Informe especial | 40 AÑOS DE DEMOCRACIA

Un horizonte de justicia

Tiempo de lectura: ...
Atilio A. Boron

Más allá de los logros en diversos campos de la vida nacional, existen aún muchas asignaturas pendientes. Desigualdad y tendencias actuales al autoritarismo.

Cuatro décadas. Se duplicó la brecha entre los más ricos y los más pobres.

Foto: Jorge Aloy

La merecida celebración por haber cumplido 40 años de democracia no nos exime de la obligación de mirar más allá de sus importantísimos logros en numerosos campos de la vida nacional y echar una ojeada a sus asignaturas aún pendientes.
Los primeros: la política de derechos humanos; el juicio y castigo a los responsables de las atrocidades perpetradas por la dictadura genocida; el empoderamiento de vastos sectores de la sociedad civil; los avances en la legislación que garantiza prestaciones prácticamente universales en materia de seguridad social, o los derechos de las mujeres y minorías del más diverso tipo así como el clima de libertad que se ha instalado luego de los sombríos años de la dictadura son avances indiscutibles que deben ser orgullosamente reconocidos; pero el proyecto de la reconstrucción democrática a la salida de la dictadura sintetizado en la persuasiva fórmula de campaña de Raúl Alfonsín cuando dijera que «con la democracia se come, se cura y se educa» ha quedado trunco.
El mismo expresidente lo reconoció con amargura años más tarde, en 1992, cuando reformulara su slogan de campaña de 1983 diciendo: «Creo que con la democracia, se come, se cura y se educa, pero no se hacen milagros». Y, efectivamente, la gran promesa de la democracia, desde sus primeros balbuceos en la Atenas clásica hasta la actualidad, pasando por las enseñanzas de Maquiavelo y Rousseau, es la creación de una sociedad en donde impere la justicia. No por casualidad Platón inicia el primer capítulo de La República sentenciando que la virtud suprema de una polis democrática no puede ser otra que la justicia. Esto plantea una contradicción porque si el objetivo final de un orden democrático es la construcción de una sociedad justa, el de la sociedad capitalista sobre la cual se asienta dicho orden tiene como móvil excluyente el lucro. De ahí la irresoluble contradicción entre capitalismo y democracia.
Esta tensión entre un sistema económico que incesantemente crea desigualdades y un orden político que se supone debe avanzar hacia la creación de una «buena sociedad», materialmente próspera y espiritualmente enriquecedora, explica por qué el 61% de los encuestados en la Argentina para la edición de Latinobarómetro del año 2023 manifestaran su insatisfacción con la democracia y que un 38% de ellos respondiera que no le importaría que un «Gobierno no democrático» llegara al poder si resolviera los problemas de la vida cotidiana.

Vértigo hiperinflacionario
Una rápida ojeada a las tendencias prevalecientes en la distribución del ingreso ofrece algunas claves útiles para explicar estas actitudes. En el año 1974 la ratio entre el decil más rico y el más pobre de la población en 31 aglomerados urbanos de la Argentina era de 9,5. En otras palabras, el 10% más afortunado tenía ingresos que eran casi diez veces superiores a los de sus compatriotas más pobres. El deterioro se aceleró al compás del vértigo hiperinflacionario: en 1991, según los datos del Indec, esa desproporción se había duplicado, llegando a 19,8; en 2001, en medio de los fragores del derrumbe de la ilusión de la Convertibilidad llega a ser de 40, para iniciar un sendero descendente a partir de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, cuando esos índices descendieron al 34,8 en 2003, 25,0 en 2007 y 19,1 en 2011.

Deuda social. Subsiste la necesidad de impulsar políticas destinadas a crear un país más justo.

Foto: Jorge Aloy

Luego, con el inicio del gobierno de Mauricio Macri la tendencia se revierte, se acentúa durante la pandemia del covid-19 y se estabiliza alrededor de 2021 durante la presidencia de Alberto Fernández. Sintetizando, una ojeada de largo aliento revela que a 40 años del advenimiento de la democracia la desigualdad de ingresos en la Argentina es por lo menos el doble de la que existía al inicio del proceso, en un contexto además signado por la creciente «uberización» de las relaciones laborales, que desprotegen por completo a la clase trabajadora, y una inflación incontrolable que carcome día a día los ingresos de la población.
Estas dolorosas tendencias están lejos de ser un rasgo idiosincrático de la transición democrática de nuestro país. La institucionalización de una mecánica electoral democrática en sus formas choca con la marcada incapacidad de los Gobiernos para impulsar políticas sociales destinadas a crear una sociedad más justa. Déficit este que se observa por doquier, incluyendo los casos de las democracias en los países más avanzados, en donde el descontento popular registra valores muy similares a los que se verifican en Latinoamérica y el Caribe. 

Posdemocracia
Autores contemporáneos de fuera de la región ofrecen algunas claves para entender el paradojal resultado de transiciones democráticas como la Argentina. Un pequeño pero notable libro de un politólogo británico, Colin Crouch, concluye que el «momento democrático» del capitalismo expiró a comienzos de los 80 y que hemos ingresado a una «era posdemocrática».
Lo que vino después fue la desilusión ciudadana, el auge de la «antipolítica» y el irresistible ascenso de las grandes empresas que terminaron por convertirse en actores que detentan un predominio absoluto en los capitalismos democráticos. Otro autor europeo, Gianni Vattimo, escribe que en el capitalismo avanzado el peso del dinero y la riqueza se convirtieron en factores determinantes, a través de los medios de comunicación y la industria cultural, en la formación de una confusa y contradictoria voluntad pública que luego se expresa «libremente» en las urnas. Sheldon Wolin, un brillante profesor en Princeton, escribió hace unos años que la democracia de Estados Unidos ha perdido gran parte de su sustancia. Alternancia de personas, sí, pero elecciones sin reales alternativas porque el Congreso y la presidencia están dominados por los lobbies y sometidos por completo a los imperativos de los mercados. 
Pese a estas frustraciones, la democracia sigue siendo un horizonte capaz de movilizar la voluntad de millones de personas en todo el mundo. Está amenazada por los mercados y la fabulosa concentración de la riqueza. Confiamos en que con el protagonismo popular podrá sortear esta crisis. Para ello necesitará recrearse y ser fiel a la fórmula acuñada por Abraham Lincoln en su famoso discurso de Gettysburg cuando la definió como «el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». Lo que hoy tenemos es bien distinto: gobierno de los mercados, por los mercados y para los mercados. Hay que poner fin a esa barbarie.

Estás leyendo:

Informe especial 40 AÑOS DE DEMOCRACIA

Un horizonte de justicia