5 de enero de 2025
El nuevo Gobierno encabezado por la extrema derecha de Geert Wilders profundiza su política antimigratoria. Las disputas en la coalición oficialista siembran interrogantes para el futuro.
Liderazgo. Referente del Partido por la Libertad, Wilders da una conferencia de prensa en La Haya.
Foto: Getty Images
La amenaza reaccionaria que se cierne sobre Europa tuvo uno de sus episodios más resonantes en Países Bajos. El ascenso de un nuevo Gobierno encabezado por el Partido por la Libertad (PVV, por sus siglas en neerlandés), de Geert Wilders, con una fuerte impronta antimigratoria e islamofóbica, abrió un escenario inédito en un país que históricamente hizo de la libertad de opinión, circulación y creencia, una de sus cartas de presentación.
Luego de varios meses de negociaciones, el 15 de mayo pasado el PVV, la centroderecha tradicional del Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD), el Movimiento Ciudadano Campesino (que representa a los productores rurales) y el Nuevo Contrato Social (de centro) acordaron formar Gobierno. Wilders tuvo que bajarse de sus pretensiones de convertirse en primer ministro para lograr desbloquear el diálogo con los otros partidos. Y, finalmente, en un hecho por demás curioso que refleja la singularidad del experimento en curso, las respectivas autoridades partidarias acordaron la designación de un primer ministro que no perteneciera a ninguna de las cuatro fuerzas. El elegido fue Dick Schoof, un funcionario de carrera, con llegada a las distintas terminales de la política local que de una militancia socialdemócrata en su juventud pasó a ser el jefe del servicio secreto en tiempos recientes.
Wilders aceptó la postulación de Schoof bajo la premisa de que su principal tema de campaña, consistente en un posicionamiento antimigratorio dirigido sobre todo contra la población musulmana, sería un eje central del nuevo Gobierno. En los últimos años, la cuestión migratoria ha tomado un relieve tal en el debate público. El anterior primer ministro, Mark Rutte, del VVD y quien se había mantenido en el poder durante 14 años, se vio obligado a anunciar la disolución del Ejecutivo en julio de 2023 debido a discrepancias internas en torno a la denominada política de asilo de los refugiados llegados de países afectados por guerras. Por entonces, Rutte tuvo que llamar a elecciones anticipadas, celebradas el 22 de noviembre de ese mismo año, en las que Wilders obtuvo el primer lugar con el 23,5% y de las que surgiría el actual Gobierno.
Previo a esos comicios, Rutte (que se tuvo que «conformar» con un nombramiento como nuevo secretario general de la OTAN) fue relevado del liderazgo partidario por Dilan Yeşilgöz, quien fuera su ministra de Justicia y Seguridad y que, pese a haber nacido en Turquía y tener una madre de origen turco y un padre kurdo, devino en una abanderada del discurso antimigratorio. Sin embargo, este endurecimiento ideológico no le rindió los frutos esperados en el plano electoral a la centroderecha mainstream que se vio rebasada por el partido de Wilders. De acuerdo con Cas Mudde, politólogo neerlandés experto en la extrema derecha europea, en un artículo que publicó en The Guardian, aquel fallido desplazamiento táctico de Yeşilgöz resultó una nueva muestra de cómo «los partidos de extrema derecha siguieron creciendo electoralmente gracias a que los partidos tradicionales incorporaron e imitaron sus temas».
Estigmas y posicionamientos compartidos
En ese marco, las tensiones internas van emergiendo en el nuevo Gobierno, incluso, por vías inesperadas. Por caso, los incidentes que se vivieron el último 7 de noviembre en Amsterdam, luego del partido entre el Ajax y el Maccabi Tel Aviv, cuando activistas que se manifestaban en contra de la situación en Gaza se enfrentaron con hinchas israelíes, derivaron en una crisis al interior de la coalición gubernamental a partir de declaraciones de Wilders, quien buscó utilizar ese lamentable hecho para promover su antiislamismo furibundo al afirmar que «vimos a musulmanes cazando judíos» y culpar específicamente a «marroquíes que quieren destruir a los judíos». Esas declaraciones suscitaron la renuncia de Nora Achahbar, nacida en Marruecos y perteneciente al Nuevo Contrato Social (NSC), como secretaria de Estado de Prestaciones y Aduanas, lo que alimentó las especulaciones sobre la salida del NSC de la coalición de gobierno.
Montado en el discurso de la islamofobia como punto neurálgico, Wilders se posiciona como una suerte de cruzado defensor de los valores occidentales, incluso con algunos rasgos peculiares que lo diferencian de otros líderes de la extrema derecha internacional. Por ejemplo, Wilders es capaz de combinar su acuerdo con el matrimonio homosexual con el más excluyente nacionalismo de signo antimusulmán. En su lógica, la defensa de ciertos derechos individuales inscriptos en la tradición liberal-occidental resulta un insumo para antagonizar con ese «otro» musulmán, al que estigmatiza constantemente. Su llamado, con aires trumpianos, a «devolver Holanda a los holandeses», pinta de cuerpo entero a esta figura del campo reaccionario europeo que comparte bastante más con el nuevo-viejo inquilino de la Casa Blanca.