25 de septiembre de 2014
La posibilidad de que Escocia se independizara del Reino Unido tuvo en vilo a Europa occidental. Por primera vez en mucho tiempo existió la posibilidad real de que uno de los países capitalistas más poderosos perdiera una porción de su territorio.
La Unión Europea alentó el proceso de fragmentación de la Unión Soviética y la reconfiguración de estados y fronteras en los territorios que conformaban el «bloque soviético». Checoslovaquia o Yugoslavia –y otros– no tenían el peso económico o político que tiene el Reino Unido pero su disolución también ayudó a debilitar a Rusia. El Reino Unido «unido» es una potencia mundial y cumple un rol decisivo para mantener determinado orden económico, político y militar como aliado estratégico de los Estados Unidos. Fragmentado perdería peso y costaría justificar su continuidad como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con derecho a veto. Esto explica la fuerte intervención de los principales referentes de la Unión Europea y de los Estados Unidos, el mundo financiero, poderosas multinacionales como British Petroleum o los medios de comunicación con la BBC de Londres a la cabeza en contra de la independencia de Escocia.
Todos estos actores comprendieron que estaba en juego algo mucho más importante que el derecho a la autodeterminación de los pueblos en abstracto, estaba en riesgo la desintegración de una de las principales potencias que gobernaron el planeta los últimos 500 años.
Ahora todos los ojos están puestos en España aunque no tenga el mismo peso específico que el Reino Unido. La dinámica abierta en Cataluña con movilizaciones masivas a favor de la independencia catalana presagia un enfrentamiento aún mayor que en el caso escocés. A diferencia del primer ministro inglés David Cameron, que aceptó la consulta, el gobierno español plantea que una consulta similar sería ilegal en España. ¿Cómo hará Madrid para evitarlo? Esa es la pregunta del millón.