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Brasil y China juegan fuerte

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Néstor Restivo

La sociedad entre los Gobiernos de Lula y Xi Jinping, manifiesta en los BRICS, abre las puertas al ingreso del país sudamericano a la Franja y la Ruta. Claves geopolíticas en el realineamiento global.

Liderazgos.Los mandatarios participan de una ceremonia de bienvenida en el Gran Salón del Pueblo, en Beijing.

Foto: NA

A fines de julio, el Gobierno de China dijo estar dispuesto a combinar su Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFyR) con la estrategia de desarrollo de Brasil. Según explicó en Beijing su Cancillería, no habría problemas con la fórmula que se está pensando en Brasil y que admitió el propio presidente Lula Da Silva.

En efecto, el viernes 19 de ese mes Lula había anunciado la idea de un esquema de ingreso a la IFyR (o BRI, la sigla en inglés) donde la mayor economía latinoamericana saliera tan gananciosa como la china, por ejemplo haciendo jugar al Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), principal caja y agente de desarrollo brasileño desde su fundación hace más de 70 años. China, en tanto, ofrece varias fuentes para las obras de la IFyR, por ejemplo, pero no el único, también el Banco Asiático para Inversiones en Infraestructura (BAII).

Desde China miraron con cariño esa posibilidad y hasta hablaron de «neoindustrialización» brasileña, mismo término que usan Lula y su equipo cuando aluden al nuevo Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) lanzado en esta nueva experiencia de gobierno del Partido de los Trabajadores y sus aliados.

La IFyR es la principal política económica internacional de China, anunciada por su presidente Xi Jinping en 2013, y a la que ya han adherido 151 países de todo el mundo. Es un mega programa abierto (primero pensado para Eurasia, por tierra y mar, pero luego extendido a todos los continentes, con invitación a América Latina hacia 2017) que supone obras de infraestructura para conectividad, con grandes inversiones de bancos, empresas y fondos chinos, así como cuestiones de incremento comercial, desarrollo económico y social y, claramente, un desafío político al orden geopolítico vigente, porque también el «mapa» de los corredores está diseñado en ese sentido.

De los grandes países de América Latina, solo Brasil, México y Colombia no se sumaron aún. Argentina entró durante el gobierno de Alberto Fernández, cuando se convirtió en el mayor de la región en hacerlo. En total, 22 naciones de la región ya son socias. Ahora, el ingreso de un coloso como Brasil significaría un triunfo de la diplomacia china en un territorio en disputa como el latinoamericano, en cuanto a lo simbólico y a la presencia de inversiones respecto de la competencia con Estados Unidos.

Los presidentes Lula y Xi podrán hablar del tema varias veces este año, todas en noviembre. El líder brasileño será invitado especial a la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), que se hará en Perú. Por cierto, en ese viaje Xi Jinping inaugurará el mayor puerto sudamericano, con inversión de la china COSCO y en el marco de la IFyR: el de Chancay, 70 kilómetros al norte de Lima. Será una ruta excepcional hacia China y Asia en general, como lo son las rutas comerciales marítimas que se lanzaron en este julio entre los puertos mexicanos de Ensenada, Manzanillo y Lázaro Cárdenas (sobre el Pacífico) y el chino de Dalian, o el nicaragüense de Corinto con Tianjin, el puerto más cercano a Beijing. Paso a paso, algunos gigantes y otros pequeños, los lazos sino-latinoamericanos se consolidan.

Luego de la APEC, en Brasil sesionará la cumbre presidencial del G-20, y como parte del mismo viaje, Xi se quedará en ese país en visita de Estado para celebrar los 50 años del establecimiento de relaciones diplomáticas sino-brasileñas.

Ejes y prioridades
El analista internacional Javier Vadell, de la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais, escribe que «a contramano de las tendencias belicistas y de las narrativas de “nueva guerra fría” que predominan en Occidente, la política externa del presidente de Brasil apunta a priorizar dos objetivos de la geopolítica de un país del Sur global: la integración regional y las políticas de desarrollo». Y que «si bien en el primer objetivo prevalece un cierto voluntarismo frente a la fragmentada realidad política sudamericana, el segundo objetivo tiene a China como socio crucial para reformular la receta que combine la fortaleza exportadora de Brasil con las oportunidades del nuevo PAC del Gobierno Lula III, orientado a la transformación industrial». 

Los ejes que ha trazado Brasil al respecto son las cadenas agroindustriales, infraestructura y saneamiento, el complejo económico industrial de la salud, transformación digital, tecnologías críticas y transición energética, detalla el académico. 

Para eso, la sociedad con China puede ser crucial, y viene siendo trabajada por las autoridades brasileñas en forma sostenida. Debe considerarse que ya el comercio bilateral es cuantioso. En 2023 alcanzó los 157.000 millones de dólares, y con un alto superávit para Brasil. Esto significa un tercio del total del comercio sino-latinoamericano. Pero, además, 2024 apunta a superar ese record, pues en el primer semestre el intercambio subió 7,4%. 

El año pasado, Lula cruzó los mares y relanzó en Beijing los vínculos tras la experiencia de Bolsonaro, que si bien no pudo romper con el gigante asiático por la presión de los empresarios y de una línea histórica de Itamaraty (donde hay posiciones encontradas al respecto, pero prevalece una mirada profesional sobre las relaciones internacionales), sin embargo había enturbiado los lazos. Lula firmó entonces una veintena de acuerdos de inversiones, que van de lo financiero a lo satelital, pasando por varios segmentos de producción y desarrollo.

Lazos sólidos. El vicepresidente de Brasil, Gerardo Alckmin, en una reunion con el presidente chino y su gabinete, en julio.

Foto: NA

Postura definida 
Luego, fue importante también el viaje a China del vicepresidente Geraldo Alckmin, quien, al igual que Lula, fue acompañado por varios empresarios. Alckmin es un hombre del centro socialdemócrata, con otra visión que la de Lula, pero que garantiza la alianza amplia con la que el PT logró vencer, y por poco, al bolsonarismo en las últimas elecciones. Más allá de las cuestiones económicas, en ambos periplos la geopolítica, agitada por guerras y tensiones extremadamente peligrosas en su potencial expansivo, se coló en la agenda de los dos socios de los BRICS. Lula, se sabe, ha jugado fuerte tanto en sus posturas frente al conflicto que generó la disputa OTAN-Rusia en Ucrania como en el de Medio Oriente.

Del mismo modo, la cuestión de lograr un día algún tipo de acuerdo con el Mercosur estuvo en la mesa de conversación cuando viajaron Lula y Alckmin a Beijing. China hizo una propuesta concreta ya durante el gobierno de Hu Jintao, cuando vino a la región el primer ministro Wen Jiabao, en 2012, nunca respondida por el Mercosur pese a que ya pasaron 12 años. 

Pero el bloque del Cono Sur presenta problemas, no solo su siempre dificultosa posición a la hora de negociar acuerdos extraregionales, un terreno donde apenas ha avanzado en décadas. De cara a China, por un lado está la cuestión de Paraguay, que tiene vínculos diplomáticos con Taiwán. Y más importante aún, está el Gobierno argentino de Javier Milei, notoriamente anti-integracionista en la región, antichino y expresamente alineado con EE.UU. Más allá del resultado electoral de noviembre en el país norteamericano, esa postura de los «libertarios» no cambiará.

Respecto del ingreso a la IFyR, donde sectores brasileños, como en su momento argentinos, se resisten porque descreen del beneficio, añoran el alineamiento con EE.UU. u otras razones, Vadell dice que «a medida que se expande la iniciativa china, va creando mecanismos de gobernanza específicos y densidad institucional propia que pueden ser necesarias, principalmente en lo que concierne a las inversiones: los arbitrajes, la mediación de conflictos, etcétera». 

«En este escenario, agrega, la diplomacia china se mostró una vez más muy flexible y pragmática a la hora de negociar temas importantes con sus socios estratégicos», tales como podría ser «adaptar» los mecanismos de inversión de la IFyR al programa PAC de Brasil. De hecho, ya lo había sugerido, en su vista a Brasil en enero de este año, el canciller Wang Yi.

Y Brasil, a su turno, está jugando una postura bien definida en favor del nuevo orden mundial en ciernes. Al menos su actual Gobierno, cada vez más impugnador de un Occidente en crisis frente al poder de otros emergentes como los BRICS del que es socio fundador.

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