hay que invertir, siempre hay que invertir más para cuidar la naturaleza», dice. Para el economista, una actividad productiva hoy en día no tiene por qué implicar un impacto ecológico: «Si se hace con los parámetros de los años 50,60 o 70, seguro que tiene un alto costo ambiental. Pero si se aprovechan todas las nuevas tecnologías se reduce muchísimo. No podemos decir que se anula plenamente, pero se reduce significativamente», afirma. Sin embargo, Aronskind no cree que la Argentina tenga que salir a exportar a cualquier precio: «Mal haría cualquier Gobierno argentino, pero sobre todos los nacionales, que no están directamente “entongados” con las corporaciones internacionales, con sacrificar nuestro equilibrio ambiental, para correr a conseguir dólares para pagar la deuda externa. Sería una locura que enloquecidos por esa situación de insustentabilidad de la deuda exportemos cualquier cosa. Entonces creo que hay que hacer una combinación entre seguir peleando el tema de la deuda, porque es ilegítima, es ilegal desde la perspectiva de la propia reglamentación del FMI, y en parte hay que exportar más, incluso tratando de especializarnos en cosas que sean orgánicas, libres de ciertos componentes químicos terribles para la naturaleza. Al mismo tiempo me parece que vamos a tener que enfocarnos en sustitución de importaciones, porque hay capacidades industriales y tecnológicas en Argentina, esa es otra forma de ahorrar dólares que no es lo mismo que salir desesperado a vender lo que sea», resalta.
Licenciado en ciencias ambientales, Julián Monkes propone pensar al ambiente de otra manera. «No hay que proteger al ambiente como si fuera algo que estuviera en una cápsula y que no lo queremos tocar y lo queremos preservar, sino que justamente nuestro vínculo con ese entorno tiene que ser sano y justo, entonces desde ese lugar entendemos que la pobreza, la desigualdad, los problemas estructurales también tienen que ser abordados por parte del ambientalismo para construir una salida a eso».
Como otros especialistas, Monkes tampoco ve una oposición entre ambiente y desarrollo: «Para mí siempre fue falso el debate y esa tensión. No me gusta hablar de desarrollo sustentable porque si no es sustentable básicamente no es desarrollo. Creo que nos tenemos que desarrollar, el país tiene que crecer, tiene que producir más y mejor, pero en esa producción tiene que estar incluida la cuestión ambiental porque incluso cuando alterás mucho los ecosistemas eso te genera ciertos desequilibrios que terminan impactando en la producción. No hay dicotomía, al ambiente y al desarrollo hay que pensarlos en conjunto».